Por Eduardo Sarmiento Palacio
Luego de un gran despliegue periodístico, en días pasados se inició el ritual del salario mínimo. Las centrales obreras propusieron de entrada elevar el salario mínimo entre 5 y 8 % por encima de la inflación. Por su parte, el Gobierno presentó el estimativo de aumento de productividad de cerca de cero, que en el fondo no es otra cosa que la propuesta oficial y gremial de ajuste salarial. Así, para empezar hay una divergencia de más de 100 % entre la propuesta oficial y la de los trabajadores.
Lo curioso es que la propuesta oficial viene de los funcionarios y de los centros de estudio cercanos al Gobierno, que durante tres años negaron el deterioro de la economía colombiana. Cómo estarán de mal la producción y la productividad para que el ajuste del salario mínimo no pueda ser ni 1 % en términos reales.
Los trabajadores tienen razón cuando piden ajustes de más de 5 puntos sobre la inflación. En varios de los artículos que escribí en los últimos diez años sobre el salario mínimo, mostré qué el estimativo estaba basado en un procedimiento inadecuado. El cálculo de productividad del trabajo, que no es otra cosa que la relación entre la producción y el número de trabajadores, se realiza con una metodología que la promedia con la productividad del capital y, por lo tanto, la subestima. Por este camino se logró reducir los ajustes del salario mínimo del orden de un punto porcentual por año. No se entiende que los gremios todavía consientan el error y basen sus propuestas en la metodología oficial.
El juego aritmético tiene una gran responsabilidad en la caída de los ingresos del trabajo en el PIB. Cuando el país tenía las condiciones macroeconómicas para elevar el salario con gran flexibilidad no lo hizo, acumulando una brecha que deteriora la participación del trabajo en el producto nacional y la distribución del ingreso.
Lamentablemente, la pérdida del salario ya se gastó y se registra en menores ingresos del trabajo en términos del PIB. Si esta pérdida se quisiera corregir en un momento de estancamiento de la producción y el empleo, los beneficios de mayor salario se compensarían con la reducción del empleo y la elevación de la inflación. Lo que se plantea es un acuerdo entre los miembros de la mesa de concertación que reconozca que en adelante el ajuste del salario mínimo se estimará con la productividad del trabajo y que los atrasos del pasado se compensaran en un término definido.
Durante el predominio neoliberal la baja del salario apareció como la forma de propiciar el crecimiento económico y la estabilidad. El libre comercio, las privatizaciones, los reajustes del salario mínimo y la tributación indirecta eran formas disfrazadas para bajar el salario, en la creencia de que sería compensado por el mayor crecimiento y empleo. La realidad resultó muy distinta. A lo largo y ancho del mundo la participación del trabajo en el producto nacional disminuyó y la distribución del ingreso se deterioró. En Colombia el índice de participación del trabajo bajó entre 1990 y 2017 en más de 20 % y el coeficiente de Gini se colocó por encima de 0.52.
El dilema mundial es cómo se da marcha atrás en una concepción teórica y una política de desarrollo que ocasiona resultados opuestos a los buscados. ¿Cómo evitar que la reversión de las políticas de represión salarial se compensen con el aumento del desempleo? La respuesta es un nuevo modelo que opere sobre diferentes ángulos para elevar la remuneración laboral y evite las secuelas sobre el ahorro, el comercio internacional y el empleo, como serían la regulación financiera, el freno de las salidas de capitales a los paraísos fiscales y el regreso a una mayor protección externa mediante aranceles, subsidios y control del tipo de cambio.
El Espectador, Bogotá.