noviembre 13, 2025 5:04 am
FMI aviva temores de una inminente crisis económica global

FMI aviva temores de una inminente crisis económica global

POR JAYATI GHOSH

¿Podrá el mundo en desarrollo resistir la próxima crisis financiera?

A medida que los precios de los activos se disparan y el capital especulativo inunda los mercados de riesgo, el sistema financiero global se adentra de nuevo en terreno peligroso. Cuando llegue la inevitable corrección, las consecuencias se extenderán mucho más allá de Estados Unidos y Europa, afectando a las economías en desarrollo ya lastradas por la deuda y la incertidumbre.

Mientras los mercados bursátiles alcanzan máximos históricos, la creciente fragilidad financiera está generando alarma en Estados Unidos y Europa. El Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha hecho eco recientemente de estas preocupaciones, avivando los temores de una crisis inminente.

Las señales de alarma están por todas partes, y resultan inquietantemente familiares. Los precios de los activos suben muy por encima de lo que justifican sus fundamentos, mientras que los intermediarios financieros no bancarios desempeñan ahora un papel similar al de la banca en la sombra en los años previos a la crisis financiera de 2008. Al mismo tiempo, el auge de las monedas estables ha arrastrado a los bancos regulados al opaco mundo de las criptomonedas, y enormes sumas de capital especulativo inundan las acciones de Inteligencia Artificial, impulsadas más por la euforia que por rentabilidades demostradas.

Estas tendencias presentan las marcas inconfundibles de una burbuja financiera que entra en su fase más precaria, donde incluso cambios mínimos en el sentimiento de los inversores pueden desencadenar una corrección brusca. El reciente colapso del proveedor estadounidense de autopartes First Brands y de la entidad financiera de préstamos para automóviles de alto riesgo Tricolor, ambas con un alto nivel de apalancamiento y estrechamente vinculadas a instituciones financieras no bancarias, podrían ser indicios tempranos de vulnerabilidades estructurales que apenas comienzan a hacerse visibles.

Detrás de esta creciente fragilidad subyace la rápida expansión de las instituciones financieras privadas durante la última década. Según el Consejo de Estabilidad Financiera, estas entidades —que captan fondos de inversores minoristas y apalancan sus posiciones mediante préstamos agresivos— representan actualmente casi la mitad del total de activos financieros mundiales. Su apetito por el riesgo ha contribuido al alza de los precios de los activos, incluso en medio de incertidumbres comerciales y volatilidad política. Y el desmantelamiento de las ya de por sí débiles regulaciones financieras bajo el mandato del presidente estadounidense Donald Trump no ha hecho sino agravar la amenaza.

En conjunto, estas fuerzas podrían desencadenar el ciclo frenético descrito por el historiador económico Charles Kindleberger. La primera etapa, la «euforia», se caracteriza por el optimismo y el exceso. Inevitablemente, le sigue un período de «restricción», con el aumento de los impagos y la restricción del crédito, antes de dar paso a la «repulsión», cuando el miedo se apodera de los mercados financieros e incluso los prestatarios solventes tienen dificultades para obtener financiación. Que esta secuencia culmine o no en un pánico y un colapso totales depende en gran medida de la respuesta de los gobiernos. Pero incluso sin un desplome, las consecuencias pueden ser graves.

Si la historia sirve de guía, la pregunta es cuándo —no si— ocurrirá otra gran crisis financiera. Sin embargo, para la mayor parte de la población mundial, la preocupación más acuciante es cómo una crisis originada en Estados Unidos y Europa afectará a sus propios países.

Los precedentes no son nada alentadores: tanto la crisis de 2008 como la pandemia de Covid-19 demostraron que la inestabilidad en Estados Unidos y otras economías desarrolladas puede devastar a los países más pobres, con escaso margen fiscal y poca protección frente a las crisis externas. Cuando las crisis se extienden más allá de los mercados financieros, el daño es rápido y de gran alcance. La inversión se paraliza, el crecimiento se estanca y el desempleo aumenta, lo que desencadena una reacción en cadena que reduce la demanda de exportaciones y limita la entrada de divisas procedentes del turismo y las remesas, propagando así las consecuencias a nivel mundial.

Las arraigadas jerarquías monetarias exacerban el problema. El dominio del dólar, por ejemplo, garantiza que, en épocas de gran incertidumbre, el capital privado regrese a Estados Unidos, provocando fuertes depreciaciones y crisis bancarias en los países de bajos ingresos. El temor a la fuga de capitales dificulta aún más la capacidad de los gobiernos para implementar políticas macroeconómicas anticíclicas, lo que complica aún más un ajuste ya de por sí difícil.

Las consecuencias podrían ser especialmente graves para los países con altos niveles de deuda, muchos de los cuales basaron sus estrategias de crecimiento en las exportaciones a las economías avanzadas. Ese modelo se ha visto socavado por las políticas proteccionistas de Trump, dejando a los países endeudados peligrosamente expuestos a una confluencia de crisis económicas, geopolíticas y climáticas que amenazan con convertir la próxima crisis financiera mundial en un evento verdaderamente catastrófico.

Los países en desarrollo deben reconocer estos riesgos y tomar medidas urgentes para fortalecer su resiliencia económica. La máxima prioridad debe ser diversificar sus relaciones comerciales. Ante las exigencias erráticas y a menudo irrazonables del Gobierno de Trump, algunos ya han comenzado a reducir su dependencia de Estados Unidos. Este proceso, si bien necesario, no estará exento de dificultades.

Para fortalecer su resiliencia financiera, los países en desarrollo necesitan limitar su exposición a la volatilidad de los flujos de capital mediante la adopción de herramientas eficaces de gestión de capital y el fortalecimiento de la supervisión financiera, no solo a través de regulaciones prudenciales, sino también frenando las actividades especulativas y opacas. Estas salvaguardias deben estar implementadas antes de que estalle la próxima crisis.

A mediano plazo, es fundamental reducir la dependencia de la deuda externa, así como prevenir las salidas de capital desestabilizadoras mediante la redefinición de las condiciones en las que operan los inversionistas extranjeros.

Es cierto que los esfuerzos de la administración Trump por orientar a sus socios comerciales en la dirección opuesta —hacia una flexibilización de la regulación, en particular de las criptomonedas— dificultan enormemente esta tarea. Pero solo resistiendo tales presiones podrán los países en desarrollo evitar verse arrastrados a otra crisis ajena a su control.

@Jayati1609

Project Syndicate

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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