Por Rodrigo Borja
El nombre de América -derivado del latín Americus- apareció por primera vez en el año 1505 en un pequeño libro titulado ‘Cosmographie Introductio’, que atribuyó equivocadamente el descubrimiento de estas tierras al navegante italiano Américo Vespucio.
Y muchas inconformidades suscitó tal denominación puesto que era inadmisible que un aventurero diera su oscuro nombre de corsario a las inmensas tierras descubiertas por Colón en una de las más arriesgadas e impresionantes hazañas de la historia. Colón llamó Indias a las tierras que descubrió.
Denominación que se originó en una equivocación geográfica: los hombres de las carabelas creyeron en 1492 que habían llegado a la India y no a un continente nuevo y desconocido. Hasta ese momento los europeos solamente conocían la existencia de tres continentes: el suyo, África y Asia. Con África habían mantenido relaciones de guerra y de intercambio ciertamente intensas. Y de Asia importaban porcelanas, sedas, joyas, perlas, oro, plata, especiería y otros productos.
Cuando los turcos otomanos cortaron en 1453 la ruta tradicional que conectaba Europa con Asia Menor, se le ocurrió a Colón buscar una nueva ruta hacia los pueblos de Oriente a fin de canalizar su comercio. Fue en esas circunstancias que emprendió su viaje al Oriente por el Occidente, dada su sospecha de que la Tierra era redonda. Y después de dos meses y medio de larga y fatigante navegación llegó el 12 de octubre de 1492 a una isla -que los nativos llamaban Guanahani y que él la bautizó como San Salvador- y después a otras que supuso que eran la parte occidental de la India.
Y por eso llamó “Indias” a esas tierras. Solamente años después, con el hallazgo del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa y la navegación de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano por sus aguas, se percataron los europeos de que habían descubierto un nuevo continente -un “mundus novus”-, del que dio razón un oscuro navegante florentino llamado Américo Vespucio en las cartas que escribió a sus patrones italianos. En ellas afirmó que esas tierras no eran las de Asia sino otras muy distintas.
Eran unas tierras de dimensiones tan gigantescas, de valles y montañas colosales, de ríos tan caudalosos y de suelos tan fértiles, que las nociones del espacio y la distancia europeos resultaban en ellos totalmente inadecuadas. Según dicen los escritores Arturo Ardao, en su obra ‘Génesis de la idea y el nombre de América Latina’, e Ignacio Hernando de Larramendi, en su ‘Utopía de la Nueva América’, fue el colombiano Torres Caicedo quien utilizó por primera vez, bien entrado el siglo XIX, la expresión América Latina para referirse a los países colonizados por España, Portugal y Francia en esta parte del planeta. Y el nombre se generalizó.