Por Alfredo Molano Bravo
En un reciente reportaje –muy mentado, por cierto–, el embajador de EE. UU. afirmó que están sinceramente “interesados en ver el problema (del narcotráfico) desde las raíces… de darle a esta gente ya involucrada en la economía cocalera una manera digna, lícita, para ganarse la vida”. Un gran propósito, sin duda. Pero para EE. UU. la raíz es simple: los campesinos están “cautivos de las organizaciones ilegales”. Cuando un problema tan profundo como los cultivos de uso ilícito se identifica con el narcotráfico, se llega a esa malhadada conclusión: los narcos son empresarios mafiosos del dinero sucio, que tienen presos a los campesinos. La raíz es el mal, y el mal sólo se puede liquidar con la fuerza del bien, la represión: extradición y fumigación.
El embajador se desmonta por las orejas. Reconoce que es necesaria la sustitución de cultivos, pero que su gobierno no se puede meter en eso porque en ese programa están involucradas las Farc, consideradas una fuerza terrorista. Para sustituir los cultivos —dice— está Rafael Pardo, ministro del Posconflicto.
Rafael Pardo, a quien elogié cuando fue nombrado ministro de Defensa; critiqué siendo Consejero de Paz y director del Plan Nacional de Rehabilitación, encargado en ese entonces de la erradicación y la sustitución, fracasó en el intento de liquidar a las Farc con la toma de Casaverde y fracasó también con la erradicación y la sustitución de los cultivos de coca y amapola. Y hoy nada ha hecho por ir a la raíz del problema: el endeudamiento de los colonos con los comerciantes, la falta de vías, la falta de precios de sustentación, la falta de crédito, la falta de títulos de propiedad, la falta de protección del Estado sobre sus tierras.
En sustitución poco ha hecho el Ministerio del Posconflicto. Casi nada. Programitas sueltos, incoherentes, manejados con ilusiones y demagogia barata. Sobre erradicación se muestran cifras infladas, cifras políticas, con la esperanza de que Trump no descertifique al país, pero poco se puede mostrar de la sustitución, que es la única acción que puede llegar al origen del problema. Más aún, hasta se dice que la sustitución es la base de la erradicación. Válido. Cierto. Justo. Pero de ahí a que se siembre una platanera a cambio de una cocalera hay mucho trecho. Se publicitan programas de sustitución y hasta han aparecido fotografías de Pardo arrancando una mata de coca —que parecería que está haciendo un approach de golf— mientras Eduardo Díaz mira con cierto escepticismo. Más aún, el Gobierno publica cifras del número de acuerdos de sustitución firmados, pero no puede mostrar un solo número —ni siquiera de un dígito— de programas exitosos donde hubo coca y ahora hay, por ejemplo, yuca, plátano, arroz, maíz, vacas, conejos. Cualquier cosa. ¡Nada! ¡No es cierto que se esté sustituyendo! No es lo mismo presentar listados larguísimos de familias comprometidas con erradicación que mostrar familias beneficiadas efectivamente por uno de esos programas, que sólo existen en los computadores del Ministerio del Posconflicto.
La realidad, señor embajador, es que sin sustitución no hay erradicación, ni voluntaria ni forzada.
El Espectador, Bogotá.