octubre 3, 2024 8:07 am
“Necesitamos crear un tipo de política en que los intereses comunes puedan coexistir con y prevalecer sobre los intereses privados”

“Necesitamos crear un tipo de política en que los intereses comunes puedan coexistir con y prevalecer sobre los intereses privados”

Por Francisco Celis Albán / El Tiempo

Santiago Castro-Gómez, doctor en filosofía de la Johann Wolf-gang Goethe-Universität, de Fráncfort, habla en esta entrevista de cómo opera la filosofía política, qué tiene que ver con la democracia, cómo nos afecta y por qué América Latina y Colombia han tenido dificultad en la comprensión y aplicación de conceptos como democracia y libertad. Explica por qué a los colombianos nos cuesta construir una democracia participativa.

En Colombia, la política ejercida por profesionales es motivo de excepcional recelo y razonable descreimiento, con algunas raras salvedades.

Las redes sociales y los medios de comunicación parecen reflejar de manera consistente tres formas de entenderla: 1) la indiferencia de quienes ignoran cuánto afecta su vida cotidiana; 2) la tentación de oficiar solo de críticos en un cotidiano muro de las lamentaciones, y 3) el clamor de que “hay que hacer algo”, a la espera de que alguien más lo haga.

Este Profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, autor de otros libros de  En ‘Revoluciones sin sujeto’ (Madrid, 2015) discute sus ideas sobre la democracia y la libertad con figuras contem- poráneas como Zizek, Badiou, Rancière, Laclau y Dussel.
¿Qué papel tuvo la filosofía en el nacimiento de la democracia?

La filosofía nace en Grecia, junto con la democracia. La filosofía necesita de y contribuye a crear un ambiente social de libre discusión y argumentación en el que ideas antagónicas puedan ser contrarrestadas, sin que ello signifique que los desacuerdos ideológicos se tengan que resolver por la fuerza. En realidad, eso mismo es la democracia.

A diferencia de lo que ocurre en la guerra, en la cual el objetivo es matar al enemigo para ganarla, en la democracia ya no hay enemigos sino antagonistas. Se trata es de derrotar políticamente al antagonista, no de matarlo. Todos somos ciudadanos, compartimos un mismo ‘ethos democrático’ aunque tengamos diferencias ideológicas. Vivimos un momento histórico en el que, por primera vez, los colombianos tenemos la oportunidad de construir una democracia real en la que los enemigos de antes puedan vivir como antagonistas.

¿Cuál sería un balance de los hitos alcanzados por la filosofía política en el siglo XX?

Hubo distintas corrientes, muchas enfrentadas entre sí. En los años 50 y 60, yo destacaría la figura de Hannah Arendt, quien puso de relieve la importancia de las instituciones democráticas después del auge de los totalitarismos en Europa. En los 70 y 80, las palmas se las llevó la obra de John Rawls, de gran influencia en Colombia. Él desarrolla una teoría normativa de la justicia que va más allá del liberalismo clásico y el utilitarismo. En polémica con Rawls, nace en los 90 el “comunitarismo”, que destaca la importancia de los valores cívicos y éticos asentados en la tradición de comunidades históricas específicas.

También en los 80 y 90 se empieza a desarrollar una corriente que podríamos denominar a grandes rasgos posmarxismo, empeñada en corregir el tradicional déficit de teorización política en el marxismo. A esta corriente pertenecen Laclau & Mouffe, Lefort, Castoriadis, Ránciere, Balibar y Zizek. Habría que mencionar, desde luego, los desarrollos de la filosofía política feminista con figuras como Judith Butler, Nancy Fraser, Seyla Benhabib y Bonnie Honig.

Por último, y también en polémica con el liberalismo, destacaría el redescubrimiento de la tradición republicana gracias a autores como Quentin Skinner, John Pocock y Philipe Pettit.

¿Qué legado nos dejó en ese sentido el posestructuralismo?

El mérito de autores como Foucault, Deleuze y Derrida consiste en haber resaltado el hecho de que la política no se remite solo al ámbito de las instituciones estatales o de los partidos políticos, sino que la subjetividad misma ha sido formada ya políticamente desde el comienzo y sus efectos se reproducen todo el tiempo en la vida cotidiana, en la forma en que consumimos, trabajamos, amamos y deseamos.

Su límite, especialmente en la obra tardía de Foucault, es haber creído que la transformación de la subjetividad es la última trinchera de acción política que tenemos a disposición, pues consideraba que el Estado ha sido ya colonizado definitivamente por la racionalidad económica y no es posible dar allí ninguna batalla.

Foucault desprecia la institucionalidad democrática porque la considera un instrumento de gobierno, disciplinamiento y normalización jurídica de la subjetividad.

¿Y ahí cómo se insertan las ideas de Habermas?

Jürgen Habermas desarrolla una teoría política en un libro titulado Facticidad y validez, publicado en los 90. Él pretende unir y superar al mismo tiempo dos tradiciones de pensamiento político, la liberal y la republicana, sobre la base de su teoría de la acción comunicativa. Y destaca la importancia normativa de los procedimientos racionales implícitos en toda deliberación democrática.

