POR HÉCTOR GALEANO
Seguramente, durante el holocausto nadie habría imaginado que el antisemitismo sería la bandera que enarbolaría, siete décadas después, la extrema derecha y el neofascismo. Sin embargo, esa peligrosa ola política que se cierne sobre el mundo encontró en Israel la excusa perfecta para construir un discurso cargado de islamofobia y arabofobia, solo homologado a la época de las cruzadas. No es casual que Milei, Trump y Bolsonaro levanten la bandera de Israel y justifiquen la sistemática violación del derecho internacional y los crímenes de guerra.
A la basura se fueron décadas de construcción del derecho internacional y todo su conjunto de normas, que han propugnado por reducir el daño a la población civil involucrada en conflictos bélicos. Los Convenios de Ginebra suscritos por 196 Estados sentaron los cimientos básicos que prohíben el ataque indiscriminado contra civiles, la protección de los trabajadores sanitarios y limita los medios militares que no distinguen entre la población civil y los combatientes.
Desde las excusas religiosas hasta la entelequia de la “guerra híbrida”, el gobierno de Netanyahu ha utilizado todo tipo de estrategias criminales para asesinar inocentes. El uso de fósforo blanco, bombardeos a centros de salud, escuelas, universidades y la más reciente aberración: asesinar a más de cien personas inocentes y hambrientas, que buscaban desesperadas un poco de harina. Todo un corolario de maldad.
Los números hablan por sí solos. El Ejército de Israel ha asesinado a más de treinta mil setecientas personas, desplazado a un millón novecientos mil palestinos, acabado vilmente la vida a trescientos sesenta y cuatro miembros del personal de salud, ciento sesenta trabajadores de la ONU, ciento treinta y tres periodistas. En otras palabras, poco más de cuatro meses, la “única democracia” del Medio Oriente ha descargado una infame arremetida militar que ha dejado a su paso un escenario dantesco.
Sin embargo, los políticos, algunos académicos y medios adscritos al establishment están en una desesperada campaña por limpiar la imagen de Israel, mediante la manipulación del antisemitismo.
De hecho, igual que con los territorios definidos por la ONU en 1947, Israel se apoderó de una palabra que en su esencia primigenia describe a judíos y árabes. Basta solo con estudiar la Real Academia de la Lengua Española, para comprender la amplitud de la definición. Semita: “dicho de una persona que pertenece a alguno de los pueblos que integran la familia conformada por los árabes, los hebreos y otros”.
Más adelante, en 2016, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (Ihra por sus siglas en inglés), conformada por solo 31 países, comenzaron a utilizar la expresión antisemitismo, redefiniéndola con un extraño énfasis en el pueblo judío: “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”.
Lo paradójico de la definición del Ihra es que asume y acepta que el antisemitismo se puede producir contra personas “judías o no judías”, con lo cual, incluye implícitamente a los árabes y, por ende, a la nación Palestina.
En ese orden de ideas, la Ihra y el mundo en general, deberían condenar contundentemente las expresiones de altos funcionarios y líderes religiosos del Estado de Israel. Desde “animales horribles e inhumanos” como los llamó Dan Gillerman, exembajador en la ONU y la amenaza con el uso de un arma nuclear hecha por el ministro Amichai Eliyahu, hasta la despreciable manifestación de recalcitrante odio que tuvo el rabino Aliyahu Mali, quien justificó el asesinato de bebés ya que, en según su mente retorcida y enferma, serán los terroristas de mañana.
Sin embargo, ese mundo que se rasga las vestiduras por las protestas pacíficas en contra del genocidio y las cataloga de antisemitas, guarda cómplice silencio ante las voces que, cargadas de un profundo odio hacia los palestinos, gritan desde Israel por más y más sangre inocente.

No conformes con la tergiversación del antisemitismo, ahora pretenden hilvanarlo con el antisionismo cuando desde toda perspectiva son totalmente diferentes. De acuerdo a Jewish Virtual Libray, el sionismo es “el movimiento nacional por el regreso del pueblo judío a su patria y la reanudación de la soberanía judía en la Tierra de Israel”.
Desde esta perspectiva, basada en un componente religioso, el sionismo pasa por encima de las resoluciones que en 1947 crearon el Estado de Israel y uno árabe, lo que significaba la tierra para los palestinos. Precisamente, inspirados en el sionismo es por lo que los israelíes le han arrebatado las tierras a la nación Palestina, hasta el punto de dividirlos inhumanamente en dos pedazos de tierra, controlados por el ejército israelí.
Pese a esas diferencias abismales y elementales, miembros del Concejo de Bogotá, que representan la extrema derecha, presentaron el proyecto de Acuerdo 201 de 2024 basados en una exposición de motivos absurdamente confusa, falaz y mentirosa.
Literalmente afirman: “El presente proyecto de acuerdo busca fomentar la lucha contra el antisemitismo y la discriminación en todas sus formas a personas parte de la comunidad judía, toda vez que durante el año 2023 las acciones de odio en contra de esta población revelaron un incremento expresado en dos ataques a la embajada de Israel en Colombia y muestras públicas de antisemitismo y antisionismo a partir de símbolos en diversas manifestaciones en la ciudad de Bogotá”.
La homologación del antisemitismo y antisionismo no solo es un garrafal error histórico, además, busca cercenar bajo amenaza explícita la posibilidad de protestar públicamente por el genocidio que sufren los palestinos. Una vulgar artimaña politiquera, que va paralela a una campaña de estigmatización contra el presidente Petro promovida desde diversos sectores, incluyendo el académico.
Desde que el mandatario de los colombianos rechazó enérgicamente las desproporcionadas acciones militares israelíes se inició una campaña de desprestigio que, además de mentir sobre la supuesta parcialidad de Petro, también, predijeron un escenario cuasi apocalíptico en una eventual ruptura de las relaciones diplomáticas con Israel. Desde una debacle comercial, hasta el desmoronamiento del sector defensa.
Lo que no reconocen los analistas es que el TLC entró en vigor en 2020 y solo representa un ínfimo 1 % de la balanza comercial, sumado a que el 90 % se enmarca en el sector extractivo. Así mismo, aunque los israelíes se han convertido en un importante proveedor de armas o permisos para la producción y comercialización, como es el caso de los fusiles Galil, desde que comenzó a proyectarse el reemplazo de los ya obsoletos K-fir se abrió un espectro importante de oferentes distintos al país del Medio Oriente.
Sin duda, la dignidad del país y el respeto a los principios del derecho internacional, marcan un punto de quiebre y obliga a revisar la relación con un Estado que solicita una irrestricta adhesión a su política, lo que incluye el genocidio, el apartheid y la limpieza étnica.
Insinuar que el presidente Petro prioriza sus propios intereses y no los nacionales es una afirmación tendenciosa que solo pretende callar las voces que exigen un alto al fuego. Señalar de un apoyo a Hámas a quienes rechazan la barbarie es una señal clara de una carencia absoluta de argumentos. El genocidio palestino es indefendible.
La Silla Vacía, Bogotá.