POR HÉCTOR PEÑA DÍAZ /
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé. – César Vallejo.
La migralma como la migraña tiene múltiples causas. Si la quisiéramos definir diríamos que es un estado doloroso del espíritu humano producto de su propia situación en el mundo o de la violencia o arbitrariedad que los otros despliegan a diario. En el caso del dolor de cabeza existen todo tipo de analgésicos, se recomienda además, el sueño, la oscuridad y el silencio. Los analgésicos para la migralma son más complejos y habría que buscarlos como dice el poeta Baudelaire en la mismísima farmacopea celeste. En un país como Colombia en el que llevamos matándonos sin descanso hace más de setenta años no es difícil identificar la muerte violenta de un ser querido como una de las causas principales de la migralma. ¿Cuántos duelos sin resolver, cuántos crímenes en la impunidad? También sé de muchas personas que no pueden con su humanidad, que el vivir mismo es un peso insoportable, que cada día se vuelve una tortura. Qué duro debe ser eso para quien lo sufre. La vida en principio es deseo, movimiento, ganas de avanzar y crecer: principio del placer. Pero, he ahí la cuestión, en la infancia puede suceder que no nos quieran o nos quieran mal, ello queda tatuado en el inconsciente y lo llevamos como una carga odiosa en las estaciones de la vida. ¿Cuántos colombianos en lugar de una niñez de fantasía y juego sufrieron desde muy temprano las garras de la muerte y la destrucción en sus hogares, para no hablar de las carencias básicas en una sociedad estructuralmente injusta, diseñada para el privilegio? Vivir en Colombia es muy previsible por paradójico que parezca. El azar mismo está sometido a unas reglas estrictas. La mayoría, hagan lo que hagan, están condenadas a ser unas clases subordinadas a los intereses de los poderosos, a la lógica implacable del capital. El hecho de que una ínfima minoría merced a grandes sacrificios, trabajo y algo de suerte puedan trascender dicha condición subalterna y ascender en la escala social, no hace más que corroborar la premisa esencial del sistema: unos pocos mandan y los demás obedecen. La migralma se ha extendido como una pandemia y el desencanto es el pan diario con el que se alimenta mucha gente colombiana. Se multiplican las causas que agobian el alma: el odio, la falta de compasión, la indiferencia ciudadana, la destrucción incesante de la naturaleza, los dineros públicos en la bolsa corrupta de los políticos y sus cómplices. Un analgésico potente contra este tipo de migralma es el desarrollo de una conciencia democrática de que las cosas pueden ser cambiadas a fondo, de que cualquier poder o institución son históricos, por lo tanto, tuvieron un principio y pueden tener un fin. Una de las tareas más urgentes que tiene la institucionalidad de la paz es contribuir a sanar las heridas espirituales de la guerra y curiosamente no son las víctimas el principal obstáculo para ello, sino aquellas mentes que se nutren del resentimiento y la división, proclaman la venganza como su divisa y ahora nos gobiernan.
*Migralma (palabra que el autor de esta columna le dona al idioma castellano).