POR JUDITH BUTLER
El 4 de septiembre pasado, 160 miembrxs de la comunidad de la Universidad de California (UC), Berkeley, recibimos una carta del consejero en jefe de la institución, David Robinson, en la que se nos informaba que habían sido remitidos archivos con nuestros nombres a la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación (DOE), en respuesta a la investigación iniciada desde dicha Oficina sobre supuestos casos de antisemitismo en los campus universitarios.
Al recibir la notificación, aún no sabía cuántxs de nosotrxs figurábamos en esos archivos, ya que la Universidad de California había asegurado a la comunidad universitaria que solo cumpliría con lo mínimo exigido. En ese momento justo estaba escribiendo sobre Kafka y la ley, así que le notifiqué al Consejero en Jefe sobre cómo creía que mi trabajo y su misiva parecían converger. Transcribo a continuación una versión ligeramente editada del correo electrónico enviado a Robinson y a las oficinas legales de la Universidad de California -Berkeley- el día 7 de septiembre.

Estimado David Robinson,
No estoy segura de si nos conocemos, pero quiero presentarme como Profesora jubilada, dedicada actualmente a actividades académicas financiadas con subvenciones de la UC Berkeley, y nombrada Profesora Distinguida en la Escuela de Posgrado de dicha institución. En mis años de enseñanza de Literatura Comparada, impartí muchos seminarios sobre Kafka y la ley. A menudo, dichos seminarios trataban sobre los modos en que la suspensión del debido proceso y la normalización de la detención indefinida eran plasmados en términos ficcionales, que resonaban íntimamente con la práctica jurídica real.
Como usted ya sabrá, Kafka no solo fue un gran escritor en lengua alemana, sino también miembro de la comunidad judía checa que participó en el debate sobre las tradiciones del derecho judío. Formado como abogado, pasó la mayor parte de su vida adulta litigando en torno a reclamos por lesiones físicas sufridas por obrerxs en sus espacios de trabajo. Kafka se aseguraba personalmente de que se respetaran los procedimientos y de que las audiencias fueran justas. Por las tardes, y especialmente los domingos, intentaba escribir.
Sus parábolas en particular investigan alrededor de si aún podemos esperar justicia de la ley, o si el proceso legal se desvía tan drásticamente del camino de la justicia que por ahora solo podemos contar historias sobre cómo las esperanzas de justicia son arruinadas por los mismos procedimientos legales. Éste es el tema de mi actual beca de investigación, y espero tener el manuscrito final terminado para finales de 2025.
Mucho de lo que argumento e investigo alrededor de Kafka puede hallarse de forma más dramática en su conocida novela, ‘El proceso’. La novela comienza con un oficinista llamado K., quien una mañana es despertado por dos caballeros que afirman representar a la ley, pero que parecen pertenecer al mismo lugar de trabajo que K. Su estatus permanece siempre en la ambigüedad. En cualquier caso, le informan a K. de que existe una acusación contra él, a lo que K. pregunta razonablemente: ¿en qué consiste la acusación? Los caballeros le explican que no pueden decírselo. De hecho, parece que realmente no lo saben. Aparecen como emisarios siniestros que no conocen o no quieren decir cuál es realmente la acusación contra K.
Cuando K. les inquiere sobre cómo puede dilucidar el contenido de la acusación, los caballeros lo envían por varios caminos de una ciudad que se parece bastante a la suya (Praga), hasta un edificio cuyas puertas son infranqueables. K. Intenta en vano encontrar a alguien que le diga de qué se lo acusa, mas no encuentra a nadie. Se supone que debe prepararse para un juicio, pero ¿cómo puede hacerlo sin saber de qué se le acusa? Tras muchas páginas de espera y preguntas sin demasiado resultado, queda claro que este compás de espera para saber qué se ha alegado en su contra es el juicio en sí mismo. K. aguarda que se inicie un procedimiento justo, pero esto nunca sucede.
Uno de los problemas que afronta K. es seguir creyendo que existen garantías procesales y procedimientos establecidos para tramitar las denuncias, quejas y acusaciones contra él, y que el derecho a conocer y rebatir los cargos que se le imputan formará parte de ese procedimiento. Que se tendrá en cuenta su propia defensa antes de tomar cualquier medida. K. intenta buscar asesoramiento jurídico, pero los abogados con los que se reúne están igualmente desconcertados por el carácter arbitrario y ominoso del proceso.
Como alguien formado en la tradición jurídica estadounidense, usted reconocerá que K. aguarda desesperadamente que se le conceda el equivalente a las protecciones que ofrecen las enmiendas sexta y decimocuarta de la Constitución norteamericana. Es decir, el derecho a contar con un abogado, a un jurado imparcial y a saber quiénes son sus acusadores, tanto como la naturaleza de los cargos y las pruebas en contra de una persona acusada de cometer un delito.
