Por José Antonio Gutiérrez D.
Hay quienes dicen que el problema de Colombia es que su pueblo no tiene memoria. Sin embargo, esa es sólo parte del problema. La otra parte del problema, quizás la más importante, es que la oligarquía colombiana tiene demasiada memoria. Es una oligarquía rencorosa y vengativa que no olvida y que no perdona a quienes osen cuestionar sus privilegios o siquiera perturbar su digestión. Como los déspotas de antaño, ellos pueden matar, desaparecer, violar, reprimir, mutilar y no pasa nada… ¡pero ay de quien ponga en entredicho la legitimidad de sus riquezas acumuladas mediante el fraude y la violencia desnuda! Así pasen décadas, apenas tengan la oportunidad de cobrarse en sangre algún susto que les hayan hecho pasar, se la cobran. La insistencia de las FARC en la reconciliación cae en oídos sordos, porque no hay con quien reconciliarse. A esta oligarquía –de médula terrateniente- no le interesa otra cosa que la más cochina venganza en contra de quienes participaron de un movimiento insurgente de fuerte raigambre campesina, un movimiento que buscó la justicia para los del campo y una transformación del país, pero terminó entrampada en un acuerdo de paz hecho a la medida del gobierno de Santos en el cual las estructuras opresivas contra las que alguna vez se alzaron en armas, quedaron intactas. Ahora que están sin armas y aisladas, tanto de sus bases sociales después de su salida de los territorios en que hacían presencia, como de una izquierda que no ha sabido construir procesos de unidad, la oligarquía tiene la oportunidad para hacer leña del árbol caído.
El último golpe que recibe este fracasado proceso de paz –convertido a pasos acelerados en una humillante rendición-, es la captura de Seusis Pausivas Hernández Solarte, más conocido por su nombre de combate en la guerrilla, Jesús Santrich, por orden de Estados Unidos, que quiere extraditarlo a sus mazmorras para tenerlo junto a Simón Trinidad, como los cazadores cuelgan cabezas de bestias salvajes en sus roñosos muros. Todo se coordinó para que coincidiera con la visita de míster Trump el sábado 14 de abril. Pero míster Trump dejó a míster Santos con los crespos hechos, porque ha dado prioridad a sus delirios bélicos en Siria. Sin embargo, Santrich está ahí, en la cárcel, a la espera. Santos, el Nóbel de la Paz, hizo correr sangre campesina con la masacre del Tandil (Tumaco), en octubre del pasado año –bastó que el gobierno de EEUU exigiera respuestas en la lucha contra los cultivos de coca, para que Santos regara sangre colombiana para su amo[1]. Ahora, quieren ver rodar las cabezas de farianos, y Santos, que fantasea con ver a toda la dirigencia fariana muerta o tras las rejas, concurre de manera entusiasta. Acá no hay mera sumisión del gobierno colombiano –no se puede culpar sólo a los EEUU-. Acá el Estado colombiano es igualmente responsable, y si cabe, aún más. El gobierno de EEUU puede tener la influencia que tiene en Colombia porque la oligarquía colombiana, en cabeza de este gobierno, se lo permite.
¿Por qué Santrich?
