Por Julio C. Gambina
La desigualdad creciente es la realidad de cada esfuerzo del G20 por normalizar el “mercado libre”. Otro tanto ocurre con las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Desde el 2008 funciona el G20 (19 países más la Unión Europea) como cumbre de Presidentes para considerar la crisis mundial del capitalismo y sus formas de solución. Poco ha salido de esos cónclaves de presidencia rotativa, aunque ya son una rutina del sistema mundial. Alemania coordinó las reuniones a principio de julio del corriente año y en el 2018 lo hará Argentina, presidida por Mauricio Macri, lo que genera expectativas entre las clases dominantes del mundo sobre el futuro y las perspectivas de la región latinoamericana y caribeña.
Esa expectativa está motivada en que Nuestramérica ocupó al comienzo del siglo XXI el lugar del cambio político respecto de la hegemonía neoliberal construida desde la salida a la crisis de fines de los 60 y comienzo de los 70, lo que empezó como terrorismo de Estado en el cono sur de América y está ahora extendido como militarización del sistema mundial. Las experiencias desplegadas desde el Caracazo (1989), aun con matices y sin ir más allá de las relaciones capitalistas, generaron esperanzas y expectativas en el ámbito global, alentando nuevos procesos de transformación social más allá de la región.
La respuesta ante la amenaza de nuestra región al poder mundial fue antidemocrática, con “golpes parlamentarios” o “golpes blandos” en Honduras, Paraguay o Brasil. La legitimación por la disputa de un retorno a la agenda de la liberalización la otorgó el triunfo electoral de Macri en Argentina a fines del 2015. Esa legalidad de origen intenta ser legitimada con señales políticas e ideológicas provenientes del poder mundial, desde las visitas de Barack Obama o Angela Merkel a la Argentina hasta la amistad de Donald Trump con el presidente argentino, pasando por los eventos de organismos internacionales en nuestro territorio y el desembarco en el país de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en diciembre de 2017. El proceso se verá coronado con la coordinación Argentina del G20 para el año 2018, lo que supone organizar la cumbre de presidentes.
El G20 y la disputa hegemónica
El G20 trata sobre la crisis mundial y genera agenda para retomar el rumbo de la liberalización (apertura económica para la libre circulación de mercancías, servicios y capitales) afectado por los sucesos múltiples que hicieron eclosión hacia el 2007/8 con fuerte impacto en la gran banca de inversión estadounidense (Lehman Brothers, entre otros) y que se extendió al conjunto del orden mundial en materia económica, financiera, alimentaria, energética y medioambiental, poniendo en discusión el orden civilizatorio contemporáneo. Las reuniones como tales poco resuelven en términos económicos y sociales, pero sirven para actualizar las correlaciones de fuerza sobre el orden mundial e insistir en el proyecto de liberalización para la valorización, la acumulación y la dominación capitalista.
EEUU fue el mentor del grupo, convocado por George Bush en las postrimerías de su mandato, ampliando desde el G7 (EEUU, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, Japón y Canadá) con países emergentes [1] tales como China, Rusia, México, Brasil y Sudáfrica, entre otros, el ámbito del consenso para las orientaciones de política global. Argentina era parte del G20 “técnico” surgido en 1999 y quedó como socio fundador junto a otros invitados que no integraban el núcleo originario, caso de la Unión Europea o España. Estos, demandaron ser parte del selecto grupo autoerigido (antidemocráticamente) por encima de la ONU para discutir las vicisitudes de la crisis mundial emergente hacia el 2008.
La reciente reunión del G20 en Hamburgo en julio 2017 encontró en soledad a Donald Trump, que no convalidó el consenso sobre el acuerdo de París como ámbito relativo al tratamiento sobre el calentamiento global. ¿Es una señal de debilidad o de fortaleza de EEUU? Lo que se disputa es la hegemonía del sistema capitalista en las condiciones de débil crecimiento que replican año a año las estadísticas y pronósticos de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM).
