Por Jairo Morales Nieto
Los acuerdos de paz ya han dejado de ser una probabilidad para convertirse en un producto real y tangible. Enhorabuena para todos nosotros los colombianos de hoy y de mañana y agradecimientos a la entera comunidad mundial que ha apoyado de manera vigorosa y comprehensiva un largo y complejo proceso de negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana, Cuba, para poner punto final a uno de los conflictos internos más largos y cruentos del mundo occidental.
Como es de dominio público, el Gobierno someterá los acuerdos firmados a un plebiscito ciudadano a comienzos de octubre, cuando los colombianos tendremos que optar por el Sí o por el No a lo pactado en la isla caribeña. Conocido ya el Acuerdo Final en todos sus detalles, quiero compartir con mis lectores, las razones por las cuales respaldo el Sí por la paz y en consecuencia votaré por esta opción.
La primera razón es la lógica de la dialéctica de la historia. La segunda razón es la lógica de la dialéctica de las generaciones. La tesis que resulta al combinar estas dos razones es que el Sí por los acuerdos de paz es un preponderante histórico y generacional al cual no le podemos dar la espalda.
Preponderante histórico, pues el Sí es una opción que nos sirve para romper el statu quo de la convivencia con la guerra en la que hemos estado atrapados todos los colombianos por décadas, sin excepción. Preponderante generacional, pues es una opción real que tienen particularmente las generaciones jóvenes de votantes para pronunciarse y acabar de una vez por todas con una guerra que hasta ahora apenas hemos podido terminar sus padres y abuelos y que no tienen por qué heredarla.
El desarrollo de esta tesis y sus fundamentaciones es el Leitmotiv de este breve ensayo. Acudo al pensamiento filosófico hegeliano de la dialéctica pues creo que es el que mejor se acomoda a la interpretación del momento político actual y su desarrollo más reciente que describe una confrontación partidista, ideológica y publicista completamente irracional de unos bandos por el Sí y otros por el No dejando a un lado el interés nacional y el futuro de las jóvenes generaciones que es una prioridad existencial de la entera sociedad.
¿Qué es la dialéctica?
Pienso que es difícil encontrar un mejor concepto filosófico que aquel conocido como ‘dialéctica hegeliana’ para explicar la historia reciente de las contradicciones entre la guerra y la paz en Colombia.
Se trata del método concebido por el gran pensador modernista alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), descrito en su magnum opus ‘Fenomenología del Espíritu”. El método dialéctico, en su acepción concisa, nos dice que a una argumentación (denominada tesis), le sigue una contra-argumentación (denominada antítesis) para culminar juntas en una conciliación argumentativa superior (denominada síntesis). Ahondando un poco más, la tesis es una argumentación positiva; la antítesis niega la tesis; la síntesis es una argumentación final que niega la tesis y la antítesis, y las remplaza por una nueva argumentación máxima. Un aspecto muy importante es que la síntesis se nutre de las contradicciones internas existentes entre la tesis y la antítesis para fundamentarse y enriquecerse a sí misma y, a partir de allí, culminar y generar un nuevo ciclo dialéctico. Hegel entiende entonces la dialéctica como un proceso de causación progresiva, no lineal, que se mueve entre lo finito (contradicciones que se acaban) e infinito (nuevas contradicciones que nacen).
Pero claro, la dialéctica no siempre termina en resultados positivos. Puede concluir en una síntesis negativa que hace que la síntesis dialéctica hegeliana en lugar de progresar, colapse, enredada en sus propias contradicciones internas reales. Esa es una gran contribución que hace el magistral filósofo alemán Theodor Adorno (1903-69) de la Escuela de Frankfurt cuando habla de la ‘dialéctica negativa’ (o imaginación dialéctica, pues la realidad no nos es totalmente transparente), concepto que nos va a hacer muy útil luego, cuando entremos más en materia de la dialéctica aplicada al caso colombiano.
El método filosófico de la dialéctica hegeliana ha sido utilizado en muchos campos del conocimiento científico tanto del lado de las ciencias naturales como de las ciencias sociales. Ha sido hilo conductor del análisis histórico y político de prominentes pensadores y autores cuando analizan las luchas por el poder político, las contiendas revolucionarias y el progreso o rezago de las sociedades en su devenir histórico. Me apego a este método de análisis, obviamente sin dogmatismos ni determinismos, para hacer una primera incursión en la interpretación de la guerra y la paz en Colombia que le sea útil a aquellos jóvenes lectores reflexivos que quisieran votar a conciencia guiados por las enseñanzas de la historia sin ataduras ideológicas o imposiciones políticas como la mejor expresión de la libertad de pensamiento y auto-determinación de la era de la modernidad o, si se quiere, post- modernidad en que vivimos.
¿Qué nos dice la dialéctica de la historia?
Colombia acumula casi seis décadas ininterrumpidas de guerra insurreccional armada desde el surgimiento de las Farc y el Eln a comienzos de la década de los años sesenta en los albores de la Revolución Cubana y en los inicios del periodo temprano del Frente Nacional que marca el fin de la guerra fratricida entre liberales y conservadores sobre la base de una coalición bi-partidista de repartición del poder político y burocrático que se extendió por diez y seis años (1958-1974), sin inclusión política alguna de sus contradictores.
La guerra en Colombia ha sido persistente pero también las tentativas de paz por parte de muchos gobiernos que sucedieron a la culminación del Frente Nacional. En rigor, lo que de aquí en adelante llamaremos la dialéctica de la historia de la guerra y la paz en Colombia comienza con los gobiernos de Andrés Pastrana (1998-2002), Álvaro Uribe (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018), que vistos juntos desde la perspectiva panorámica de un ave en vuelo, todos los tres gobiernos forman una continuidad de la acción del estado y la sociedad en el anhelo nacional por la paz aun así cada uno haya privilegiado diferentes enfoques y métodos políticos y militares en la búsqueda de una solución final.
