octubre 7, 2024 12:36 pm
Golpe de 1964 y de 2016: el mismo golpe de clase en Brasil

Golpe de 1964 y de 2016: el mismo golpe de clase en Brasil

Por Leonardo Boff

Entre el golpe de 1964 y el golpe de 2016 hay una connaturalidad estructural. Ambos son golpes de clase, de los dueños del dinero y del poder: el primero usa a los militares, el otro al parlamento. Los medios son diferentes pero el resultado es el mismo: un golpe con ruptura democrática y violación de la soberanía popular.

Veamos el golpe de 1964. René Armand Dreifuss en su monumental tesis en la Universidad de Glasglow: “1964: la conquista del Estado, acción política, poder y golpe de clase” (Vozes 1981) –un libro de 814 páginas, 326 de las cuales son documentos originales– dejó claro que: «lo que hubo en Brasil no fue un golpe militar, sino un golpe de clase con uso de la fuerza militar» (p. 397).

El asalto al poder del Estado fue tramado por el general Golbery de Couto y Silva sirviéndose de cuatro instituciones que difundían la idea del golpe: el Instituto de Investigaciones y Estudios Sociales (IPES), el Instituto Brasilero de Acción Democrática (IBAD), el Grupo de Análisis de Conyuntura (GLC) y la Escuela Superior de Guerra (ESG). El objetivo manifiesto era: «readecuar y reformular el Estado» para que se adecuase a los intereses del capital nacional y transnacional. He aquí el carácter de clase del golpe.

El asalto al Estado se dio en 1964 y en toda su dureza en 1968 con represión, tortura y asesinatos. El Régimen de Seguridad Nacional pasó a ser el Régimen de Seguridad del Capital.

Para el golpe de 2016 tenemos una minuciosa investigación del sociólogo y expresidente del IPEA, Jessé Souza “La radiografía del golpe” (Leya 2016). Semejante al golpe de 1964, Jessé desvela los mecanismos que permitieron a la élite del dinero ser la organizadora del golpe, realizado en su nombre por el parlamento. Por lo tanto, se trata de un golpe de clase y parlamentario.

Además de esto, Jessé enfatiza «que todos los golpes, inclusive el actual, son un fraude bien perpetrado por los dueños del dinero, que son los reales ‘dueños del poder”. ¿Quién compone esa élite? «La élite del dinero es ante todo la élite financiera, que dirige los grandes bancos y fondos de inversiones y lidera otros sectores de adinerados como el del agronegocio, la industria (FIESP) y el comercio, secundada por los medios de divulgación que deforman y falsean sistemáticamente la realidad social como si fuese “tierra arrasada y país fallido” (es exageración), escondiendo los intereses corporativos detrás del fraude golpista».

El motor de todo el proceso, reafirma Jessé, es la voracidad de la élite del dinero para apropiarse de la riqueza colectiva sin trabas, con otros socios como los medios ultraconservadores, el complejo jurídico-policial del Estado y una parcela del STF (piénsese en Gilmar Mendes).

El proceso de destitución (impeachment) fue a parar al Senado. Este promovió la destitución de la Presidenta Dilma por delito de responsabilidad fiscal. Los principales juristas y economistas, además de notables testimonios durante las audiencias y de los informes oficiales de varias instituciones, negaron rotundamente la existencia de responsabilidad. La mayoría de los senadores ni se tomó la molestia de oír las consultas con especialistas altamente calificados pues ya habían tomado previamente la decisión de deponer a la presidenta.

El audio de la conversación entre Romero Jucá, ministro de planeamiento, y el exdiretor de Transpetro Sergio Machado, revela la trama: “meter a Michel en un gran acuerdo nacional con el Supremo y con todo; ahí se para todo… y se detiene la sangría del Lava Jato”. Uno de los motivos del golpe era también librar del brazo de la justicia a los 49 senadores (de 81) indiciados o implicados en corrupción. De esta forma, con excepción de los valerosos defensores de Dilma, ese tipo de políticos sin moral, decidieron deponer a una mujer honesta e inocente.

Condenar sin delito es golpe. Golpe de clase y parlamentario. Golpe significa violar la constitución y traicionar la soberanía popular por cuya fuerza Dilma Rousseff fue elegida con 54 millones de votos.

Ayer en 1964, y hoy en 2016, ya sea por vía militar o por vía parlamentaria, funciona la misma lógica: las élites económico-financieras y la casta política conservadora practican la rapiña de gran parte de la renta nacional (Jessé apunta a 71.440 personas, sólo el 0’05% de la población) contra la vida y el bienestar de la mayoría del pueblo, sometido a la pobreza. Buena parte del Congreso es cómplice de este golpe. En él prevalece mayoritariamente la misma intencionalidad estructural de garantizar el statu quo que favorece sus privilegios y sus ganancias.

El proyecto del PMDB “Un puente para el futuro”, de un descarado neoliberalismo como para enrojecer, revela el propósito del golpe: reducir el Estado, disminuir los salarios, liquidar la política de revalorización del salario, cortar gastos de los programas sociales, privatizar empresas estatales, especialmente el Pré-Sal, desvincular gastos obligatorios de la salud y de la educación, reducir al mínimo todo lo que tiene que ver con la cultura, los derechos humanos, las mujeres y las minorías. El ministerio está formado por blancos y en gran parte acusados de corrupción. No hay mujeres ni negros ni representantes de las minorías.

Estamos ante un espantoso retroceso político-social, que agrava la desigualdad, nuestra perversa llaga social, y vacía las conquistas sociales de trece años de los gobiernos Lula-Dilma.

Hay resistencia y oposición multitudinaria en las calles de fuertes grupos sociales y de intelectuales que no aceptan un presidente conspirador y sin credibilidad. La solución serían unas elecciones generales y mediante la soberanía popular se escogería un nuevo presidente que de hecho representase al país.

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