Por Emir Sader
Nunca había surgido, en América Latina, un grupo de líderes populares tan expresivo como el que han compuesto Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa. Ellos representaron no solamente un proyecto de recuperación del desarrollo económico con inclusión social, son también un proceso de elevación de la auto estima de los pueblos de esos países.
Nunca nuestros pueblos se han enorgullecido tanto de sus países, de sus gobiernos, de sus líderes, como en ese momento. Porque nunca esos países han prosperado tanto en lo económico, nunca ese progreso ha revertido tanto en manos de todos. Nunca la soberanía nacional fue tan plena, para que nuestros gobiernos pudieran expresar, para todo el mundo, que las políticas externas de nuestros países representan lo que piensa y siente la gran mayoría de su pueblo.
Esa auto estima es fundamental para que nuestros pueblos puedan creer en nuestra capacidad de generar nuestras propias respuestas a los problema que enfrentamos. Es fundamental para que la esperanza en el destino de nuestros países se imponga y nos oriente.
La derecha no puede imponerse frente a un pueblo optimista frente a su futuro. No puede imponerse sin imponer el pesimismo, el catastrofismo, el desánimo, la sensación de que nuestros países no tienen arreglo, de que no somos capaces de formular soluciones a nuestros problemas.
Pero para imponer esas sensaciones, la derecha tiene que destruir la imagen de los líderes que personifican la auto estima de nuestros pueblos. Tienen que promover el olvido de todo lo que ha pasado en gobiernos anteriores, cuando llegan al gobierno, o descalificar los avances logrados.
Evo Morales fue objeto de la más espeluznante historia, una verdadera telenovela, en la que era acusado de haber tenido relaciones con una rubia, con la cual habría tenido un hijo, que habría sido abandonado por él. Fue determinante para el resultado del referendo que el gobierno finalmente perdió el haber difundido esas mentiras poco tiempo antes de la consulta. No tardó mucho para que se revelara no solamente que la historia era totalmente falsa, en todo, como que también había sido montada por dirigentes de la oposición política. Los mismos que ahora defienden la obediencia al resultado de aquel referendo, para el cual ellos han contribuido decisivamente con esos montajes mediáticos.
Al igual que es indispensable destruir la imagen de Lula, con el cual la gran mayoría de los brasileños se identifica así como identifican a su gobierno como el mejor momento de la historia del país y de sus vidas, para concluir con la idea de que Brasil no tendría arreglo, que los problemas actuales del país no son resultado de la desastrosa política económica del gobierno de Temer, sino de los gastos supuestamente excesivos de los gobiernos del PT. Lula tendría que aparecer como alguien que se habría valido del cargo de presidente para obtener ventajas para él y para sus parientes. Al no lograr hacerlo, la imagen de Lula queda plasmada en la cabeza de la gran mayoría de brasileños de forma extraordinariamente positiva.
Se busca, de igual manera, en Ecuador, identificar al gobierno de Rafael Correa con un endeudamiento supuestamente enorme del Estado, con vínculos con casos de corrupción, para atacar la imagen que tienen de Correa los ecuatorianos, a quien identifican el del presidente que, de lejos, ha hecho el mejor gobierno en el país.
Esto sucede con todos los gobernantes populares en la región. Se ataca sus imágenes, en la dificultad de contraponer los resultados concretos de sus gobiernos con los de los gobiernos neoliberales. Todos serian centralizadores, autoritarios, “populistas”, irresponsables en el manejo de las cuentas públicas, corruptos. Es indispensable esa operación, que se da en todos los países donde hay o hubo gobiernos anti neoliberales, para buscar destruir la reputación pública de esos dirigentes y, a la vez, destruir la auto estima del pueblo.
La derecha no puede gobernar un país en que el pueblo crea en su propia capacidad de generar liderazgos en los que deposita su confianza y que gobierne conforme sus intereses y necesidades. La identidad del pueblo con esos dirigentes es un patrimonio indestructible para la lucha por la democracia, la justicia y la soberanía de nuestros países.