octubre 6, 2024 4:48 am
Temer, el abismo y después

Temer, el abismo y después

Por Atilio A. Boron

Una visita a Río de Janeiro me dio la oportunidad de conversar con numerosos amigos, militantes sociales y colegas que participaron en el estupendo seminario internacional que organizara la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) junto con otras instituciones académicas, en conmemoración del primer centenario de la Revolución Rusa. De esos fructíferos intercambios con mis interlocutores brota el siguiente diagnóstico sobre la situación brasileña, que me permito compartir con mis lectores.

A fines de agosto de 2016 una gavilla de bandidos del Congreso brasileño –varios de los cuales ya están en la cárcel condenados por delitos de corrupción-perpetró con la complicidad de la prensa canalla –con la Red Globo a la cabeza- y con el auspicio de la clase dominante y de “la embajada” un golpe de estado que presentaron a la opinión pública como si fuera el resultado de un “juicio político” y depusieron de su cargo a la presidenta Dilma Rousseff.  Esta había derrotado al candidato de la “derecha dura” en el balotaje de Noviembre del 2014, Aécio Neves, pero lo hizo en nombre de un gobierno que -en un acto que sólo puede calificarse como suicida- había desmovilizado y desorganizado al instrumento político que lo había instalado en el Palacio del Planalto, el PT. Privada de ese apoyo Dilma no tuvo fuerzas para resistir el chantaje de los mercados y del partido derrotado en las urnas y a la semana de asumir su segundo turno presidencial tuvo que designar un gabinete en el cual los cinco principales cargos quedaron en manos de integrantes del equipo de Neves, lo cual no podía sino terminar por desmoralizar y desarmar ideológica y políticamente quienes un par de meses antes habían ratificado su confianza en ella. La designación del cavernícola economista neoliberal de la Universidad de Chicago Joaquín Levy como Ministro de Hacienda marcó la total y definitiva sumisión de su gobierno ante el capital financiero. Por eso, cuando la asociación ilícita que se había apoderado del Congreso brasileño decidió eyectarla de su cargo nadie acudió en su auxilio y las calles y plazas de Brasil quedaron vacías. Un gobierno que había sido electo por más de 54 millones de brasileños fue incapaz de movilizar a unos pocos miles de sus partidarios para detener la conspiración de los mafiosos sentados en las bancas parlamentarias. Conclusión: la alianza político electoral que el PT sellara con los enemigos de clase, representados sobre todo por el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño, surgido en los años de la dictadura y partido del por entonces Vicepresidente Michel Temer) y con  otras fuerzas políticas de la derecha representantes del agronegocio y los evangélicos más reaccionarios;  el continuismo (si bien con algunos atenuantes en materia de política social) del paradigma macroeconómico neoliberal instalado durante el gobierno de Fernando H. Cardoso y la ingenua ilusión de creer que por llegar al gobierno una fuerza política conquista el poder tuvieron el lamentable remate que era de esperar, y Dilma fue su víctima. Una verdadera desgracia, para el pueblo brasileño y para todos los de Nuestra América. Desgracia que no fue el inexorable veredicto del destino sino producto de una acumulación de gruesos errores y extravíos políticos que arrancan desde el primer turno presidencial de Lula. Temas, por otra parte, archiconocidos, por lo que no viene al caso referirlos una vez más en esta breve nota.

Dicho lo anterior, lo más preocupante ahora es la ausencia de una alternativa política para poner fin a un gobierno tan reaccionario como el de Michel Temer. En principio Lula podría triunfar si se procediera a un llamado anticipado a elecciones directas, pero para eso se requeriría una enmienda constitucional que un Congreso corrupto hasta la médula no está dispuesto a aprobar. Recuérdese que el zar de la industria frigorífica mundial, Joesley Batista, afirmó haber comprado en los últimos veinte años la voluntad política de más de 1800 dirigentes políticos entre senadores, diputados federales, estaduales, intendentes y concejales, y no fue el único en hacer aportes para obtener favores legislativos o de las autoridades. Lo que se baraja entonces es la posibilidad de que se designe a un notable de la vida pública brasileña para que concluya el mandato de la fórmula Rousseff-Temer y se convoque a elecciones en Octubre del año próximo para elegir al próximo presidente. Hay unos pocos candidatos pero ambicioso como pocos Fernando H. Cardoso ya se autopostuló para ello, pero su nombre suscita intensas polémicas y moviliza viejos rencores en su propio partido, el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) y las demás fuerzas de la derecha. Claro que si la presión de la calle alcanzara inéditas cotas de movilización popular no sería imposible que, ante el temor de un derrumbe de la frágil institucionalidad democrática, los delincuentes del Congreso (no todos, porque obviamente hay unas pocas honrosas  excepciones) podrían ceder posiciones y habilitar el llamado a elecciones en los próximos meses. Menos probable sería una convocatoria para una nueva asamblea constituyente, tema tabú para los gobiernos de derecha de América Latina. Por supuesto que si tal cosa llegara a ocurrir el aparato judicial brasileño, socio inseparable de la derecha más reaccionaria del país, pergeñaría todo tipo de maniobras leguleyas para inhabilitar a Lula e impedirle postularse para ejercer cualquier cargo público en los próximos diez años y, de ese modo, sacarlo “legalmente” de la competencia electoral. O sea, un “golpe preventivo”.