Tras la huella de Habermas emerge en Alemania una nueva generación de la escuela de Fránc-fort que reflexiona sobre cuestiones ligadas al reconocimiento del otro y la justicia política en sociedades multiculturales, en la cual se destacan las figuras de Axel Honneth y Rainer Forst.

¿Qué diría de los filósofos políticos en América Latina?

Por desgracia no ha habido tantos como se esperaría, en un continente lleno de contradicciones sociales y dificultades para construir instituciones democráticas.

Diría que son dos las figuras más importantes de la filosofía política en América Latina, ambos de nacionalidad argentina. De un lado tenemos la obra inmensa de Ernesto Laclau, tanto en su trabajo conjunto con Chantal Mouffe en la década de los ochenta como en su posterior libro La razón populista. Aquí desarrolla de forma muy creativa la noción de ‘populismo’ y muestra su importancia para la consolidación de una política emancipatoria.

De otro lado tenemos la obra de Enrique Dussel, sobre todo su monumental trilogía Política de la liberación, pero yo destacaría también obras menos densas como 20 tesis de política y 16 tesis de economía política. Dussel y Laclau han hecho interesantes aportes, basados en la experiencia política de América Latina.

¿Por qué a Colombia se le hace difícil la democracia?

Es un problema que compartimos con todos los países de América Latina. Esta región del mundo fue incorporada a la modernidad mediante la expansión colonial de Europa. Esto significa básicamente que los procesos de modernización (incluidos los de modernización política) se han dado junto con la reproducción de herencias coloniales y, en algunos casos, en dependencia directa de ellas. El resultado es que toda una serie de tendencias antidemocráticas ligadas a esas herencias (la aspiración a la blancura, el patrimonialismo de las élites, el gamonalismo, el machismo) han dificultado enormemente la modernización política de estos países.

La democracia que hemos tenido en Colombia es puramente formal (elecciones, separación de poderes, multipartidismo) y orientada básicamente hacia los ideales políticos del liberalismo (defensa de las libertades individuales).

La ‘idea’ de democracia, que conlleva necesariamente la participación activa del ciudadano en las decisiones que le afectan, no ha logrado consolidarse en Colombia. La gente desconfía de las instituciones, de los ‘políticos’, y no asume como propia la responsabilidad de construir unas instituciones publicas que sean de todos.

¿Qué necesita Colombia para ser una sociedad libre?

Una profundización de la democracia. Lograr que podamos vivir juntos, que podamos compartir y respetar unas reglas de convivencia pacífica, aun en medio de las divergencias ideológicas. Pero para eso no basta una libertad puramente “formal”, como la defendida por el liberalismo. La libertad no supone solo que el Estado deba garantizar la “no interferencia” sobre las libertades individuales, sino, por encima de todo, la garantía de que ningún ciudadano puede vivir en condición de servidumbre.

Esto significa que el Estado debe crear las condiciones para que ningún ciudadano tenga que vivir “a merced” de otros, sometiendo su voluntad a la arbitrariedad de la voluntad de otros. No puedo ser libre en medio de una sociedad donde predomina la servidumbre.

La libertad no es un atributo que se predica del individuo, sino del tipo de organización política que garantiza que todos puedan vivir autónomamente, en lugar de vivir como esclavos. Como bien dices, no es el individuo sino la sociedad la que es libre.

¿Qué papel juegan hoy los medios de comunicación en todo esto?

No puede haber democracia cuando la información se concentra en grandes monopolios. Que sean grandes consorcios privados los encargados de informar a los colombianos, de ofrecerles entretenimiento y educación nada tiene de democrático. Hay que fortalecer la televisión pública, convertirla en escenario de las cosas que ocupan y preocupan a la gente.

Pero, ¿las redes sociales no modificaron ya esta situación?

No creo que el problema de los monopolios se resuelva simplemente apelando a las redes sociales y al internet. Por fortuna esto se ha venido rompiendo en los últimos años, gracias a la proliferación de redes sociales que se mueven por canales diferentes.

Es verdad que la información se desconcentra, se diversifica, pero también se hace más voluble. No hay control alguno sobre la calidad y la seriedad de la información que circula por redes como Facebook, Twitter o Instagram. Y esto también es malo para la democracia porque afecta el derecho a la información veraz. Las redes sociales no pueden sustituir la televisión pública.

¿El ideal democrático podrá ser realizado alguna vez?

Parto de la premisa de que el hombre es un animal pasional y, por tanto, dispuesto a la violencia. Justo es por eso por lo que necesitamos la política. Su objetivo es crear las condiciones para superponer, sobre nuestra naturaleza pasional, una “segunda naturaleza”, de carácter político, que nos permita acogernos a valores comunes.

Desde luego, esto no significa que seremos capaces, alguna vez, de construir una sociedad compuesta de seres racionales y desapasionados, a la manera de ángeles. Por eso, los ideales normativos de la democracia van a chocar siempre con el cruel mundo de los intereses egoístas y con las viejas jerarquías sociales propias del mundo colonial.

Este es, precisamente, el desafío que tenemos ahora en Colombia. Necesitamos crear un tipo de política y un entramado institucional republicano que permitan que los intereses comunes puedan coexistir con y prevalecer sobre los intereses privados. Ese es el desafío democrático que se nos viene en los próximos años.

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