Hernando Gómez Buendía*
La minoría menos minoría
El presidente Iván Duque fue elegido por 2´358.240 votos más que su contendor, y no hay duda ninguna sobre la legitimidad de su acceso al poder. El sistema de la doble vuelta se inventó precisamente para que el nuevo gobernante tuviera el apoyo de la mayoría absoluta (mitad más uno) de los votantes, y el presidente Duque lo logró de manera contundente.
Pero el extraño sistema colombiano también implica que el presidente Duque fuera elegido por tres olas o grupos muy distintos de votantes: los 4´049.509 hinchas de verdad que lo escogieron en la consulta, los otros 3´573.348 que lo apoyaron en primera vuelta, y los otros 2´7881.832 asustados de Petro que completaron el saldo en la segunda vuelta.
De hecho, Fajardo estuvo cerca de superar a Petro en la primera vuelta y -según las encuestas- le habría ganado a Duque en la vuelta final. Esto quiere decir que el candidato que resulta elegido no necesariamente es el que habría preferido la mayor parte de la gente o sea, en términos simplificados, que aquellos 6´349.189 votantes “extra” no necesariamente hubieran preferido a Duque.
Dicho de otra manera: el elegido en un sistema de rondas sucesivas no necesariamente “representa” o “sintoniza” con muchos de sus votantes, de modo que una minoría puede quedarse con la Presidencia.
En este caso se trataba sin duda de la minoría menos minoritaria. En medio de la fragmentación y confusión que precedió a las elecciones (29 candidatos iniciales, cinco opcionados en primera vuelta), Uribe era el principal líder de opinión, y la del Centro Democrático (CD) fue la lista más votada al Senado (la segunda a la Cámara): la más fuerte o menos débil de las fuerzas políticas se llevó el premio gordo.
Iván, ¿quién?
Dentro de un movimiento caudillista, el camino de Duque consistió en ascender sin mucho ruido los varios escalones que lo pondrían en el trampolín para la Presidencia: asesor del expresidente en una misión ocasional de Naciones Unidas, congresista acusioso al lado de su jefe, precandidato menos extremista que sus competidores, ganador de unas curiosas encuestas de opinión, candidato oficial del CD con cuyo apoyo se impuso en la consulta del “no”, puntero en primera vuelta…y presidente elegido con el mayor número de votos en la historia.
De esta manera tenemos que a la Presidencia llegaron la principal minoría de Colombia, la derecha dura que encarna el uribismo y el joven desconocido que hoy está gobernando.
Esa falta de pasado fue el secreto de su triunfo, porque Duque no alberga los rencores que envenenan la política y de los cuales estamos hasta la coronilla: ¿cómo podría tener rencores, si ha sido un consentido de la vida?
Igual que todos sus pares en el mundo, Iván Duque llegó a la Presidencia con las cosas que traía, es decir:
- Con juventud, optimismo y genuina falta de odios, que son sus grandes virtudes personales y políticas;
- Con un talante o una manera de ver el mundo conservadora y católica, que viene de su hogar, de su universidad y de su entorno social y cultural;
- Con un inglés fluido y la superficial formación técnica que derivó de su trabajo de mando medio en el BID y sus posgrados-para-burócratas;
- Con un falta de experiencia angelical en las bregas reales de Colombia y pocos años de su vida adulta en el país que vendría a gobernar.
La agenda tras la agenda
La palabra que más se ha repetido en los discursos de Duque es “unidad”. Desde la noche de su triunfo y el día de su posesión hasta el último “consejo comunitario”, su invitación sincera y reiterada ha sido a “doblar la página” y a trabajar unidos por Colombia.
Este doblar la página tiene todo el sentido para el público, porque sería superar la polarización que bajo Uribe y Santos nos dividió de modo tan amargo. Los bandos de esos 16 años fueron los halcones y las palomas discutiendo sobre cómo acabar con las FARC: por las malas, como Uribe, o resignándose a sentarse a negociar con ellas, como Santos. Así que ahora que las FARC no existen, parece obvio que debemos enterrar las diferencias.
Lo que nunca percibimos –y nunca nos dijeron- es que el asunto no paraba allí. Acabar con las FARC a las malas era apenas la punta del iceberg de una ideología o un proyecto de país que se basa en el orden, la autoridad, la legalidad, la religión y la familia. Negociar con las FARC y parar el desangre eran apenas el paso necesario para que la izquierda pudiera hacer política sin trabas y los de “centro” pudieran dedicarse a construir un país moderno.
Por eso la “unidad nacional” de Duque se basa en suponer que las rencillas del pasado eran todas mezquinas o infundadas. Pero las diferencias que de veras importan no son las del pasado, sino las del presente y el futuro: la verdadera unidad nacional pasaría por un acuerdo difícil y complejo con la izquierda y el centro, un acuerdo que por supuesto no está en la agenda ni en el radar del presidente Duque.
