noviembre 13, 2025 5:04 am
Construyendo un mundo para las mayorías, no solo para un pequeño grupo

Construyendo un mundo para las mayorías, no solo para un pequeño grupo

POR JEREMY CORBYN

Texto de la disertación en la Conferencia de Kuala Lumpur en torno a un Orden Internacional Nuevo, Justo y Humano.

Dos grandes despertares prometen remodelar nuestro mundo: la reafirmación de una soberanía nacional y popular por parte del Sur Global y el levantamiento democrático del Norte Global contra el poder corporativo y la violencia imperial. Sostiene que la convergencia de estos movimientos, anclados en la solidaridad y la dignidad humana, provee la base de un nuevo orden internacional para las mayorías, y no para un pequeño grupo.

Nuestra tarea hoy es preguntarnos: ¿Cómo podemos unir dos grandes movimientos emergentes de nuestro tiempo —el despertar del Sur, reclamando la soberanía negada por el imperio, y el despertar en el norte, recuperando la democracia secuestrada por el poder corporativo— para construir un mundo para mayorías, no para un grupo selecto?

Como escribió una vez Rabindranath Tagore, el gran erudito indio, que lamentablemente no alcanzó a ver su país libre del colonialismo:

«Allá donde la mente no tiene miedo y la cabeza se mantiene alta… hacia aquel cielo de la libertad, o Padre mío, permita que mi país despierte».

Ese es el despertar que vemos hoy, de Kuala Lumpur a Caracas, de Génova a Gaza.

La crisis del orden mundial actual

El orden mundial que nos ha gobernado por décadas se está desmoronando. Fue construido sobre el poder colonial, sostenido por la dominación económica y justificado de diversas maneras como un proyecto civilizatorio.

Un puñado de naciones —y dentro de ellas, un puñado de corporaciones— reclaman el derecho a dominar la vida de miles de millones. Controlan nuestros recursos, nuestro trabajo, nuestras noticias, incluso nuestra imaginación.

Pero este sistema está en una crisis profunda. La crisis financiera mostró su arrogancia. La pandemia reveló su fragilidad. La emergencia climática expone sus mentiras. Y el genocidio en Gaza deja clara su bancarrota moral.

Cuando quienes detentan el poder hablan de un “orden internacional basado en reglas”, quieren decir: reglas para el resto, impunidad para sí mismxs.

Palestina: la prueba moral de nuestra época

No hay muestra más clara de nuestra conciencia moral y política que Palestina.

Durante más de dos años, el mundo ha visto a Israel librar una guerra de exterminio contra el pueblo de Gaza. Decenas de miles, probablemente varios cientos de miles de muertes. Familias enteras borradas.

Todos los hospitales bombardeados. Niñxs enterradxs bajo los escombros de sus escuelas y hogares.

Recientemente, acogimos con agrado la noticia de un alto al fuego, aunque queda por ver si Israel cumplirá sus términos. Sí, nos alegramos al ver a la niñez celebrando en Gaza. Pero también lloramos por infancias cuya risa está enterrada para siempre bajo los escombros.

Un cese del fuego es un breve alivio. Pero no una paz duradera. Debemos continuar la campaña contra la limpieza étnica; contra el apartheid; contra el dominio colonial.

No le corresponde a Donald Trump, Benjamin Netanyahu o Tony Blair determinar el futuro de Gaza. Eso depende del pueblo palestino.

En los próximos meses y años, conoceremos la verdadera escala de muerte y destrucción. Y sobre la complicidad de los gobiernos de todo el mundo. No sólo hemos presenciado un grave y grotesco crimen contra el pueblo palestino, sino que hemos contemplado un crimen contra la humanidad misma. El genocidio atenta contra nuestra humanidad compartida.

Sin embargo, aquellos gobiernos que dicen defender los derechos humanos —Gran Bretaña, Estados Unidos, la Unión Europea— siguen proveyendo armas, dinero, y justificaciones para esta atrocidad.

El silencio del poder ha sido ensordecedor. Pero la voz del pueblo se oye más alto que nunca. Millones han marchado en las calles. El estudiantado ha ocupado sus universidades. El pueblo trabajador se ha negado a transportar armas.Periodistas, artistas y líderes religiosos han arriesgado sus carreras para decir la verdad.

Y los países del Sur Global se han alzado en contra, mientras que las viejas potencias han sido, en el mejor de los casos, cómplices y hasta partícipes de la matanza desenfrenada.

Sudáfrica, Malasia, Colombia, entre otros países, han defendido nuestra comunidad humanitaria, con gran riesgo para ellos mismos. La creación del Grupo de La Haya marca un paso histórico: una coalición de naciones que defienden el derecho internacional cuando el norte lo ha abandonado.

Permítanme decir claramente: el pueblo de Gaza no está solo. Su lucha por la libertad es parte de una lucha más amplia: por un mundo donde ningún pueblo viva bajo ocupación, a ningún infante se le niegue la dignidad y ninguna tierra sea tratada como sacrificable.

El despertar del Sur: recuperando la soberanía

Lo que estamos viendo hoy es un despertar —o más bien, un resurgimiento— del sur. Ya que la lucha por la soberanía no es nueva.

Fue el sueño que impulsó los movimientos de liberación nacional del siglo XX, cuando los pueblos de Asia, África y América Latina se levantaron para reclamar su tierra, su trabajo y su dignidad.

