Acopi Bogotá
A cinco años de la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, las cifras arrojan resultados negativos para Colombia en este acuerdo comercial, ya que esta no se encontraba preparada para competir en condiciones de equidad, entendiendo la importancia que tiene el comercio internacional para el país. Los diferentes gremios de tan diversos sectores que expresaron sus reparos a la firma del tratado comercial, entre ellos Acopi Bogotá-Cundinamarca, demuestran hoy contar con la razón, en vista de la inconveniencia para la industria, la producción y el trabajo nacional, aspectos que desde la agremiación se seguirán defendiendo e impulsando, a pesar del difícil contexto.
Cumplido un lustro de la entrada en vigencia del tratado comercial, el balance no es alentador: el país no está diversificando sus exportaciones y el déficit con el país del norte viene creciendo; en el 2012 las exportaciones fueron de US$21.800 millones con un superávit de US$8.244 millones, mientras que en 2016 las exportaciones sólo llegaron a US$10.000 millones, con un déficit de US$1.413 millones. En plata blanca, es un acuerdo comercial que ha servido para comprar y no para vender: de los 97 productos registrados en la exportación, sólo 28 tienen saldo a favor, mientras que 69 productos, más del doble, presentaron un saldo negativo.
La ciudad capital, a pesar de su importancia, no se escapa de esta situación: la balanza comercial bogotana para el 2016 presentó una caída en las exportaciones del 9,8%, al pasar de US$ 2.714 millones en 2015 a US$ 2.448 millones en 2016. Las actividades económicas que más se precipitaron fueron: productos farmacéuticos (26,1%), textiles (18,9%) y productos informáticos (11,5%). Estas exportaciones tuvieron como uno de sus principales destinos Estados Unidos, que redujo sus compras en 3,0%. Aunque en 2016 las importaciones disminuyeron 19,6% respecto del 2015, al pasar de US$ 27.343 millones a US$ 21.974 millones, Bogotá fue el principal destino de estas con una participación del 48,9%, siendo principalmente materias primas (38,5%), bienes de consumo (26,9%), y bienes de capital (34,1%). Cifras angustiantes ya que el 99.5% de las importaciones fueron bienes primarios y secundarios y las exportaciones fueron diez veces menores. Estas cifras componen en parte el comportamiento negativo de -0,4% en 2016 de la industria capitalina.
Las anteriores cifras son sólo una expresión del grave y nocivo proceso de desindustrialización que sufre el país, y que tiene consecuencias más profundas como la pérdida de capacidad de generar riqueza, aspecto más importante que la riqueza misma; la sustitución del producto y el trabajo nacional por la compra en el extranjero con divisas generadas por la exportación de recursos naturales no renovables; el extravío de la sana cultura del trabajo y el esfuerzo, medular para una sociedad; entre muchas otras que desembocan en la reprimarización de la economía.
Si el país sigue enfocando su economía a la explotación de recursos naturales, perdiendo aún más terreno en la producción de bienes intermedios y de capital, e incluso bienes de consumo, se puede perder la pronta cercanía al bienestar de un país desarrollado; la brecha en tecnología e infraestructura será entonces infranqueable; aumentará la desigualdad social y empresarial al dejarse de producir valor agregado y el movimiento de la economía girará alrededor de la explotación minero-energética, desincentivando por una parte el consumo de accesorios, máquinas, repuestos y demás insumos elaborados localmente, y por otra, más grave aún, la permanencia de las empresas manufactureras que generan empleo estable, formal, e intensivo en conocimiento.