Al respecto, en ocasión de la reunión del G20 en Hamburgo, dijo la titular del FMI, Christine Lagarde: “Esta cumbre arranca con optimismo. El clima positivo es el resultado de una recuperación mundial que cumple su primer año de vida y representa un cambio favorable respecto de las anteriores reuniones del G20, a menudo marcadas por la sombra del crecimiento inestable y las revisiones a la baja. Sin embargo, es el optimismo cauteloso el que debería predominar; aún se requieren iniciativas de política para reforzar la recuperación y desarrollar economías más inclusivas”. [2]
Agrega la nota de Lagarde: “Las vulnerabilidades financieras son motivo de preocupación inmediata. Tras un largo período de condiciones financieras favorables, con tasas de interés reducidas y un acceso al crédito más fácil, el apalancamiento empresarial en muchas economías emergentes es demasiado elevado. En Europa, los balances bancarios aún necesitan recuperarse de la crisis. En China, la expansión más rápida de lo proyectado podría dar lugar en el futuro a un nivel de deuda pública y privada insostenible si continúa impulsada por la facilidad del crédito y el aumento del gasto”. [3]
En una actualización sobre las perspectivas de la economía mundial, realizada a comienzos de 2017, el economista jefe en el FMI señalaba con optimismo la perspectiva inmediata por las señales del nuevo gobierno estadounidense y el crecimiento de China. [4] El razonamiento se asienta en la convergencia republicana del Poder Ejecutivo y el Legislativo en la mayor potencia del capitalismo y, si bien plantea un alerta por las señales “proteccionistas” anticipadas por el discurso de Trump, considera que lo alentador son las expectativas en las locomotoras del crecimiento mundial, más allá de las disputas entre EEUU y China.
En rigor, EEUU es el único que impone condiciones globales desde su poderío económico, especialmente de su moneda (pese a las debilidades del dólar), su despliegue militar y su influencia ideológica simbólica cultural. La soberanía monetaria le permite al gobierno en Washington sostener el déficit fiscal y comercial que quiera (dicho relativamente) junto al mayor endeudamiento mundial en términos absolutos en su propia moneda. Si bien son un conjunto de estados federados, su lógica histórica integrada como Unión, les permite compensar con política fiscal las limitaciones de estados sub nacionales con dificultades.
No ocurre lo mismo en Europa, donde la hegemonía alemana no favorece el sostenimiento de Estados nacionales en situación crítica, dinámica claramente demostrada en Grecia, pero también expresada con España, Italia, Portugal u otros socios de menor envergadura en el armado europeo. Europa está lejos de ser la federación que es EEUU, aun cuando su estrategia de integración y el euro lo suponen. Japón arrastra su crítica situación de crecimiento pobre desde los años 90 del siglo pasado y ve limitada sus posibilidades en la disputa hegemónica desde Asia, sobre todo luego de la emergencia de China como actor económico y político mundial en las últimas décadas. China se potencia en la sociedad con Rusia y su proyección desde que en 2013 frenó en la ONU la iniciativa militar estadounidense contra Siria. Canadá sólo actúa como socio menor de las decisiones estadounidenses.
Insistamos en que EEUU es el único país en condiciones de funcionar con relativa autonomía del sistema mundial. Eso se sustenta en la soberanía monetaria desplegada desde 1971 con la inconvertibilidad del dólar. Ni las tenencias chinas de billones de dólares invertidos en Bonos del Tesoro son problema, ya que de ser necesario se cancelan con emisión, lo mismo que los déficit gemelos (fiscal y comercial), todo lo que sustenta el ahorro privado y la inversión del capitalismo estadounidense. Se trata en definitiva de movimientos contables del balance estadounidense. Nadie en el mundo tiene esa cualidad, más allá de cualquier intento de política económica de austeridad o en la contrapartida de expansión monetaria. Es quizá China el único que avanza en el sentido de lograr una moneda nacional con aceptación mundial, algo que pretende aún sin éxito Europa desde la aparición del euro. China despliega su esfuerzo de los últimos años desde su predominio en la producción material y en la innovación tecnológica asentada en robots, nanotecnología e inteligencia artificial, promovido en la extensión en relaciones comerciales y económicas con todos los países del mundo. Igualmente, la soberanía monetaria de China dista de ejercer el papel que cumple el dólar en la economía mundial.
