Por Rodrigo Borja
Se denomina así, en la terminología de las Naciones Unidas, el ahorro que en los gastos militares hacen los países durante un período determinado para destinarlo a los fines del desarrollo.
El concepto comprende, por tanto, no sólo la reducción de los egresos militares sino además el destino de los recursos economizados a las tareas de la producción. Si los países del denominado “tercer mundo” congelaran sus gastos militares al volumen de 1990, ahorrarían durante un decenio una suma cercana a los cien mil millones de dólares que los podrían emplear en las demandas del desarrollo humano, económico y social.
Esto puede significar, según cálculos hechos por el “Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo” (PNUD), la posibilidad de la alfabetización universal, la atención primaria de la salud y el suministro de agua potable para toda la población. En 1992 la India compró a Rusia 20 aviones caza MIG-29 a un precio que pudiera haber bastado para impartir enseñanza básica a los 15 millones de niños que no podían asistir a la escuela.
Con el dinero que en ese mismo año China pagó a Rusia por la compra de 26 aviones de combate pudo haber suministrado agua potable a 140 millones de personas que carecían de ella. Irán pudo haber financiado varias veces el costo de los medicamentos esenciales para toda su población -cuyo 13% carecía de atención a la salud- con el dinero que en ese mismo año pagó a Rusia por la compra de dos submarinos.
Malasia compró a Inglaterra dos buques de guerra por una suma equivalente a la necesaria para sufragar el suministro de agua potable a cinco millones de habitantes que no tenían este servicio. Nigeria adquirió de Inglaterra 80 tanques de guerra con cuyo precio podía haber vacunado a dos millones de niños y suministrado servicios de planificación familiar a 17 millones de parejas.
Lo mismo ocurrió con Pakistán. Con el dinero que pagó a Francia por 40 aviones “Mirage” pudo haber dotado de agua potable a millones de sus habitantes que carecen de ella. Y el tontito y sanguinario liderzuelo que, por herencia de su padre dentro de esa curiosa “dinastía marxista”, gobierna Corea del Norte desde el 2011, gasta todos los recursos del Estado en el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales mientras su pueblo agoniza de hambre.
Quiero decir con esto que esas ingentes sumas de dinero, fruto de la sangre, sudor y lágrimas de los pueblos, bien pueden ser “dividendos de paz” -para afrontar las carencias de la sociedad, los bajos niveles de salud, la mala educación, la desnutrición, la exclusión social y otros estragos que trae consigo la pobreza- pero no lo son y las necesidades básicas de los pueblos siguen desatendidas.