Por Horacio Duque
Ante los resultados adversos en el plebiscito de la paz, lo conveniente no es precipitarse con fórmulas confusas e improvisadas.
Lo que procede es defender El Acuerdo de paz consolidado, fruto de un intenso trabajo de la Mesa de dialogos de La Habana.
Unos meses más de conversaciones, con la reapertura de los diálogos de paz, para tratar los temas propuestos por los del NO, es la ruta sensata para el proyecto orientado a poner fin al más prolongado conflicto armado de la historia colombiana.
Las votaciones del plebiscito no han sido el mejor momento para la paz en Colombia. Un núcleo de fuerzas bastante conservadoras, lideradas por Uribe Vélez, que reúne expresiones políticas retardatarias, militares y oscurantistas, ha logrado unas precarias mayorías en favor del NO para desconocer los pactos de paz consolidados entre el gobierno de Santos y las Farc.
Por el SI a la paz votaron millones de colombianos, defendiendo la ruta del fin de la guerra y la violencia que por décadas ha azotado a la sociedad colombiana.
Al término de los escrutinios emerge un cuadro político bastante nítido, que no debe ser omitido en la proyección de los escenarios futuros.
Obviamente no se trata de desconocer el peso y significado de la votación contraria a los resultados de las conversaciones de paz.
Tampoco es realista ignorar los más de seis millones de votos que ofrecieron su respaldo a los consensos alcanzados en los diálogos de La Habana.
Los tres actores relevantes involucrados –Santos, Uribe, Farc- han emitido sus discursos y el saldo neto es la hipótesis de un gran pacto político para proseguir en la búsqueda de la terminación de la guerra.
Ya no vale llorar sobre la leche derramada ni destruir lo avanzado.
Es probable que una Asamblea Constituyente se avizore por algunos como un escenario pertinente a los efectos de terminar el tejido de una institucionalidad y un modelo acorde con la reconciliación. Pero, a la luz de los resultados plebiscitarios, favorables, por donde se les mire, a las fuerzas del establishment (uribistas y santistas), una corporación de esas características no sería claramente un escenario amigo de las transformaciones prioritarias que demanda la crisis sistémica vigente, que seguramente se complicara con el destape del calamitoso diagnostico económico, con múltiples proyecciones en la bancarrota fiscal, el desbalance internacional, la mediocridad del PIB, el auge del desempleo, el aumento de la inflación y el escepticismo de los capitales internacionales.
¿Qué tal una Constituyente controlado muy probablemente en un 95% por el santismo de la Unidad nacional y el uribismo catolicomilitarista y anticomunista?
Ahí sí, apague y vámonos. Sería el apocalipsis total. El fin de la historia.
Lo realista es considerar los avances logrados en más de cinco años de conversaciones.
Hay un Acuerdo de paz, con cerca de 297 páginas, que ya ha sido firmado por las partes correspondientes y con elementos concretos para superar las causas de la guerra en el ámbito agrario, político, de las víctimas, los actores del conflicto, los cultivos de uso ilícito, los derechos de las víctimas y la implementación de los consensos.
Lo sensato es proteger dicho Tratado y proceder a reabrir los diálogos para escuchar las demandas de las franjas adversas que promovieron el NO.
Que se analicen las propuestas uribistas en lo relacionado con los temas de justicia, elegibilidad política, cultivos de uso ilícito, seguridad jurídica de los consensos, conexidad para los efectos de la amnistía y la constitucionalidad de la paz.
Que se reabra la Mesa de La Habana así eso signifique unos meses más de trabajos e intercambios entre las partes.
Es mejor avanzar con calma y ponderación.
Queda probado que la precipitud y los apremios del señor Santos son la vía perfecta para el desastre. Para el fracaso y el estropicio.
Tanto fregar con el plebiscito. Tanto presionar para cerrar a las carreras los diálogos de La Mesa de La Habana quedaron reflejados en el resultado adverso del domingo 2 de octubre.
Lo mejor es no entrar en pánico y coger el toro por los cachos.