Señala un trabajo del Centro de Investigación de la Economía Mundial de Cuba: “En medio de fuertes embates provenientes de los EEUU, China se erige hoy defensora de las oportunidades que, según sus autoridades, brinda la globalización. A pesar de los intentos de culpar a la globalización de obstaculizar el crecimiento económico sostenido y la seguridad, e incluso de los intentos de revertir la tendencia, China pretende continuar con aquellas reformas que considera pueden permitirle sacar mayor provecho y se empeña en crear una estrategia para su desarrollo futuro”. [5]
Bajo el discurso “proteccionista” de EEUU, China asume la posta de la defensa de la “globalización”. El primero necesita reforzarse internamente para afirmar su predominio mundial, renegociando a su favor el libre comercio. La segunda pretende afirmar su papel de fábrica mundial y asegurar el abastecimiento del mercado global, al tiempo que acelera su gasto militar y aspira a ser considerada como una potencia en la disputa hegemónica. En el G20 se expresan todas estas tensiones y mientras EEUU discute la reorganización a su favor de las relaciones globales y la liberalización, China organiza sus vínculos sosteniendo aspiraciones tradicionales del libre comercio propias de quien disputa un lugar en la hegemonía del capitalismo.
Se discute el rumbo del mundo y EEUU sigue teniendo la manija y el poder global desde el dólar, su capacidad bélica y de influencia cultural. No se trata de Occidente contra Oriente, sino de la hegemonía en la orientación del orden capitalista. Las reuniones del G20 son momentos de esa disputa hegemónica en el marco de la crisis capitalista mundial y manifiestan tanto las contradicciones interestatales en general como las aspiraciones del capital transnacional en particular.
La OMC y su proyecto liberalizador
Hacia 1995, terminada la bipolaridad, surge la Organización Mundial del Comercio, OMC, para así completar el orden mundial imaginado hacia 1944/45 con la tríada del FMI, el BM y la OMC. La liberalización es el objetivo de la OMC, acelerado en los 90 del siglo pasado hasta la crisis (estadounidense y mundial) del 2001, en un marco de protestas contra la “globalización capitalista” que obstaculizó el funcionamiento adecuado de los organismos internacionales, especialmente la batalla de Seattle en 1999 que logró impedir el desarrollo de la OMC. Solo el episodio de las torres gemelas en Nueva York (2001) y la respuesta del terrorismo de Estado desde EEUU permitió retomar la agenda de debates de la OMC, aunque con escasos avances concretos, especialmente con el advenimiento de la crisis mundial del 2007/08.
En sintonía con el cuidadoso optimismo del FMI, puede leerse el Informe 2017 de la OMC, donde relata el balance del 2016 y se analiza con cautela el escenario mundial. Puede leerse en la presentación de Roberto Azevêdo, titular de la OMC, que “debemos reconocer que vivimos tiempos difíciles para el comercio mundial. El crecimiento económico es débil, al igual que el crecimiento del comercio; no podemos pasar por alto la amenaza del proteccionismo”. [6] Es obvio que alude en este aspecto al discurso electoral de Donald Trump y a algunas de sus primeras medidas para renegociar el NAFTA y sacar a EEUU del Tratado Trans Pacífico (TTP), con el objetivo de mejor posicionar a su país en las negociaciones por el libre comercio.
Agrega luego Azevêdo: “Pese a la crisis financiera y sus repercusiones en la economía,no hemos observado un aumento significativo del proteccionismo y, con toda certeza, no hemos presenciado una repetición de lo ocurrido en la década de los 30, cuando la escalada de los aranceles y las medidas unilaterales contribuyó a desencadenar la espiral descendente que eliminó dos terceras partes del comercio mundial y acabó llevando a la Gran Depresión. Por todo ello,creo que la OMC es ahora más importante que nunca. Debemos trabajar juntos para fortalecer el sistema de comercio en aras de la estabilidad económica mundial y a fin de que los beneficios del comercio para el empleo, el crecimiento y el desarrollo lleguen tan lejos y se distribuyan tan ampliamente como sea posible”.