Estimo que usted también estará familiarizado con estas garantías, ya que funcionan como la política declarada de la OPHD (Oficina para la Prevención del Acoso y la Discriminación). Dicha política es la siguiente:
“Para tramitar las denuncias sobre cualquier forma de discriminación y acoso, la OPHD sigue el proceso de resolución establecido en la política del sistema de la UC, que se corresponde con el procedimiento de implementación declarado en el campus. Estos procesos se han desarrollado para que cada caso se revise y se aborde de manera coherente. Nuestro objetivo es trabajar con quienes presentan denuncias de conducta indebida, con quienes responden a esas denuncias y con cualquier otra persona que aporte información al proceso de recopilación de datos, de la manera más transparente y respetuosa posible para todos los involucrados. La función de la OPHD se centra en ofrecer un proceso de resolución justo y objetivo, en lugar de apoyar a una de las partes frente a la otra”.
En efecto, esta política de la OPHD tiene por objeto garantizar que se contacte a las personas que se encuentran en la situación de K., se les informe de la denuncia, se las invite a una reunión y se les informe de los recursos a su disposición, incluida la llamada «mediación de denuncias» que no implica necesariamente recurrir al sistema judicial. La advertencia que figura en la carta de la OPHD -de que puede ser necesario «presentar» nuevos materiales de prueba- no indica expresamente si la Oficina está solicitando la divulgación de información o una forma adicionales de formular acusaciones infundadas y no juzgadas.
Por supuesto, yo no soy K., pero por alguna extraña razón actualmente me identifico con su situación. En la carta recibida el 4 de septiembre, solo me informan de que han enviado «un expediente o informe relacionado con presuntos incidentes antisemitas», en el que aparece mi nombre. Hay dos aspectos de esta comunicación que pueden llamar la atención de cualquiera que haya leído la obra de Kafka. El primero es que usted da a entender, sin decirlo abiertamente, que se me ha acusado de antisemitismo o que mi nombre está relacionado con un incidente de ese tipo. Pero asimismo usted es un poco más cauteloso al enunciar que el incidente de acoso o discriminación antisemita es «presunto», lo que significa simplemente que la acusación no fue revisada ni juzgada, sino que se dejó tal cual fuera enunciada en su momento.
En lugar de tratar el informe según el procedimiento correspondiente, tal y como le obliga tanto la Constitución de los Estados Unidos como la política de la Universidad de California, usted remite la denuncia, sin que haya sido juzgada, a una oficina del Gobierno Federal.
Al parecer, el hecho de que la denuncia sea justa o no es irrelevante, ya que se ha presentado una denuncia y eso parece ser suficiente para remitir mi nombre a la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación (agrediendo claramente mis derechos civiles), donde figurará en una lista y la misma se utilizará de la forma que dicha oficina y dicho gobierno consideren oportuna.
Me pregunto: ¿apareceré ahora en una lista del Gobierno Federal? ¿Se restringirán mis viajes? ¿Seré vigilada? ¿No le genera algún remordimiento enviar a dicha Oficina Federal los nombres de lxs «miembrxs de la comunidad de la Universidad de California en Berkeley», tal y como nos llama en su carta, sin haber cumplido con las mínimas normas básicas del debido proceso, institucionalizadas tanto en la legislación estadounidense como en la política de la Universidad de California? En el mismo sentido, cabe recordar que entre las personas cuyos nombres se facilitaron se encuentran estudiantes con visados y profesores adjuntxs que no gozan de la protección de la libertad académica.
Como sabemos por las medidas tomadas contra estudiantes de Columbia, Harvard y Tufts, por nombrar algunas universidades, todxs ellxs corren el riesgo de ser detenidxs, deportadxs, expulsadxs, acosadxs, despedidxs e incluso aprehendidxs ilegalmente en la vía pública.
De mi parte, puedo decirle que soy una persona relativamente privilegiada que encontrará la manera de sobrevivir a cualquier medida que el gobierno pueda tomar en mi contra, pero la idea de que hayan sometido a varixs profesores, miembrxs del personal y estudiantes a una vigilancia generalizada me resulta una violación inaceptable de la confianza, la ética y la justicia. Insto a la OPHD a que insista en sus poderes y no ceda a las exigencias federales.
Les exijo que adopten una posición de principios a favor del debido proceso, la revisión justa y los procedimientos conformes a derecho que han guiado a la UC Berkeley antes de esta intervención sin precedentes en lo que debería ser una cuestión de autogobierno académico. No sacrifiquemos nuestra integridad como institución ante formas legalistas de intimidación y extorsión por parte del Gobierno Federal.
Al igual que K., me gustaría pensar que vivimos en un mundo en el que las acusaciones no se consideran ciertas hasta que se someten a los procedimientos adecuados, y que no ponemos en peligro a una persona enviando una acusación infundada y sin juicio al Gobierno Federal en este momento de la historia de la humanidad.
Quizá sea una tonta y solo pueda vivir en el mundo de las parábolas. Por suerte, aún tengo mis libros. Pero no puede ser una completa tontería resistirse a la injusticia cuando aparece de forma tan clara, como supongo que usted también debe haberlo notado.
Atentamente,
Judith Butler
https://www.thenation.com/, Nueva York.