Por Clara López Obregón, especial para Kienyke.com
En 1928, el afamado periodista norteamericano, Walter Lippmann, acuñó el término “manufactura del consentimiento” para describir la cuestionada teoría sobre cómo una democracia requiere una opinión pública orientada por una élite responsable que sabría más que el vulgo cómo gobernar. Retomada en esta coyuntura, estaríamos ante el intento de “manufactura de una nueva guerra” para regresar a gobernar como de costumbre.
Uno de los síntomas aparece en la carátula de la revista Semana No. 1889. Es cierto que una imagen dice más que mil palabras. Causa un impacto visual que entra directo a la amígdala, la parte más primitiva y antigua del cerebro donde se fabrica el miedo, ese miedo que hace que la gente renuncie a sus derechos con tal de tener seguridad. Pues bien. En esa carátula se observa el supuesto “Plan para refundar las FARC,” con las fotos, enmarcadas en una mira, de quienes serían los principales comandantes de este nuevo viejo enemigo, calcado del que ya se ha reincorporado a la vida civil y democrática del país.
El artículo que sustenta la carátula, como bien lo analiza la periodista Andrea Aldana en comunicación al editor de la revista, solo acudió a “registros oficiales” y no tiene un solo “contraste de fuentes,” por ejemplo, con los centros académicos especializados.
La especulación de que existe una nueva guerrilla con 4 mil hombres armados, repartidos en 29 estructuras en 120 municipios de 18 departamentos, en camino de llegar en cuestión de meses a 8 mil y bajo un comando unificado, ha sido desmentida por el General Alberto Mejía, Comandante General de las Fuerzas Militares y el vice Ministro de Defensa, Aníbal Fernández de Soto.
Sin embargo, tan impactante fue la carátula que prestigiosos columnistas han procedido a repetir la especulación como una amenaza cierta, cuando lo que existe es un número de disidentes semejante al de la mayoría de procesos de igual naturaleza en el mundo.
En el caso colombiano, equivalen al 11% de los guerrilleros reincorporados, cifra inferior a las disidencias de las AUC que llegaron a representar el 22% de un número muy superior de desmovilizados. Es decir, unos 1.200 disidentes y no 4.000, frente a unos 6.900 de las AUC, cuando nadie dijo nada, pues entonces como ahora, no había una nueva guerra en ciernes. Ello sin contar que más de 800 hombres de las disidencias se han entregado al Ministerio de Defensa.
Que haya hipérbole en la caratula no es nada nuevo, ni tiene por qué causar revuelo. Pero vista en el contexto de cómo se ha llevado el empalme del nuevo gobierno, reviste preocupante gravedad. En la misma edición de Semana, la columnista María Jimena Duzán, en víspera de recibir aleves amenazas contra su integridad física, abrió su columna con el agresivo anuncio efectuado por el general (r) Leonardo Barrero en reunión de empalme con el Ministro saliente y a la cúpula militar: “Ustedes que se ufanan de que no hay soldados heridos en el Hospital Militar… ¡prepárense por que vuelve la guerra!
Estaríamos ante una nueva versión de hacer trizas los acuerdos de paz, más allá de las cuestionables modificaciones estructurales que planteó el Presidente electo durante la campaña electoral. Lo que se está fraguando es el retorno al conflicto armado de cincuenta años que estamos apenas superando, contra el mismo enemigo y con la misma táctica, así todo haya cambiado.
El nuevo gobierno no debe equivocarse. Lo que está a la orden del día es el diseño de la estrategia para la ocupación democrática de los territorios abandonados, llevando la presencia integral del Estado a las zonas del posconflicto. Lo que debe venir es la recuperación de la institucionalidad cooptada por la corrupción de la politiquería y sus alianzas con grupos armados que vacían la democracia y someten a la población a la violencia de las economías ilegales y no la manufactura de la guerra de siempre.