Suponiendo que el miedo a un desborde pre-insurreccional convenza a la pandilla del Congreso de otorgar luz verde a la enmienda constitucional y se autorice el llamado a elecciones presidenciales anticipadas, lo que quedaría en pie, según mis informantes, es la incógnita acerca de si Lula en caso de ganar las elecciones trataría de hacer algo diferente a lo hecho durante su gestión presidencial anterior o si se contentaría con repetir lo actuado en el pasado. Porque si fuera para hacer lo mismo -y cometer los mismos errores que resultaron en la caída de Dilma: sometimiento al gran capital, desmovilización política y sindical, oídos sordos a los reclamos populares- el resultado final podría ser una crisis peor aún que la de estos días y la clausura, por mucho tiempo, de cualquier alternativa de izquierda. Tendría sentido un retorno de Lula si es que se propusiera desmontar el infernal predominio del capital financiero  , del agronegocio, de los sectores industriales paulistas agrupados en la FIESP, de la prensa canalla que envilece y envenena día a día a su pueblo y si, además, redefiniera la inserción internacional del Brasil rompiendo su escandalosa dependencia neocolonial de Estados Unidos promovida por Temer.  En caso contrario su regreso al Planalto sólo serviría para agudizar las contradicciones que hoy desgarran a la sociedad brasileña. No sería exagerado extender este razonamiento también a un eventual retorno de Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia de la Argentina, tema sobre el cual ya nos ocupamos en su momento y volveremos a hacerlo próximamente. En ambos casos la pregunta pertinente es: ¿retornar para hacer qué? Repetir lo bueno, en ambos casos, es urgente y necesario. Pero no lo es menos realizar una profunda autocrítica para evitar caer en los mismos desaciertos que provocaron, tanto en uno como en otro país, desenlaces tan deplorables como la inesperada victoria electoral de Mauricio Macri o el incontestado “golpe blando” de Michel Temer.

La urgencia de encontrar una salida a la crisis es vertiginosa si se toma en cuenta que el nivel de aprobación popular del presidente Michel Temer es inexistente en la medida en que oscila entre un 2 y un 4 por ciento y que los poderes fácticos que dominan Brasil ya han decidido soltarle la mano.  ¿De qué lo acusan? No de ser un corrupto, delatado pública e irrefutablemente por la grabación del ya mencionado Joesley Batista. Eso es lo de m enos. Su pecado ha sido su ineptitud para sacar las leyes que la derecha necesita: desmontar la legislación laboral procedente del varguismo y el “trabalhismo” brasileño y de los mejores años del PT –restableciendo jornadas laborales de 12 horas e instalando la precarización del trabajo- y establecer un nuevo régimen previsional que requeriría 49 años ininterrumpidos de aportes para acogerse al beneficio jubilatorio con lo que, de hecho, acabarían con la jubilación como derecho para la enorme mayoría de la población brasileña, situación que en los hechos ya existe en algunos países de la región. Pero sería injusto negar la saña antipopular del usurpador: logró aprobar una absurda –e inviable- enmienda constitucional (la PEC 55) que congela el gasto público en educación y salud por los próximos veinte años, hasta el 2036, y al igual que su colega argentino está atacando sin piedad a las universidades públicas algunas de las cuales padecen un retraso salarial de varios meses.  En un alarde de incompetencia la Cancillería brasileña, otrora considerada una de las más profesionales del mundo, ofuscada por su patológica obsesión por atacar al presidente Nicolás Maduro cometió un error que sin duda figurará imbatible en el libro de records Guinness. Al referirse al inminente viaje de Temer a Rusia (programado para el 20-21 de Junio) el sitio web de Itamaraty anunció, textualmente, que el presidente se dirigiría a la “República Socialista Soviética de Rusia” para entrevistarse con Vladimir Putin. La increíble gaffe permaneció en pantalla durante 22 minutos hasta que tsunami de burlas de los críticos del gobierno advirtieron a los funcionarios del ministerio de su grosero error y corrigieron la información. Un botón de muestra de la situación que hoy permea en el gobierno.

