Por Clara López / Semana.com
Durante los primeros meses de este año, se han venido publicando las cifras que pintan el retrato de una economía en proceso de recuperación, a pesar de los nubarrones que se acumulan en el horizonte internacional. Detrás de las aparentes buenas noticias, dichos datos también revelan un preocupante aumento de la ya excesiva desigualdad económica que sitúa a Colombia dentro de los países más desiguales del mundo. La desigualdad de por sí, argumentarán algunos, no tiene por qué crear preocupación si el país ha logrado reducir los niveles de pobreza y el ingreso per cápita se ha casi que triplicado en los últimos ocho años.
El problema es que la desigualdad no es solo éticamente reproblable sino mala para la eficiencia económica y para la democracia. A mayor concentración de riqueza, mayor concentración de poder político que a su vez permite diseñar las reglas del juego en favor de los poderosos, socavando el principio democrático. Cuando el éxito depende más de la riqueza heredada que de la trabajada, se adormecen los incentivos económicos.
Thomas Piketty lo expresa claramente en la introducción a su best sellermundial: “Cuando la tasa de retorno del capital excede significativamente la tasa de crecimiento de la economía, (…) la lógica indica que la riqueza heredada crecerá más rápidamente que el producto y el ingreso. (…) Bajo tales circunstancias, es casi inevitable que la riqueza heredada predomine por un amplio margen sobre la riqueza acumulada tras toda una vida de dedicación y esfuerzo y que la concentración de la riqueza llegue a niveles extremadamente altos – niveles potencialmente incompatibles con los valores meritocráticos y con los principios de justicia social que son fundamentales para las sociedades democráticas modernas.”
En el solo año de 2018, con un crecimiento congruo de la economía de apenas el 2,7 por ciento, las utilidades de dos grandes grupos económicos crecieron el 32 por ciento y el 53,9 por ciento, tasas entre 12 y 20 veces el crecimiento real de la economía y muy por encima de las consideradas normales en el mundo capitalista. En ese mismo año, citando datos de Credit Suisse, las personas con ingresos mensuales de 2,9 millones son considerados ricas y superan en ingresos al 98 por ciento de la población, lo que, según el artículo, “indica cómo el grueso de la riqueza se concentra en segmentos mínimos, como consecuencia de los niveles altos de desigualdad en el mundo.”
Estos datos se producen después de que la reforma tributaria de 2016 rebajara la tasa impositiva de las empresas y cargara sobre los consumidores un aumento del IVA del 16 al 19 por ciento y antes de que se produzca el impacto de una nueva rebaja de la tasa impositiva y otras deducciones introducidas en la reforma tributaria de 2018 y que producirán su efecto en 2020. De esta manera, la política tributaria que es una de las principales herramientas del Estado para reducir la desigualdad, puede estar haciendo todo lo contrario.
Ha llegado el momento de que el Estado colombiano aplique con seriedad políticas orientadas a ponerle coto al flagelo de la desigualdad. De lo contrario, Colombia irremediablemente se podrá tildar de “heredocracia”, lejos de los ideales de los padres de la patria que este año celebra el bicentenario de la Independencia.