Por Melania Mora Witt / El Telégrafo, Ecuador
Con desaliento, la comunidad latinoamericana ha recibido las declaraciones del presidente colombiano Juan Manuel Santos, referidas a la decisión de convertir a Colombia en estado asociado de la OTAN. Tras la firma de paz entre esa administración y la guerrilla de las FARC -que puso fin a un conflicto armado de más de 50 años-, parece extraño e innecesario un tratado que abre las puertas del subcontinente a una alianza militar establecida después de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Guerra Fría.
Tras la derrota del nazifascismo en 1945, los vencedores se alinearon en dos bloques: el primero, bajo la hegemonía de EE.UU., que receloso del avance del ‘comunismo’ en Europa trató de aglutinar a la mayoría de los países ‘occidentales’ en una alianza militar de defensa común. El 1 de abril de 1949 se consolidó esa unión, que tiene su sede en Bruselas. Actualmente forman parte de ella 28 países como miembros, a más de decenas en la categoría de asociados. La respuesta de la Unión Soviética fue la organización en 1955 del Pacto de Varsovia, con fines similares.
Desde entonces ha habido una continua demostración de fuerza por parte de cada bloque, que puso en peligro en varias oportunidades la paz mundial. La OTAN maneja un presupuesto para sus objetivos militares que, según WikiLeaks, es mayor que el 70% del gasto militar mundial. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración del bloque socialista en Europa, aparece como innecesaria la existencia de una organización militar que ha intervenido en conflictos como los de Corea y provocado la desintegración de Yugoeslavia. Las incursiones posteriores de fuerzas de la OTAN en Afganistán e Irak han tenido resultados lamentables.
En el último decenio, gobiernos progresistas de América Latina han ratificado su intención de convertir a la región en territorio de paz. En forma explícita se aprobó tal decisión, que se vería expuesta ante el propósito colombiano de convertirse en miembro asociado de una entidad extracontinental, a la que Colombia no pertenece geográfica ni históricamente. Las consecuencias -dados los antecedentes guerreristas de la OTAN- pueden ser imprevisibles y pondrían a nuestros países en la mira de organizaciones terroristas que operan en Europa y a cuya formación no ha sido ajeno el Gobierno norteamericano, que mantiene -desde una visión bélica continua- su empeño intervencionista en numerosos conflictos alrededor del mundo.
Resulta contradictorio que quien recibió en 2016 el Premio Nobel de la Paz, por al alivio mundial que supuso el fin del más antiguo conflicto interno del continente, introduzca -con el pretexto de reforzar su lucha contra el crimen organizado- una organización provista de armas nucleares, que persiste en hostilidades contra Rusia y otros Estados.
Los gobiernos y pueblos latinoamericanos y caribeños deben luchar en forma decidida para que en el subcontinente desaparezcan las bases militares extranjeras y sus habitantes desarrollen proyectos de vida pacíficos, amigables con el medio ambiente, libres de toda injerencia extraña.