Por Juan Manuel Karg / Página/12
Ecuador vive momentos decisivos en diversos planos, con una disputa política cada vez más evidente. El presidente del país, Lenin Moreno Garcés, fue destituido días atrás de la presidencia del Movimiento Alianza País (AP), aquel que fundara Rafael Correa Delgado antes de llegar al Palacio de Carondelet. Ricardo Patiño, quien fuera canciller de Correa, pasó a ocupar su lugar en la conducción de AP, cuya Secretaria Ejecutiva sigue siendo la influyente joven Gabriela Rivadeneira, que anteriormente se había desempeñado como presidenta de la Asamblea Nacional. Ambos dirigentes son de máxima confianza del fundador de la Revolución Ciudadana, que actualmente reside en Bélgica junto a su familia. Sin embargo, un Tribunal de Garantías Penales con sede en Quito dejó sin efecto la decisión, impidiendo al Consejo Nacional Electoral (CNE), registrar los cambios que AP había decidido internamente.
Coincidiendo con esta creciente puja al interior del movimiento-partido, Correa dejó en claro que viajará a la Convención Nacional de AP, que se realizará a finales de este mes, para dar la disputa. “¿Quieren Convención? ¡Perfecto! Ahí estaremos, y veremos cuántos de los que han permitido tanta infamia, persecuciones, oscuros pactos con lo peor de la partidocracia, en nombre de la ‘gobernabilidad’, me pueden mirar a los ojos” manifestó en sus redes sociales, en un mensaje no solo dirigido a Moreno, su escurridizo ex delfín, sino también a diversos funcionarios y diputados que, al momento, han cedido a las presiones del Ejecutivo.
¿Qué sucede? No es lo mismo competir por el liderazgo de una fuerza partidaria estando en el Estado, como le sucede a Moreno, que ya estando fuera del mismo, como sucede con Correa y su grupo de colaboradores más cercanos. Un ejemplo concreto: a quienes han decidido cuestionar la consulta propuesta por el nuevo presidente, y sobre todo la pregunta de la reelección, armada para inhabilitar a Correa, la Contraloría ecuatoriana los ha comenzado a investigar-presionar. Además, la actitud del Ejecutivo respecto a la prisión de Glas -¡vicepresidente del país!- demuestra que Moreno ha decidido romper decididamente con el correísmo, aquel que lo llevó a Carondelet.
¿Cuál es la ventaja de Correa para la disputa? Una interna: es el presidente que ha transformado la historia contemporánea de su país, más allá de la caricaturización que algunos sectores de la política ecuatoriana –incluidos los de Carondelet– pretenden hacer de él. Y una externa: puede lograr el realineamiento de un sector de organizaciones sociales y políticas del continente que valoran su liderazgo regional. La desventaja es evidente: enfrenta a los poderes fácticos de su país, aquellos que tantas veces quisieron verlo morder el polvo, y que sienten que ahora es el momento. No dudará este sector en apoyar a Moreno –tal como sucede en la consulta– para intentar enterrar al correísmo definitivamente, “ordenando” la política ecuatoriana bajo parámetros más edulcorados.
Por tanto, la apuesta de Correa de volver a la Convención Nacional de AP tiene sus riesgos, pero también sus oportunidades. Tal como el dice, sabrá quienes están bajo su ala política, y también quienes han decidido aferrarse a cuestiones más superestructurales para apoyar a Moreno en su afán de desterrar al guayaquileño de la política grande de su país. Ante ello Correa pareciera guardar varias cartas bajo la manga: la Asamblea Constituyente, que hoy parece más lejana, y la posibilidad de competir por otro cargo de elección popular, en caso de que sea inhabilitado. Pero para eso falta. Primero medirá fuerzas con Moreno en el marco de la Convención Nacional de AP. Correa vuelve a Ecuador por unos días. Y no es poca cosa.