¿Por qué empezó el gobierno esta cacería de brujas con Santrich? Vieron a quién era al primero que había que callar y usarlo como una advertencia de lo que les puede pasar a los farianos desmovilizados que no se porten bien. Santrich es uno de los pocos de la dirigencia de las FARC que ha hablado con claridad sobre el fracaso del proceso de paz, sin temor a meter repetidamente el dedo en la llaga. Santrich no ha mostrado un arrepentimiento de Magdalena, defendiendo la legitimidad de la rebelión de la que hizo parte por casi tres décadas. Esta actitud de dignidad, que para la oligarquía es arrogancia, ha hecho que le tengan una animosidad particularmente enconada: él ha soportado durante meses la más grotesca persecución por parte de los medios e incluso por parte de ciertos dirigentes de las FARC arrepentidos, que deploran su radicalidad, y no han vacilado en atacarlo –directa o indirectamente- en sendas diatribas. Santrich se movilizó por la liberación de los presos, aun sufriendo una miserable campaña de desprestigio por parte de quienes afirmaban que buscaba quitarle protagonismo al acto de entrega de armas. Y por último, Santrich criticó de manera abierta la entrega apresurada de armas. En sus propias palabras:
“En la base del pensamiento genuinamente fariano nunca estuvo presupuestado entregarle a nadie, menos a un tercero las armas, y en esto quiero recordar las palabras del camarada Manuel (Marulanda) cuando dijo a un periodista argentino: ‘De acuerdo con la experiencia que hemos acumulado a lo largo de 40 años de lucha, para resolver los problemas sociales de este país se requiere de la presencia de las FARC. Nosotros haremos un acuerdo en algún momento, pero nuestras armas tienen que ser la garantía de que aquí se va a cumplir lo acordado. En el momento en que desaparezcan las armas, el acuerdo se puede derrumbar. Ese es un tema estratégico que no vamos a discutir’. (…) Creo que estas palabras tienen absoluta vigencia. Llevan a pensar que, como FARC, conociendo la catadura históricamente traicionera de este régimen, cometimos un error estratégico y estructural al haber convertido la dejación en entrega de armas sin que los aspectos centrales del Acuerdo se hubiesen concretado, al menos en sus bases y en el diseño fáctico de sus garantías de cumplimento.”[2]
Van por todos
Jesús Santrich es el primero que buscan encarcelar y extraditar, pero la intención del gobierno y del bloque oligárquico es ver a toda la dirigencia –y también la base- fariana tras las rejas, deportada o muerta. Esta intención ya quedó clara con el montaje que se hizo con los supermercados Supercundi, tras lo cual la voz unánime del establecimiento llamó a quitarle los “beneficios” a los excomandantes guerrilleros[3]. También queda claro por donde quieren seguir: en el grupo de cuatro arrestados, se encuentra también un sobrino de Iván Márquez, otro de los que identifican como de la “línea dura” a la que hay que aplastar. Pero van por todos, hasta por los más blandos. Habrá a quienes los utilicen durante algún tiempo, para pasearlos por todo el país pidiendo perdón y llamando a la calma a unas bases que se han visto burladas, pero que no quepa la menor duda de que cuando ya no les sirvan, se desharán de ellos de manera para nada ceremoniosa. Es su naturaleza y lo han venido demostrando históricamente en todos los procesos de paz. Esto no había que ser un genio para verlo venir. El mismo Santrich, de manera profética, lo había previsto respecto a la Justicia Especial para la Paz (JEP):
“Esta JEP quedó convertida en una letal trampa para colocar solo a la insurgencia en el banquillo de los acusados, mientras se amplía el manto de impunidad para los militares y los llamados terceros agentes del Estado. Tal trampa buscará, con la ayuda de la corrupta Fiscalía, colocarnos en manos de la venal y descompuesta justicia ordinaria hasta llevarnos a la cárcel. En este plano lo que se viene para los excombatientes de las FARC es la más pertinaz y vengativa persecución judicial, que irá de la mano de la persecución paramilitar e incumplimientos de todo tipo, como el de terminar de liberar a los más de medio millar de compañeros y compañeras que siguen en prisión.”[4]
Pero el gobierno se adelantó y ni siquiera han querido esperar a la JEP para adelantar el linchamiento jurídico de los exguerrilleros, mientras garantiza la impunidad para agentes de Estado, así como para los oligarcas que financiaron y se enriquecieron con el paramilitarismo. Esto a lo que asistimos no es más que un burdo montaje mediante el cual pretenden asesinar la personalidad de Santrich y denigrarlo como si se tratara de un narcotraficante. ¿Cómo podría Santrich haberse involucrado en las actividades mafiosas que, sin aún entregar pruebas, los EEUU y la Fiscalía afirman que habría tomado parte, si vivía en un barrio rodeado de ejército y acompañado permanente por miembros de la Unidad Nacional de Protección del Estado? Exigir al Estado colombiano, ante lo espurio de estos cargos, un proceso “legal, transparente y justo para Jesús Santrich”[5] es una soberana estupidez. Este Estado no puede garantizar nada de esto. ¿Es necesario insistir, a esta altura del partido, que esto es un remedo de juicio político, y que, por lo mismo, no hay ni habrá garantías de ninguna clase? Esta actitud suplicante recuerda las patéticas cartas del partido socialista italiano, en pleno auge del fascismo, pidiendo a Mussolini que ordenara a las bandas fascistas que dejaran de matar a sus militantes[6]. Es hora de abandonar los eufemismos y cualquier ingenua ilusión en la naturaleza dizque democrática del gobierno de Santos. Al montaje hay que llamarlo por su nombre y hay que exigir la liberación inmediata de Santrich.
