octubre 3, 2024 8:10 am
Ni un paso atrás

Ni un paso atrás

Por Alfredo Molano Bravo

El Ejército de Liberación Nacional, que en Quito tratará de llegar a un acuerdo con el gobierno de Santos, tiene una historia que se puede remontar hasta el siglo XIX.

La región de Chucurí, donde se instaló el primer comando en 1965, es una zona que ya por entonces tenía una larga tradición de lucha armada. Después de la sangrienta derrota de los ejércitos liberales en la guerra de los Mil Días, Uribe Uribe licenció parte de sus soldados en las cercanías de San Vicente de Chucurí. Muchos se metieron a derribar montaña y a hacer fincas de cacao. Eran gente liberal, malherida y radical. En 1929 el Partido Revolucionario Socialista, fundado por María Cano y Tomás Uribe Márquez, ante la represión de la huelga bananera en Ciénaga y dos paros de los obreros petroleros de Barranca reprimidos brutalmente, optó por una conspiración armada. Gobernaba Abadía Méndez. Pero la conspiración falló, salvo en El Líbano, Tolima, en la estación La Gómez de la línea del ferrocarril Bucaramanga-Puerto Wilches y en San Vicente. El Gobierno derrotó a los insurrectos muy rápidamente. Quedó la sangre. El 9 de abril de 1948 se levantaron de nuevo los obreros de Barranca. Como en muchos pueblos y ciudades, los liberales del puerto se tomaron la alcaldía, eligieron alcalde a uno de sus dirigentes, organizaron milicias armadas y minaron las instalaciones petroleras. Diez días después fueron derrotados por el Gobierno, y Rafael Rangel, el alcalde popular, huyó a organizar guerrillas en las selvas de Chucurí y del Opón. Muchos de sus seguidores habían participado en la frustrada conspiración de 1929. En la elección de Laureano Gómez resultaron medio centenar de muertos en San Vicente y la lucha armada liberal se extendió por todo el Magdalena medio. En 1953, Rangel entregó armas a Rojas Pinilla y fue elegido a la Cámara de Representantes. Las luchas obreras continuaron. Se fortaleció la Unión Sindical Obrera que impulsó la creación de Ecopetrol. Al mismo tiempo la colonización del valle del Magdalena Medio creció con campesinos que huyeron de la Violencia política desatada por el gobierno conservador y luego por Rojas en las cordilleras de Caldas, Antioquia, Boyacá, los Santanderes, Cundinamarca. Hubo brotes de resistencia por todas partes. Un ingeniero graduado en EE. UU., Federico Arango, se levantó en Puerto Boyacá y fue asesinado por el Ejército.

El triunfo de la revolución en Cuba tuvo repercusiones inmediatas en los movimientos estudiantil y obrero y, claro está, en los partidos de izquierda como el recién creado por López Michelsen Movimiento Revolucionario Liberal (MRL). De estos sectores salieron los primeros cuadros que, entrenados militarmente en la isla, regresaron a Colombia a crear un foco insurreccional y levantaron campamentos en la región de Chucurí. (¡Oh, Plinio, Plinio!) Su primera acción, la toma de Simacota. Nietos e hijos de los conspiradores de 1929 y de las guerrillas liberales de 1950 hicieron parte de los comandos. El Eln se volvió popular en sectores de izquierda, en las universidades, en sindicatos, en asociaciones campesinas. En ese ambiente cargado de rebeldía apareció la figura de Camilo Torres, que, perseguido por la jerarquía eclesiástica y por el Gobierno, terminó en las filas del Eln. Murió a los pocos meses y dejó un camino que seguirían de cerca o de lejos otros miembros de la Iglesia católica.

La muerte de Camilo, sumada a la gran derrota en Anorí en 1973, hundió a los rebeldes en una crisis profunda, de la cual fueron saliendo a la escena civil a mediados de los 1980 con la creación de “A Luchar”, que organizó el gran Paro del Nororiente –una región que aporta el 12% del PIB– en 1987 y las Marchas Campesinas en 1988 y aspiraba a convocar una Asamblea Nacional Popular con la consigna: “El pueblo habla, el pueblo manda”. Su fuerza principal echó raíces en el corredor petrolero Barranca-Tibú, y al ritmo de la construcción del oleoducto Caño Limón-Coveñas, extendió su presencia hacia Arauca, donde abrió nuevos frentes.

Llega el Eln a la mesa de negociaciones en momentos particularmente difíciles para el país. La derecha ha extremado sus demandas y tensado irresponsablemente la débil cuerda del cese del fuego bilateral. El aporte del Eln es decisivo si complementa, sin renunciar a sus reclamos históricos, el acuerdo de las Farc con el Estado colombiano e inclina claramente a la Iglesia en favor de la paz posible e inmediata. A la mesa de negociación de Quito se sentarán representantes muy respetables y reconocidos. La experiencia y la estirpe democrática de las cabezas del muñequeo, Juan Camilo Restrepo y Pablo Beltrán, abren un horizonte esperanzador. ¡Que el espíritu de Camilo Torres los ilumine!

El Espectador, Bogotá.

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