Por Omar Ospina García
Uno de los temas, ¡importante como el que más!, cuya solución no es posible en las redes sociales por mucho que se critique y se insista sobre él y por mucho que se acuse y se señalen culpables a diestra y siniestra, sobre todo por parte de una derecha que, como veremos, no tiene la menor autoridad moral para ello, es la corrupción. Es un mal planetario y, como no sabemos si hay seres humanos en otros lugares del cosmos, no digo universal. No hay en la historia un solo gobierno que pueda exhibir inocencia y pureza absolutas. Repito: Ni uno solo…
Ahora bien, ¿cuál es el sistema de gobierno que postula al dinero como el máximo valor, que divide a la humanidad entre ganadores (de dinero) y perdedores, que pone a la rentabilidad y a las ganancias por encima del ser humano y del trabajo, cuyo norte es la acumulación de riqueza y la maximización de utilidades? Respuesta evidente: el capitalismo. Sistema económico que va a todos los extremos para lograr su objetivo primordial, la acumulación de riqueza: eludir y evadir impuestos, trabajo mal remunerado, escondrijos fiscales a la riqueza, explotación de recursos naturales sin tasa ni medida, depredación ambiental, etc.
Objetivos casi exclusivamente fenicios, aminorados en mínima parte por la filantropía de unos pocos y la caridad que casi todos practican para lavar la conciencia.
Por esas razones, el capitalismo es esencial y filosóficamente corrupto, y en su proceder económico, industrial, comercial o financiero, con poquísimas y por lo tanto irrelevantes excepciones, no tienen lugar ni espacio la ética ni la justicia.
El socialismo, cuya esencia filosófica es la distribución justa y equilibrada, no igualitaria, de la riqueza, en función del trabajo como fuerza productiva y del capital como recurso financiero asociado el crecimiento, tiene otros objetivos: el bienestar de toda la humanidad.
Para el socialismo bien entendido, el trabajo, junto con el capital, son pilares del desarrollo, del crecimiento y del progreso. Y la propiedad, esa otra pata del sistema capitalista, según su ideólogo Adam Smith, no puede ser acumulada por el capital, que por sí solo y sin el trabajo es improductivo, sino distribuida equilibradamente en la sociedad, manteniendo en el Estado, en los Estados y naciones, la propiedad inalienable de los recursos naturales, que no pueden ser jamás propiedad privada de nadie porque son patrimonio de la humanidad toda.
Que no se hayan conseguido esos objetivos ni se haya aplicado la doctrina socialista en ninguna nación, sino apenas y durante un corto período su distorsión comunista, no significa que no sea el propósito final de su filosofía política. Pero a ese sistema también lo manejan, conducen y dirigen seres humanos. Por lo tanto, eliminar la corrupción en su interior, es igualmente imposible: el sistema no es corrupto; lo son en cierta medida, pero mucho menos que en el capitalismo (en el socialismo hay romanticismo implícito, en el Capitalismo hay utilitarismo básico) de algunos de los individuos que forman parte de él. En cambio, repito, el capitalismo es corrupto en esencia y por procedimientos.
En medio de un debate tan irrelevante en las redes, hay un punto recurrente, que oscila entre la imbecilidad y la ridiculez, fomentado por medios de comunicación capitalistas que, por su misma índole, tratan de impregnar con sus mismos colores de corrupción, a todo quien detente el Poder político, aunque no comparta sus objetivos. De ahí que desde la revista Forbes y semejantes, desde hace muchos años ha circulado la “notica” de la inmensa fortuna de líderes socialistas, principalmente de Fidel Castro, justamente por ser el más grande de los representantes del sistema socialista en el siglo XX en América: hay que ensuciarlo a como dé lugar para ponerlo al mismo nivel de los corruptos gobernantes del mundo capitalista.
¿Puede alguien con dos dedos de frente pensar que personas como Bolívar (acaudalado que sacrificó su fortuna por la Libertad de cinco naciones), Alfaro, Fidel, Mujica, el mismo Chávez y otros semejantes, hombres que construyeron su vida en función de un lugar en la historia, ensuciar ese lugar histórico acumulando algo tan deleznable, comparado con esa pretensión, como dinero o bienes de fortuna? Se necesita una conciencia muy sucia, una mentalidad Forbes, para pensar, creer y difundir semejantes versiones. Esos seres humanos nunca tuvieron la perspectiva de su camino en el bolsillo sino en la mente, en la conciencia de su lugar en la Historia. Pensar, difundir y sostener lo contrario sin absolutamente ninguna prueba y basados en rumores y chismes, va más allá de la imbecilidad y de la miseria intelectual y moral: se ubica en el ridículo.