Por Eduardo Sarmiento Palacio
La característica dominante de América Latina es el descenso del crecimiento con respecto al promedio mundial. No se cumple el postulado de que los países de menor desarrollo crecen más rápidamente. La explicación se remonta al final del siglo pasado. Debido a la implantación del Consenso de Washington, la región se vio abocada a un rápido deterioro de la distribución del ingreso que indujo a adoptar en algunos países políticas fiscales distributivas.
A principios del siglo, la región experimentó un proceso de aumento del salario por debajo del producto per cápita, que dio lugar a una caída de ingresos del trabajo con respecto al PIB y un aumento creciente del coeficiente de Gini. El comportamiento, que era el resultado de serias deficiencias en el funcionamiento de las economías de libre mercado, se buscó corregir con el aumento de impuestos indirectos orientados a ampliar el gasto público y los subsidios. Pero estos recursos llegan en una proporción reducida a los sectores menos favorecidos. En Colombia, el 40 % más pobre obtiene un porcentaje muy inferior de la factura tributaria. El dispositivo moderó el deterioro de la capacidad de compra y ocasionó una fuerte reducción del ahorro, que disparó los déficits fiscal, y en cuenta corriente, acentuó las presiones inflacionarias y redujo el crecimiento económico. En Brasil y Argentina se registran déficits fiscales de más del 5 % del PIB.
Venezuela es caso aparte. La estructura de gasto público provocó un alza de los consumos por encima de los de las posibilidades de producción y desmanteló el ahorro. El país quedó desprovisto de recursos para propiciar la creación y expansión de empresas industriales y agrícolas que absorban la fuerza de trabajo.
En cierta forma, se incumplieron las teorías neoclásicas dominantes que establecen que la distribución del ingreso y el crecimiento son separables. La relación entre los dos conceptos depende de la forma cómo se realiza la política distributiva. Europa mostró cómo es posible construir un Estado Bienestar, que reduce en forma drástica las desigualdades dentro de un marco de la iniciativa privada y modernidad. Los Tigres Asiáticos probaron cómo es posible crecer a elevadas tasas de crecimiento con mejoría de la distribución del ingreso.
Las condiciones de América Latina serían muy distintas si las soluciones a la caída de los ingresos del trabajo se hubieran buscado mediante procedimientos directos sobre el salario, cómo sería el ajuste del salario mínimo, la progresividad fiscal (baja de las tarifas del trabajo con respecto al capital), la política industrial, la regulación comercial y cambiaria y el balance macroeconómico. De seguro, se habría logrado mayor impacto sobre la distribución del ingreso con mínima incidencia sobre el ahorro y el crecimiento.
Muchos de los desaciertos en la distribución del ingreso obedecen a las deficiencias de las teorías existentes. Durante más de un siglo en los altos círculos de la academia se ha insistido en que la distribución del ingreso proviene de factores desconocidos que se pueden superar sin mayores traumatismos en la economía y el crecimiento económico. No es cierto. Las políticas distributivas están fallando en América Latina, por sus efectos sobre el crecimiento económico y la estabilidad. Es hora de que se reconozca que la inequitativa distribución del ingreso es el producto de desperfectos que ocasionan serios conflictos con el crecimiento económico. Al tratarse de dos objetivos que tienen fuertes vínculos, como mínimo, se requiere un grupo de políticas que actúe en forma directa sobre los ingresos del trabajo, las desigualdades y la exclusión, y otro grupo que contrarreste las secuelas sobre la economía, el crecimiento económico y la acumulación del capital.
El Espectador, Bogotá.