El problema es que siendo Temer corrupto e inútil no hay muchos con mejores credenciales que él, y por ahora se lo sostiene a la espera de la aparición de un mesías de una clase dominante profundamente dividida y carente de una alternativa política viable y eficaz, capaz de obtener del Congreso las leyes que otorgaría sello legal a un retroceso en materia de derechos laborales, previsionales y sociales a la época anterior al surgimiento del varguismo en los años treintas del siglo pasado. Buena parte de los dirigentes de sus primeras líneas están procesados o en la cárcel. Por una cruel ironía de la historia la única opción bien podría ser la de uno de los ex funcionarios de la CEPAL y (arrepentidos) fundadores de la teoría de la dependencia y ex profesor de “Metodología Marxista” en los cursos de la FLACSO de Santiago de Chile en 1967, Fernando H. Cardoso. Pero aún cuando tal cosa ocurriera, el nivel de corrupción del Congreso es de tal magnitud que para obtener una ley el eventual sucesor de Temer requeriría poseer algo más que la elegancia discursiva y la sutileza argumentativa de Cardoso. Tendría que reincidir en las tramoyas de rutina y re-editar las prácticas tradicionales del intercambio de favores y la compra de votos, y la situación judicial y el clima de la opinión pública no son para nada propicios para apelar una vez más a tales estrategias.

Por lo tanto lo que parece avecinarse es el derrumbe del sistema político, ya seriamente debilitado y deslegitimado por el sinfín de denuncias y delaciones por actos de corrupción y atribulado por una probable ofensiva popular de inédita envergadura en el país. El paro nacional del 28 de Abril tuvo una resonancia como tal vez nunca antes en la historia brasileña, y se vienen nuevas convocatorias. Las fuerzas de izquierda política, incluyendo un sector del ala más radical del propio PT (que había sido marginada por Lula y por Dilma, pese a lo cual en el último congreso del partido tuvo una actuación deslucida que en nada contribuyó a la necesaria autocrítica de la experiencia del gobierno petista) más un enjambre de organizaciones sindicales (principalmente la CUT (Central Única de Trabajadores, dirigida por el PT) y la CTB  (Central de los trabajadores y trabajadoras del Brasil, conducida por el PCdoB)  y diversos movimientos sociales entre los que sobresalen el MST (Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra), los Sin Techo y muchos otros parecen estar dispuestos a librar la batalla decisiva contra el régimen golpista y por la construcción de una genuina democracia. No obstante, allí también se encuentra una división en el campo popular entre quienes tienen como prioridad garantizar la candidatura de Lula en el 2018 y los que pretenden, antes que nada (y desentendiéndose de ese tema) poner coto a la contrarreforma de la derecha. Es un debate muy complicado y es difícil saber cómo será saldado. Lo único cierto es que si estas fuerzas no ganan la calle nada cambiará en Brasil.

El temor de la burguesía brasileña y sus jefes en el corazón del imperio es muy grande, porque la pertinaz recesión económica y la crisis de legitimidad que arrastra a toda la clase política, al empresariado, a los gobiernos estaduales y locales es de tal magnitud que las fórmulas tradicionales del compromiso de las oligarquías partidarias y el “jeitinho” politiquero que todo lo resolvía son dispositivos muy desgastados y demasiado débiles, que difícilmente podrían ser exitosos frente a una amenaza de la magnitud que tiene la que se yergue en la vereda de enfrente. Molecularmente se está constituyendo en Brasil lo que Lenin denominara una “situación revolucionaria”: los de arriba ya no pueden seguir dominando como antes y los de abajo (por lo menos un sector importante de ellos) no quieren seguir siendo dominados. Que esta situación desemboque en una salida revolucionaria requiere de una combinación de condiciones objetivas y subjetivas que el revolucionario ruso jamás concebía de manera mecánica o lineal, y que todo indica que aún no parecen haber madurado lo suficientemente en Brasil. Pero, sin llegar al  extremo revolucionario el desenlace de la actual crisis podría producir una radical modificación en la correlación de fuerzas que hoy opone a burgueses y proletarios, estos últimos definidos teniendo en cuenta las grandes transformaciones que el capitalismo contemporáneo operó sobre la estructura y la morfología del universo asalariado.  Más allá de esto, se impone aquí una vieja verdad: la solución de la crisis política brasileña no brotará del rodaje de las instituciones del estado, de los acuerdos parlamentarios o las sentencias de los jueces sino de la dinámica del conflicto clasista, del protagonismo de la calle. Es decir, de la movilización popular y la voluntad de lucha de las clases y capas populares resueltas a poner fin al ajuste y redefinir el rumbo de la sociedad brasileña. Sólo ellas podrán resolver el endemoniado entramado de corrupción, venalidad y latrocinio que caracteriza a la clase política brasileña. Tarea difícil,  muy difícil pero no imposible. Ojalá que las clases y capas populares tengan la clarividencia para discernir las vías de solución a la crisis, la organización que convierta su fuerza potencial en fuerza política real, y el valor para lanzarse a esa necesaria empresa de transformación revolucionaria y regeneración ética que tanto necesita el gran país sudamericano.

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