Resulta interesante detenerse en la reflexión del titular de la OMC porque alude al clima proteccionista gestado en la crisis de 1930 que se extendió por medio siglo hasta la emergencia de las políticas neoliberales, ensayadas en los tempranos 70 en Sudamérica bajo dictaduras genocidas y en los 80 con la restauración conservadora de Thatcher o Reagan en Inglaterra y EEUU.
La ruptura de la bipolaridad en los 90 generó las condiciones para la ofensiva capitalista liberalizadora que encarnó la OMC desde su gestación en 1995 y que pareció interrumpirse con la oleada “anti-globalizadora” del cambio de siglo. Este fenómeno “anti-globalizador” habilitó la expectativa por nuevos debates sobre la cooperación y el intercambio, especialmente en la agenda de la integración surgida en Nuestramérica entre 2005, con el No al ALCA y las creativas alusiones a los Tratados de Comercio de los Pueblos. Estos fueron sustentados por Bolivia, quien los propuso en 2006 a los acuerdos por el ALBA entre ese país, Cuba y Venezuela.
Es un hecho que ahora adquiere fuerza la ofensiva liberalizadora que niega la potencialidad por habilitar mecanismos alternativos de integración como se pensaron hasta hace poco tiempo en la región. Por eso, los grandes capitales transnacionales retoman la ofensiva por reinstalar la agenda liberalizadora caída hacia el 2005 y lo hacen en la perspectiva de la Oncena Conferencia Ministerial de la OMC, a celebrarse en Argentina en diciembre del 2017. La aspiración apunta a profundizar la agenda por la liberalización promovida por la OMC. Señala el informe mencionado que: “En septiembre, habida cuenta de los desafíos con que se enfrentaba el sistema mundial de comercio, el Presidente instó a los Miembros a que redoblaran sus esfuerzos para seguir llevando a cabo reformas comerciales que generaran un crecimiento más inclusivo y avances en términos de desarrollo. Entre ellos figuraba una previsión de crecimiento del comercio mundial revisada a la baja del 1,7% en 2016 -el nivel más bajo desde la crisis financiera de 2008- y las preocupaciones generalizadas por la intensificación del discurso contrario al comercio. El Presidente dijo que era importante que los Miembros examinaran en mayor profundidad qué es lo que querían lograr en la Undécima Conferencia Ministerial, y se centraran en cómo conseguirlo”. [7]
Queda clara la preocupación por el programa de liberalización y las expectativas puestas en la reunión en Argentina a fines del 2017. Preocupa el tema agricultura (en negociación desde el 2000 con escaso éxito) y los subsidios. Es una cuestión crucial ante la crisis alimentaria mundial y la dominación de las transnacionales de la agricultura, la alimentación y la biotecnología sobre el modelo del agro-negocio. En el plano alternativo, el movimiento popular sustenta una agenda favorable a la soberanía alimentaria a contramano de la propuesta de los gobiernos y el sistema de Naciones Unidas por la seguridad alimentaria, que no afecta al modelo productivo.
No es un tema menor, porque el modelo productivo hegemónico promueve no solo el agro-negocio sino el aporte del agro a la “solución” de la crisis energética, vía utilización de la producción agraria para resolver la cuestión de la energía, alimentando máquinas a costa del hambre de cuantiosa población. Se estima en cerca de 800 millones a las personas que sufren hambre en el mundo [8] contra una capacidad productiva del agro para 12 mil millones de personas y poco más de 7 mil millones habitando actualmente el planeta. Por eso podemos considerar que la ofensiva del capital en la agricultura es resultado de una alianza de clase en torno a un proyecto que involucra al sistema financiero internacional, a las grandes empresas transnacionales que son propietarias de los paquetes tecnológicos y los insumos, junto a los grupos de poder local que aplican este modelo y a los principales medios de comunicación que reproducen esa ideología y proyecto y, a la par, de los gobiernos asociados al modelo productivo depredador y concentrado.