Y así, en resumen y sin darnos mucha cuenta, sucedió que las FARC se acabaron y que el programa más integral y más profundo de la derecha dura llegó al poder en cabeza de un buen tipo.
Sin la estridencia (y, esperemos, sin los nexos oscuros) de Uribe, lo que sigue es el proyecto de la vieja derecha colombiana pero ahora sin la sombra de las FARC. Como dirían los escritores de antes: la diferencia entre Duque y Uribe es Suaviter in modo, Fortitier in re, un estilo más amable pero un impulso más firme.
Geografía del poder
Dicho del modo más brusco, los tres pilares de un proyecto de derecha dura son los gringos, el ejército y los ricos, que por eso cooptan o controlan los tres instrumentos principales del Estado: la política internacional, la política de orden público y la política económica.
En el caso de Duque y también de un modo brusco, se diría que entregó su política exterior a Estados Unidos, su política de seguridad al Centro Democrático y su política económica a los gremios. Esta “entrega” ha sido voluntaria, en el sentido de que las respectivas directrices corresponden al talante del primer mandatario.
En cambio el Duque joven y renovador se reservó los ministerios técnicos que forman el grueso de la administración pública y proveen los servicios de interés ciudadano. Esta es la cara amable de su gobierno y la que envía el mensaje, hoy apremiante, de que no habrá más corrupción ni mermelada.
Pero aquí entra el problema del manejo del Congreso y la extraña relación entre el jefe del Estado, el senador-caudillo que lo eligió presidente, y las bancadas que piden mermelada.
Me valgo de la caricatura anterior para delinear el panorama, pero el juicio sereno se basa por supuesto en un examen completo de los actos y las declaraciones del presidente y su equipo hasta el momento. Paso entonces a mirar las varias áreas de política.
1. Por cuenta de los gringos
En su primer viaje como presidente electo, Duque se reunió con los cuatro personajes más sombríos del gobierno Trump: la jefa de la CIA, el jefe de la Oficina de Drogas, el asesor de seguridad Balton y el secretario de Estado Pompeo. Nada de secretario del Tesoro o de Comercio, de alguien que no le hablara de Maduro o de la droga.
Después habló con Almagro en la OEA, dos veces con Pence, visitó al rey de España, invitó a Trump y anunció viaje al Vaticano, no sin antes despachar a Ordóñez y a Pachito para Washington.
Total: dos prioridades categóricas en materia de política exterior.
- Tumbar a Maduro. De aquí la denuncia formalante la Corte Penal Internacional, la salida de UNASUR, el abstenerse de excluir la intervención militar (después de todo, hay petróleo en Venezuela), o -en resumen-, encabezar una pelea que cualquiera debería encabezar menos Colombia porque tenemos lo más que perder. El consuelo es el pacto de papel que logró el Canciller para que buenamente nos repartamos los migrantes y la “comunidad internacional” ponga la plata (como si lo hubiera hecho alguna vez).
- Acabar los cultivos de coca, que aumentaron por la no fumigación y porque los gringos están comprando más. Por eso el compromiso categóricode Duque, la certificación condicionada a un año, los dólares (no muchos) que nos mandan… y la guerra que se viene contra los cocaleros.
2. Lo paz, q.e.p.d.
Este asunto es crucial para el CD y por eso ha sido cogestionado entre Duque y su bancada:
- Con apoyo del entonces presidente electo, la bancada comenzó por enredar el reglamento de la JEP y buscar más impunidad para los militares y “terceros” responsables de crímenes de guerra. Después presentó un proyecto para no molestar a los que se quedaron con las tierras de los desplazados y otro para que la inteligencia militar no pueda ser utilizada por la Comisión de la Verdad.
- La hoja de ruta del presidente y su equipo ha consistido en acabar de pagarles las mesadas a los exguerrilleros y olvidarse del partido de las FARC, congelar las reformas sociales convenidas, proponer que se acaben los delitos conexos para que las futuras insurgencias no puedan financiarse, y seguir negociando con el ELN solo si este se rinde de antemano.
3. El orden a las malas
La búsqueda del orden es lo que Duque llama la “legalidad” o “el que la hace la paga” -y esto sin duda merece el aplauso de la gente-.
Pero se trata de un orden impuesto desde arriba –no construido desde abajo y desde el lado- y a cargo de policías, digamos, “corruptibles”. En fin, la mano dura o súper-dura que ha fracasado en todas partes de América y del mundo pero Colombia quiere repetir, comenzando con el decreto para decomisar cualquier dosis de droga.