Aplicando el método de la dialéctica hegeliana expuesto arriba, me aproximo a la realidad diciendo que el gobierno de Pastrana planteó una tesis positiva (negociación con cese bilateral del fuego); el gobierno de Uribe negó la tesis y propuso una antítesis (no negociación, guerra frontal); y, finalmente, el gobierno de Santos plantea una síntesis (negociación en medio de la guerra).
Todos estos tres gobiernos tuvieron muchas contradicciones en el manejo de sus enfoques y argumentaciones, pero podríamos decir que la síntesis buscada por el gobierno de Santos no se hubiese podido plantear y desarrollar hasta donde ha llegado sin aprovecharse de las contradicciones inherentes a la tesis pacifista de Pastrana y a la antítesis militarista de Uribe. Ahí se encuentra la magia del pensamiento hegeliano. Sin las negociaciones del Caguán de Pastrana, la construcción de la antítesis militarista victoriosa de Uribe no hubiese sido posible; y, sin la nueva correlación de poder militar lograda por Pastrana y Uribe, hubiese sido prácticamente imposible sentar a las Farc en una mesa de negociaciones como lo ha hecho Santos. Esa misma dialéctica es válida tanto para los tres gobiernos mencionados como para las sucesivas comandancias de las Farc y Eln en el manejo de sus propias contradicciones internas y realidades externas.
En suma, los unos se deben a los otros y no es concebible la síntesis buscada por Santos, sin la historia y lecciones de la tesis de Pastrana y sin la historia y lecciones de la antítesis de Uribe. Tampoco es concebible la síntesis sin el entendimiento y reconocimiento de las Farc (y espero también del Eln) en cuanto al fin del ciclo dialéctico de la historia de la guerra y la necesidad de optar por una sensata estrategia de sobrevivencia política acorde con los preponderantes de los nuevos tiempos y la apertura generosa ofrecida por la sociedad democrática.
Con todo ello quiero decir junto a otros autores que la paz no tiene dueños sean estos, gobiernos o actores personalizados. La paz le pertenece al pueblo colombiano que les ha otorgado a los tres gobiernos el mandato de hacerla y le ha tendido la mano magnánima a las Farc y Eln para que desistan de la guerra.
Pero volviendo a Adorno, la dialéctica de paz aún no está finalizada y aún existe el riesgo verosímil de una dialéctica negativa o una paz fallida por la fuerza de las contradicciones internas heredadas de los que en su momento defendían (y aún defienden) la tesis y la antítesis del presente ciclo dialéctico abogando por su prolongación indefinida, lo cual seria, a mi juicio, el peor desenlace para la estabilidad política del país y el bienestar de todos los colombianos de hoy y de mañana. Seria perder tontamente un ‘momentum politicus’ irrepetible que nos ofrece la fuerza de la historia.
Confesiones personales
Quiero terminar este primer escrito dedicado al Sí por la paz como preponderante histórico revelándoles a mis lectores dos confesiones personales que guían mi decisión por esta opción.
Primera confesión. Del Acuerdo Final, muchos temas me convencen y otros menos como es obvio; pero teniendo en consideración; (i) la duración del ciclo dialéctico: diez y ocho años; (ii) la duración del actual proceso de negociaciones: cuatro años; (iii) el enfoque inteligente, serio y responsable dado por los negociadores y asesores (de ambos lados) al mandato nacional por la paz; (iv) el hecho de que se ha tenido muy en cuenta la voz y el sentimiento de reconciliación de las propias víctimas; y, (v) la entrada en vigencia del cese del fuego bilateral y definitivo, pienso entonces que todos los elementos principales (objetivos y subjetivos) están dados para apoyar el Sí por los acuerdos de paz, aun así no satisfagan plenamente nuestras expectativas y deseos en muchos temas y materias.
En este contexto, acojo plenamente la reflexión sensata y sincera del expresidente español Felipe González cuando valoraba el acuerdo del cese al fuego bilateral y definitivo. Decía entonces: “No hay, no puede haber, acuerdos ‘perfectos’ porque no serían acuerdos. Los hay posibles e imposibles. Y este es posible, el mejor de los posibles, aunque cada uno tenga derecho a pensar en que lo hubiera hecho mejor” (El País, 22 junio 2016).
Segunda confesión. En este momento importante de la construcción de la nueva historia política del país quiero ser lógico y realista para sustentar mi voto por el Sí a los acuerdos de paz.
Mi lógica proviene de la noción rawlsiana de la “razón pública” que nos dice que “el sujeto de la razón ciudadana es el bien del público”. Siguiendo a Rawls, la paz como bien público (o bien meritorio que no tiene precio) es entonces la lógica de mi razón como ciudadano, así que ésta debe ser mi opción.
Mi realismo proviene de la noción germana de la ‘Realpolitik’, es decir, aquella política que se basa en los hechos, circunstancias y necesidades reales del país antes que en consideraciones ideológicas, intereses personales o partidistas de una organización política o grupo de presión. Para mí, lo real es la fantástica oportunidad que nos ofrece la historia para pactar la paz y hacer todos juntos los cambios necesarios para corregir muchos defectos y distorsiones de nuestra sociedad, estado y mercado en el marco de ideales y valores compartidos y respeto a nuestras diferencias.
*Doctor en Economía. Experto Internacional en Paz y Desarrollo. Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
El Nuevo Siglo, Bogotá.