También interesa avanzar en el acceso a los mercados para los productos no agrícolas (AMNA), o sea, manufacturas, combustible y pesca; del mismo modo que avanzar en materia de servicios (bancarios, comerciales), en donde adquiere relevancia el comercio electrónico. A ello se asocian las telecomunicaciones. Hay que prestar atención a la tendencia creciente a la tercerización (servicios) de la economía mundial. No se puede pensar ya la producción sino en forma fuertemente asociada a la cibernética y las comunicaciones (“economía digital”), del mismo modo que los servicios, por ejemplo la banca, se encuentran estrechamente vinculados a los desarrollos tecnológicos y las comunicaciones.
La OMC pretende avanzar en el establecimiento de normas legales nacionales convergentes con la liberalización mundial, creando un sistema con capacidad de disciplinar a los Estados nacionales y generando capacidad punitiva global, aspiración de las transnacionales en defensa de la seguridad jurídica de sus inversiones. Ese es el marco para la liberalización de los derechos de propiedad intelectual y la discusión sobre los bienes ambientales, asociados al uso y contaminación del aire, el agua y la tierra, y sus impactos en el medio ambiente y el cambio climático.
Es fundamental entender y denunciar el impacto de las megafusiones, al menos en lo que a agricultura industrial se refiere. Dice Silvia Ribeiro: “Monsanto, el villano más conocido de la agricultura transgénica, podría pronto desaparecer del escenario con ese nombre, si se autoriza su compra por parte de Bayer, aunque sus intenciones serán las mismas. Las fusiones Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow siguen también bajo escrutinio de las autoridades anti-monopolio en muchos países. Si se concretan, las tres empresas resultantes controlarán 60 por ciento del mercado mundial de semillas comerciales (incluyendo casi 100 por ciento de semillas transgénicas) y 71 por ciento de los agro-tóxicos a nivel global, niveles de concentración que superan ampliamente las reglas antimonopolio de cualquier país”. [9]
Señala la autora que estas fusiones aumentarán la presión para obtener leyes de propiedad intelectual más restrictivas: para restringir o ilegalizar los intercambios de semillas entre campesinos, por ejemplo, con normas fitosanitarias y obligación de usar semillas registradas para que los programas para el campo y los créditos agrícolas sean condicionados al uso de sus insumos y semillas patentadas y que los gastos en infraestructura y otras políticas agrícolas beneficien a la agricultura industrial y desplacen a los campesinos.
Esta agenda pretende ser consensuada por la sociedad y por eso se organizan debates que involucran a parlamentarios, comunicadores, ámbitos académicos y organizaciones diversas. Entre los argumentos circulan aquellos favorables a los beneficios del libre comercio, escamoteando la dominación de los grandes capitales. Por ese motivo es preciso denunciar los temas que se abordarán en el cónclave de diciembre. Además de los temas ya mencionados, la novedad es que uno de los objetivos principales que vienen planteando los países del Norte, en el marco de la OMC es lograr un acuerdo vinculado a las negociaciones sobre el comercio electrónico o e-commerce.
Este tema da cuenta de lo que significa la dominación y concentración de las empresas digitales, ya que, según un informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad): “Más de 60 de las 100 principales multinacionales digitales son de EEUU, seguido de Reino Unido y Alemania. Esta concentración, alertó el análisis, es más pronunciada entre las plataformas de Internet: 10 de las 11 principales empresas multinacionales digitales de la clasificación pertenecen a EEUU”. [10] El informe sostiene que las empresas digitales como las plataformas de internet y las empresas de comercio electrónico y contenido digital están creciendo a un ritmo notablemente más rápido que otras empresas transnacionales. Quienes están impulsando estas propuestas en la OMC argumentan acerca de las ventajas para las pequeñas y medianas empresas de los países en desarrollo, que podrán vender sus productos directamente a los consumidores en el Norte. Este discurso es totalmente ilusorio para la realidad tecnológica de los países dependientes y periféricos, escamoteando que detrás están los intereses de las transnacionales.
Es un hecho, que hoy el comercio en bienes y servicios digitales está reemplazando, aceleradamente, el comercio de bienes y servicio físicos, en numerosas áreas. En pocos años, y en particular con la expansión de la “internet de las cosas” (interacción entre objetos vía internet con provisión de información), llegará a representar un alto porcentaje de comercio mundial, convirtiendo muchos productos en servicios.
