Por Tom C. Avendaño
La antropóloga y escritora Lilia Schwarcz, una de las intelectuales más queridas de Brasil, ha escrito varios libros sobre la historia de su país y, en ellos, no hay tantos pasajes tan cargados de tensión y significado como las elecciones que se celebran este domingo. El ultraderechista Jair Bolsonaro lidera las encuestas con una ventaja cada día mayor mientras el resto de candidatos paga por los respectivos fracasos de sus proyectos políticos en los últimos años. Schwarcz, profesora de la Universidad de São Paulo y cofundadora de la editorial Companhia das Letras, explica el presente mirando a las manifestaciones de 2013, cuando grupos de izquierdas y derechas por igual salieron a la calle, hartos d el desgaste del Partido de los Trabajadores (PT) tras 10 años en el poder y de su ya indisimulable corrupción. También mira al impeachment a Dilma Rousseff en 2016, al caso Petrobras, que demostró que la corrupción se extendía a toda la clase política, y, tirando un poco del hilo, también al último emperador de Brasil, Pedro II.
Pregunta. ¿Cómo ve esta tendencia, cada vez más frecuente según se definen estas elecciones, de comparar a Haddad y a Bolsonaro? Respuesta. A la sociedad brasileña aún le duele el pasado reciente. Las manifestaciones de 2013, la corrupción desvelada por el caso Petrobras, y el desarrollo de esa investigación, el impeachment de Dilma Rousseff en 2016. Y eso se traduce en que el voto se ha polarizado, pero no en que esos polos sean dos caras de la misma moneda. Es imposible comparar uno con el otro. Bolsonaro representa un desafío a la democracia y Haddad, al igual que el resto de candidatos, no. Sería bueno tener una alternativa de derechas a la propuesta de izquierdas de Haddad, pero al hablar de Bolsonaro hablamos de un radical. P. ¿Y esos sectores de la sociedad que piensan que se calmará al llegar al poder, que todo lo que dice lo hace solo para jalear al electorado?
- Bolsonaro lleva tiempo diciéndonos quién es. Un hombre que se presenta como outsider de la política cuando lleva 27 años en el Congreso y tiene dos hijos diputados. Que en ese tiempo presentó 600 proyectos de ley y logró que se aprobaran dos. Que sin embargo se ha juntado con un vicepresidente, Hamilton Mourão, capaz de decir que puede reformar la constitución sin consultar al pueblo, y que imita a los generales de la dictadura brasileña. No hay doblez en Bolsonaro. Esto no es algo que haya inventado para las elecciones. Se ha caracterizado por su talante autoritario y por oponerse a la conquista de los derechos de mujeres, minorías raciales y LGBTQI durante años. P. ¿Y esa diferencia entre los dos, es un desafío o una baza para la campaña del PT? R. El PT siempre ha seguido las reglas democráticas. Dilma se sometió al impeachment, aunque las acusaciones contra ella eran dudosas, y Lula está preso. Ahora, es cierto que viene de un periodo en el que se ha descubierto que usó la máquina del gobierno con fines no públicos. Quizá lo que más les convenga es construir un consenso nacional. P. Algún crítico le diría que en el proyecto de poder del PT los consensos no han sido siempre su punto fuerte. R. Hay muchos ejemplos de la flexibilidad del PT, a escala federal o estatal. Conociendo a Haddad por su trabajo como ministro de Educación para Dilma y Lula, no diría que es un radical. P. ¿Es posible que Bolsonaro esté menos solo de lo que se ha creído hasta ahora? El nuevo presidente del Tribunal Supremo brasileño, Dias Toffoli, acaba de repetir una frase muy usada por el ultraderechista: que prefiere referirse a la asonada militar que comenzó la dictadura en 1964 no como un golpe de Estado sino como “movimiento”. R. Creo que es pronto para sacar conclusiones. Pero nadie puede decir que lo que ocurrió en 1964 no fue un golpe de Estado. Llegaron los militares, echaron al gobierno democráticamente electo y en 20 años emitieron 17 Actos Institucionales (decretos), cada cual retirando más derechos de la sociedad civil. Si eso no es un golpe de Estado, habría que reescribir la literatura universal revisando el significado del concepto.
- ¿Cómo explica este fenómeno nostálgico por la dictadura tras 30 años de democracia? R. Existe del deseo de ver la dictadura como una utopía que mejoraría la seguridad, la economía, la estabilidad… Todo lo que nos va mal ahora. El brasileño tiene esa manía, de proyectar la responsabilidad de sus desgracias. Y no hay nada como proyectarse en un gobierno militar. Es distante, autoritario y recibe todas tus responsabilidades como ciudadano. En Brasil, todo es siempre culpa de otro. P. ¿Esa tendencia es constante a lo largo de la historia? R. Cuando escribí un libro sobre Dom Pedro II [el admirado emperador, último en ser jefe de Estado], detecté que los brasileños tienden a ver a los gobernantes como un gran padre. Alguien que tiene más idea que nosotros, que gobierna en nuestro lugar, que ejercita nuestros derechos. Que es severo, pero que tolera nuestras debilidades y sabe estar a la altura de los desafíos. Eso mismo pasó con el caudillo Getúlio Vargas [quien gobernó Brasil en cuatro mandatos entre 1930 y 1954]. Solo que en los últimos 30 años deberíamos haberlo superado. P. ¿Cree que la confusión entre los asuntos públicos y los sentimientos privados aún se mantiene hoy? R. Lo público todavía se entiende como algo casi familiar, sí. Construimos instituciones débiles y llamamos a los gobernantes por su nombre propio, como a los santos, o convertimos su apellido en mote [un ejemplo de esto sería el caso de Luiz Inácio da Silva, que cambió legalmente su nombre para que su mote, Lula, estuviese presente en las papeletas y los votantes le reconocieran]. Tenemos una sensación de intimidad con el poder. P. ¿Estos demonios que Bolsonaro ha despertado, se irán con él si no alcanza la presidencia? R. Lo dudo. Su votantes sabían muy bien cómo era él cuando lo eligieron
Fuente: https://elpais.com/internacional/2018/10/03/america/1538519470_639395.html