Acabando con la ilusión de la paz a garrotazos
A garrotazo limpio están acabando con lo poco o nada que iba quedando del proceso de paz. No hay que esperar a Iván Duque para que haga trizas el acuerdo de paz: en realidad esta tarea ya se ha adelantado eficazmente en el gobierno de Santos. No se puede seguir tapando el sol con un dedo e insistir que solamente se trata de tropiezos, de dificultades pasajeras, o de “desafíos”. En lugar de abrir un espacio político, las FARC se han ido progresivamente quedando sin espacio alguno, en parte por sus propios errores, pero sobre todo por la guerra sucia que la oligarquía en su conjunto ha venido librando para impedir que puedan desarrollar su actividad política, guerra en la cual los garrotazos al acuerdo de paz y los incumplimientos de éste, cumplen un rol primordial. Que no se hagan ilusiones en las FARC que llegarán a ocupar sus curules: por medios legales o extralegales, la oligarquía neolaureanista está determinada a no permitirlo y a tratar de acabar con toda la izquierda en el Parlamento –el caso del senador Alberto Castilla como botón de muestra-. En lugar de permitir un avance de los movimientos populares y de la izquierda “legal”, como pronosticaban los ‘socialbacanos’ seguidores ciegos de las tarugadas de Daniel Pecaut, la desmovilización de las FARC-EP ha sido seguida de un incremento de los asesinatos a líderes sociales y el copamiento paramilitar de los territorios, bajo las narices del propio Ejército que hoy ocupa gran parte del territorio abandonado por los exinsurgentes. Mientras tanto, los mismos que se enriquecieron con la guerra –más algunos cuantos advenedizos de todo el espectro político- que olieron la oportunidad de negocios que se cocinaba en La Habana ahora buscan enriquecerse con la paz[7]. Con paz o con guerra, es la misma oligarquía de siempre la que seguirá enriqueciéndose a manos llenas mientras el pueblo acumula solamente carencias.
En medio de la desmovilización, en medio del aislamiento en el que quedó esta nueva-vieja fuerza política, hay que buscar la manera de practicar la solidaridad con Jesús Santrich, quien ha dado nuevamente una muestra de dignidad al adelantar una huelga de hambre. Esto no es fácil. El retroceso del movimiento popular respecto a los niveles de movilización del 2012-2013 es evidente y el tema del acuerdo de paz no ocupa un lugar central en la agenda popular. Pero la represión que enfrenta Santrich avanza a todo el movimiento popular y a dirigentes de izquierda, que enfrentan los montajes judiciales de la Fiscalía y el plomo paramilitar. Como dice un proverbio haitiano, “el pavo nunca debe reírse cuando despluman al pollo”. Hoy, la exigencia de libertad para Santrich y para todos los presos políticos y de guerra que abarrotan las cárceles, debe ir de la mano de un cuidadoso recalibramiento político, de una lectura crítica y franca de los errores cometidos, de una renovación de la agenda política por la transformación social y la unidad de todos los sectores golpeados por este modelo económico-social.
[1] http://anarkismo.net/article/30570 y http://anarkismo.net/article/30580
[5] https://prensarural.org/spip/spip.php?article22934
[6] Una colección de estas cartas se encuentra en la obra de Daniel Guérin, “Fascismo y Gran Capital”.