POR OCTAVIO QUINTERO
La posverdad, “distorsión deliberada de la realidad” (DRAE), no solo es «distorsión deliberada», sino arquitectura global de poder que gobierna desde ‘La mentira organizada’, de la que hablo en mi libro, convertida en sistema operativo del mundo contemporáneo; apoderada de la industria mediática potenciada por la masificación digital, cómplice estructural de la posverdad, que fabrica realidades alternativas protegiendo intereses privados y geopolíticos.
Es, en summum, no un simple jinete más del Apocalipsis, sino la montura en que cabalgan todos los otros jinetes, aperada con redes sociales, algoritmos y narrativas prefabricadas, convirtiendo al ciudadano promedio, bombardeado por titulares, medios corporativos y opinadores profesionales, en rehén de una mentira organizada.
Dos ejemplos al canto: seguimos considerando «guerra» el genocidio en Gaza y consintiendo, y hasta aplaudiendo, que el país de mayor consumo de estupefacientes (Estados Unidos) censure al país que más lucha contra el narcotráfico (Colombia).
Causa desazón cuando la posverdad reconfigura y tapa delitos como políticas públicas. Los medios han dejado de informar para convertirse en curadores de realidades paralelas. La veracidad ya no se busca; más viene a ser lo que se produce, se distribuye y se monetiza.
Se ha creado un modelo de consumo informativo que para informarse hay que estar bien informado para poder discernir entre verdades y simulacros de charlatanes que se hacen pasar por influencers, periodistas, políticos y tecnócratas que manipulan el lenguaje para desinformar.
En el mar de la posverdad, casi convencional, se ahoga la realidad, y la mentira organizada traza el camino al abismo, sin hipérbole.