Durante la lucha de independencia en India y en la revolución de Indonesia, durante la «Conferencia de Bandung» aquí en Asia y las luchas de liberación de África, las naciones del sur se unieron declarando: nos gobernaremos a nosotros mismos.

Pero ese sueño fue traicionado, no por el valor de la gente, sino por las estructuras de poder global que reemplazaron la bandera colonial con cadenas económicas.

La deuda, la dependencia y el comercio desigual mantuvieron a demasiadas naciones en un nuevo tipo de subyugación.

Como escribió Frantz Fanon: «Cada generación debe, dentro de una relativa opacidad, descubrir su misión, cumplirla o traicionarla».

Ahora, una nueva generación ha redescubierto esa misión —la de la verdadera soberanía, de la libertad en todo el sentido de la palabra—.

Los gobiernos, los movimientos y las comunidades afirman una vez más su derecho a la autodeterminación: a controlar sus recursos, a construir industrias que sirvan a su pueblo, a proteger su tierra y su cultura.

En todo el Sur Global, escuchamos el mismo mensaje: ¡Ya basta! Basta de deudas impuestas por bancos extranjeros. No más órdenes fiscales de Washington y Bruselas. Basta del manejo de la soberanía como privilegio reservado a una élite. Este despertar no se trata solo de Estados; se trata de personas.

La verdadera soberanía debe significar la autodeterminación de los pueblos: sobre sus recursos, trabajo, alimentos, agua y conocimiento.

El llamado del primer ministro Anwar a un nuevo orden desde el Sur articula directamente este proceso. No es nostalgia por el pasado, es una renovación de su promesa: construir un mundo donde cada nación y cada persona pueda vivir con dignidad y libre de cualquier dominación.

El despertar del Norte: recuperando la democracia

En paralelo, algo extraordinario está sucediendo en el norte. El pueblo se está levantando contra un sistema que no lo representa.

En Italia, lxs trabajadorxs se han declarado en huelga general por Palestina, negándose a ser cómplices del genocidio. En Gran Bretaña, cientos de miles han marchado por la paz en Londres, semana tras semana, pese a la difamación de su propio Gobierno, y ahora, 1500 personas han sido arrestadas bajo cargos de terrorismo, incluidas muchas jubiladas y discapacitadas. Esto tan solo por sostener carteles con palabras que decían “Me opongo al genocidio, apoyo a Acción Palestina”. En todo Estados Unidos y Europa, estudiantes han ocupado las universidades declarando: “No en nuestro nombre”.

Estas no son acciones aisladas. Son parte de un resurgir más profundo: una constatación de que nuestras sociedades no están gobernadas por la democracia, sino por la riqueza.

Por corporaciones que se benefician de la guerra, la contaminación y la explotación —mientras la mayoría lucha por pagar sus cuentas y calentar sus hogares—. Esto también es un despertar: uno popular por la democracia, la justicia y la paz. Y habla el mismo lenguaje moral que el despertar del sur: el lenguaje de la solidaridad humana.

El nuevo internacionalismo: la soberanía se une con la solidaridad

Cuando la soberanía en el sur se una con la solidaridad en el norte, empezaremos a construir un nuevo tipo de internacionalismo. No la vieja globalización imperial, sino un internacionalismo popular: “Una diplomacia de los pueblos”, en palabras de la declaración política de la Internacional Progresista, de cuyo Consejo soy parte.

Estoy orgulloso de trabajar con la Internacional Progresista, la cual existe para construir ese puente —entre trabajadorxs y gobiernos, movimientos sociales y parlamentos, agricultorxs y feministas, artistas y académicxs— a lo largo de todas las fronteras.

Junto al Grupo de La Haya, hemos defendido los principios del derecho internacional, no como arma de los fuertes, sino como escudo de los débiles.

El internacionalismo no es un eslogan: es una práctica. Significa unirse, compartir recursos, aprender en conjunto y rechazar la división por razas, religión o geografía.

Como digo a menudo: nuestra mayor fuerza es la unidad, y nuestro mayor enemigo es la desesperación.

Cierre: esperanza, liderazgo moral y el mundo por venir.

Este es un momento histórico. Como dijo una vez un gran italiano, el viejo orden se está desmoronando, pero el nuevo aún no ha nacido. La pregunta es quién lo construirá: multimillonarios y militares, o las personas y los movimientos que creen en la paz y la justicia.

El mundo por el que luchamos es simple:

Donde todx niñx pueda vivir sin miedo.

Donde las naciones cooperen y no compitan. Donde se cuide la tierra; y sus bosques, ríos y ecosistemas estén protegidos para futuras generaciones.

Donde la riqueza sirva a la humanidad, y no al revés.

Donde las mayorías, y no una élite, decidan nuestro futuro común.

Por lo tanto, unamos nuestras manos por todos los continentes —el despertar del sur y el despertar del norte— para construir un mundo de soberanía y solidaridad.

Malasia ha mostrado el camino: coraje moral frente al imperio y fe en el poder de la humanidad.

Terminemos como comenzamos, con las palabras de Tagore, pronunciadas hace más de un siglo, pero aún vivas en nuestros corazones: “Allá donde la mente no tiene miedo y la cabeza se mantiene alta… hacia aquel cielo de la libertad, o Padre mío, permita que mi país despierte”. Que nuestra gente despierte.

Que nuestros países despierten.

Que nuestro mundo despierte.

Un mundo para las mayorías, no para un pequeño grupo.

@jeremycorbyn

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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