Las potencias mundiales tienen un desarrollo mucho mayor en productos y servicios digitales y quieren asegurar su acceso a todos los países del mundo, no solo para la venta libre, sin aranceles ni restricciones, sino también para poder extraer sin trabas los datos generados por estos servicios. Y es que los datos (“big data”) provistos por los usuarios de los equipos interconectados a la red constituyen la materia prima de la nueva economía digital, los que alimentan los algoritmos y la inteligencia artificial, conformando un banco de datos que favorece el control social. Ahora, el problema radica en que el comercio electrónico es controlado en un alto porcentaje por pocas empresas y son estas las que empujan las reglas vinculantes en la OMC. Cinco grandes transnacionales integraron la “Asociación para la Inteligencia Artificial en Beneficio de la Gente y la Sociedad” [11] y buscan difundir entre la sociedad sus objetivos y disputar consenso con sus objetivos de mayor acumulación y valorización.
Los riesgos de aceptar estas reglas negociadas en la OMC son múltiples: pérdida de empleos ante una competencia desleal y monopolista, mayor vulneración de la seguridad y privacidad, extracción/expropiación de datos sin ningún beneficio económico para la mayoría social, evasión de impuestos de grandes empresas y pérdida de ingresos fiscales para los Estados, mayor dependencia tecnológica, disminución del espacio para las políticas públicas, limitaciones para la integración y el desarrollo de mercados regionales. Incluso supone un aumento del riesgo y una nueva ronda de crisis global, ante los límites a la regulación de los servicios financieros y el comercio. Es importante tener presente que lo que se quiere introducir en el marco de la OMC, ya se está negociando en los acuerdos de libre comercio, sea el “suspendido” Tratado Trans-Pacifico (TTP) o el Acuerdo sobre el Comercio de Servicios (TISA, por sus siglas en inglés).
Pero algo poco considerado oficialmente por los gobiernos del Norte y la OMC en sus informaciones es la resistencia popular, que obstaculiza el programa por la liberalización de las relaciones comerciales. Es ese precisamente el espacio para pensar el papel de los pueblos ante la ofensiva liberalizadora del gran capital.
Notas:
[1] Son emergentes a la demanda de valorización de capitales excedentes en el ámbito mundial, que buscan nuevas y mayores oportunidades de obtener elevada rentabilidad a sus inversiones.
[2] Lagarde, Christine, Sin tiempo para detenerse: Reforzar el crecimiento mundial y desarrollar economías inclusivas, en https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=8108 (consultado el 20/07/2017)
[3] Ibidem
[4] Obstfeld, Maurice, El cambiante panorama de la economía mundial: Actualización de Perspectivas de la economía mundial, en https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=7024 (consultado el 20/07/2017)
[5] Hernández Pedraza, Gladys Cecilia, 2016; Evolución económica y social de China, mimeo.
[6] Azevêdo, Roberto, Mensaje del Director General Roberto Azevêdo, 2017, en OMC. Informe Anual 2017, https://www.wto.org/spanish/res_s/booksp_s/anrep_s/anrep17_chap1_s.pdf (consultado el 20/07/2017)
[7] Ibidem
[8] FAO. Informe sobre el hambre 2015, en http://www.fao.org/hunger/es/ (consultado 24/07/2017)
[9] Ribeiro, Silvia, Megafusiones agrícolas: quién decidirá lo que comemos, en http://elfurgon.com.ar/2017/06/16/megafusiones-agricolas-quien-decidira-lo-que-comemos/ (consultado el 24/07/2017)
[10] Empresas digitales modifican pautas mundiales de inversión, publicado en Prensa Latina el 24/07/2017, http://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=91665&SEO=empresas-digitales-modifican-pautas-mundiales-de-inversion (consultado el 24/07/2017)
[11] Google, Facebook, Amazon, IBM y Microsoft investigarán juntas sobre inteligencia artificial, publicado en Télam el 29/09/2016, http://www.telam.com.ar/notas/201609/165046-google-facebook-amazon-ibm-y-microsoft-formaron-una-alianza-para-investigar-sobre-inteligencia-artificial.html (consultada 24/07/2017)