Esa visión del orden se concreta también en el plano de la cultura (por ejemplo, el ministerio de la Familia anti-gay que propone un aliado de Duque en el Congreso), o en el plano de las luchas sociales, con perlas del min-Defensa como exigir que las protestas populares “representen el interés de todos”, o afirmar que son financiadas por mafias cuando son mafias las que están matando a los líderes sociales.
De la misma cosecha es el anuncio de regular la consulta previa “en actividades estratégicas, de utilidad pública e interés nacional”, o la propuesta más aparatosa de limarle a la Constitución el único diente que le servía de algo: la tutela.
4. La plata es pa´ los ricos
La estrategia económica de Duque es la misma de todas las derechas en el mundo: reducirles las trabas e impuestos a los empresarios para que ellos inviertan, creen empleos y eleven los ingresos de los trabajadores, de manera que estos puedan pagar más impuestos … y el ciclo se reinicie para dicha de todos.
Esta teoría ha sido dignificada por premios Nobel como Mundell (1999) o por la célebre “curva de Laffer” que la vuelve matemática, y sin embargo no funciona porque el mundo real no es tan sencillo: (i) los impuestos son apenas uno de los costos que afectan a las empresas, raramente o jamás el principal; (ii) no importan las tarifas nominales sino las que se pagan en la realidad (según la Comisión Tributaria, Colombia en teoría tiene unas tasas empresariales muy altas, 43 por ciento en 2017, que en la práctica quedan entre 22 y 27 por ciento), y para peor, (iii) los empresarios no siempre reinvierten productivamente esos impuestos (en Estados Unidos se estima que más de la mitad de los 1,5 billones del alivio de Trump -0,8 billones- se están gastando en recomprar acciones de la propia compañía para aumentar el patrimonio de sus dueños).
En todo caso la rebaja de impuestos para los empresarios –así haya que aumentárselos “temporalmente” al resto de la gente- es la señal más clara que ha emitido hasta ahora el ministro de Hacienda. Y a esto se suman tanto los ocho ministros que vienen de los gremios como los pre-anuncios de desmonte de las regulaciones que protegen al medio ambiente (lloverá glifosato y habrá fracking), a los trabajadores (la flexibilización laboral que sugiere min-Trabajo) o a los ahorradores (como sería el caso de la reforma pensional).
5 y 6. Técnicos y políticos
La cuota “reservada” para el presidente son los ministerios técnicos, donde nombró igual número de hombres y mujeres, conocedores del sector, jóvenes, muy bien calificados y sin tachas en sus hojas de vida. Este es el gabinete de opinión, el gran acierto de Duque y la esperanza de un manejo responsable del aparato del Estado.
Y sin embargo ya se oyen notas desafinadas que podrían deslucir al director de orquesta: la del fracking, la de min-Justicia vacilante en materia de decomiso de drogas, la del ministro que anuncia más impuestos a título personal.
Y queda la ministra del Interior, cuya tarea habría sido entenderse con Uribe para que él manejara el Congreso sin que Duque padeciera ese desgaste. Pero entre la falta de mermelada, la indagatoria a Uribe, la amargura de Vargas Lleras, la derrota en la elección del Contralor y el invento de que cada partido tenga que declarar su posición, el presidente quedó con una frágil e inestable mayoría en el Congreso.
E infortunadamente, en esa hora y punto se ahogó la única “unidad nacional” que era posible de labios para afuera y que Duque en efecto convocó: el pacto contra la corrupción que recoge un clamor general y que tiene sin embargo tres problemas. (i) Que los remedios, cuando más, son puntuales. Pero el mal es endémico. (ii) Que se puede encontrar un argumento para que casi cualquier reforma le sirva a ese propósito (y esto incluye el proyecto de reforma a la justicia, donde los congresistas ¡volverían a escoger las cabezas de los entes de control!) -. Y (iii) que son los congresistas quienes redactan las leyes.
¿Y qué?
He tratado de incluir todos los hechos y dichos destacados del presidente, el equipo y el partido del gobierno que comienza. Me dirán que este juicio es prematuro o aguafiestas: ¡Ojalá!
Pero no he hecho sino tomar nota de que el presidente, su equipo y su partido caminan como patos, tienen patas de patos y hacen ¡cuac!
Afortunadamente cada quién tiene el derecho de soñar con el país que se le dé la gana, y tal vez haya 4´049.509 ciudadanos felices porque por fin se está cumpliendo su proyecto de derecha-derecha en Colombia. Para los otros 6´349. 180 anti-petristas, para los 8´040. 449 que votaron por Petro y para los 868.368 que votamos en blanco, el camino del presidente Duque es sorprendente, o inquietante, o alarmante.
Pero las elecciones tienen consecuencias y los colombianos ya fuimos a elecciones.
* Director y editor general de Razón Pública.
Fuente: Razón Pública https://goo.gl/jq9shA