Por Alexa Schulz / Paxcolombiasi.org
Sabana del Yarí
La historia de Gabriel Hernández es la de un joven campesino que, al igual que su hermana mayor, Verónica, no tuvo más alternativa que enlistarse en un bloque armado de las Farc como consecuencia de la pobreza de su familia. Paradójicamente, la guerrilla le sirvió de escuela para comprender las injusticias de una sociedad desestructurada como la colombiana. Una sociedad que históricamente sus dirigentes han visto solo al Estado como botín, y su único proyecto, mediante métodos mafiosos, es cómo adueñárselo cada cuatro años en época electoral con el exclusivo propósito de sacar provecho personal y grupista, dejando a las mayorías nacionales sin las mínimas garantías de sus derechos sociales, postrándolas en le exclusión y la miseria.
Gabriel, que ingresó a las filas de la insurgencia cuando contaba con apenas 16 años, lo expresa en lenguaje llano: el motivo que lo llevó a hacer parte de este grupo armado fue la extrema pobreza en que tenía que vivir en una de las tantas regiones apartadas y abandonas de Colombia. A poco de comenzar su formación al interior de la guerrilla empezó a comprender el porqué de su marginalidad (causa objetiva del inveterado conflicto colombiano), y también a qué obedecía el desvío de los recursos económicos destinados a la salud y la educación de los atrasados municipios del país.
“A través de las comisiones de organización de las Farc lográbamos llegar con mensajes a nuestra población, y de esta manera, divulgamos los conceptos ideológicos, los ideales y la razón de la lucha política para enfrentarnos con el gobierno. La importancia de estos mensajes era que las poblaciones entendieran en qué consiste y cómo funciona el régimen político actual; el imperialismo; el neoliberalismo; y la subyugación de los pueblos. Todo esto incidía en el área donde yo vivía y al no resignarme a mi crítica situación de marginamiento, no vi otra alternativa y decidí ingresar. Para mí, entonces, la única alternativa era la lucha armada”.
Influencia familiar
Aunque si bien fueron causas sociales y económicas las que hicieron que Gabriel perteneciera a la guerrilla, también lo hizo por motivos familiares. A sus 10 años fue testigo del ingreso de su hermana Verónica a las filas guerrilleras, obligándolo a salir en su búsqueda seis años después, pues no soportaba la incertidumbre que le dejaba la partida de su familiar.
Luego de tantos años, Gabriel deja ver la tristeza en sus ojos. Los 18 años vividos en la guerrilla no ocultan la nostalgia que le provoca el hablar de su reencuentro con Verónica y los aprendizajes que el mismo le trajo.
A los 8 meses de haber ingresado a la guerrilla, Gabriel pudo por fin encontrarse con ella, quien no lo reconoció a primera vista, pues habían pasado ya 6 años de su partida y el niño de 10 ya había crecido y cambiado. Fue cumpliendo una guardia en una finca cuando ella llegó, pasó por su lado y sin conocerlo simplemente le dio un rápido saludo. Al entrar a la casa donde la esperaban, recibió la noticia de que su hermano deseaba verla desde hace algunos meses y se encontraba afuera cumpliendo un turno de vigilancia. Y así sucedió el reencuentro, lleno de lágrimas, preguntas y abrazos. Esa noche ninguno de los dos pudo conciliar el sueño, cada uno querían saber lo que había pasado con ellos durante esa larga ausencia.
Dentro de la organización, Verónica, además de ser su hermana, se convirtió en su aliada, su maestra y su comandante, hasta que fueron designados a diferentes labores y en distintos campamentos. Juntos, convencidos de que era lo mejor que estaban haciendo y lo que deseaban hacer, siguieron luchando por lo que consideraban, un cambio hacia un país mejor, llevando un mensaje a sus comunidades, planteando los ideales y la lucha política con los que, según su formación ideológica, lograrían la transformación social de su país, que nunca les ha dado una mínima oportunidad para vivir dignamente.
“Duramos 3 meses andando juntos, ella me cuidaba siempre, me hacía todo. Como era su hermano menor, me daba todo lo que yo necesitara. Los dos fuimos a un combate y afortunadamente no me pasó nada, pero ella siempre estaba preocupada por mí. Recuerdo que yo salí y enseguida me preguntó ¿está bien Gabriel, le pasó algo? Yo la tranquilicé diciéndole que estaba muy bien. Posteriormente de ese combate, duramos juntos como un mes. Luego salí a hacer tareas de inteligencia; como estaba recién ingresado a las Farc, la gente no sabía que yo era guerrillero”.
Verónica muere más tarde en una misión de las Farc. Gabriel se entera del fallecimiento de su hermana un año después y en medio de su dolor, decide que por ella y por su gente debe continuar en la lucha. Ahora, 18 años después de cargar un fusil al hombro y vivir bajo la sombra del monte, este joven colombiano es un convencido de la necesidad de continuar en la lucha por la defensa de sus ideales políticos, pero ya no de manera armada, sino reinsertándose a la sociedad y desde un partido político orgánico.
Con la consecución de la paz, Gabriel tiene como proyecto seguir apoyando a su gente e iniciar estudios en ingeniería para lograr realizarse como ser humano y contribuir, asimismo, a construir una sociedad democrática, incluyente y participativa.
Fotos: Alexa Schulz.