POR MARIO MÉNDEZ /
El sociólogo, profesor universitario y activista Mario Méndez se refirió al liderazgo intelectual de la senadora y precandidata presidencial Clara López Obregón en su más reciente columna en el diario El Espectador, cuyo texto es el siguiente:
Siempre pensamos que Clara López Obregón no dice boberías, como corresponde a una mujer lúcida y valiente, con una conciencia que desde muy joven le permitió abandonar la postura que más le «cuadraba» por sus condiciones familiares. No olvidemos que ella es nieta sobrina de Alfonso López Pumarejo, precisamente el burgués que se atrevió a mencionar la palabra cambio en Colombia, hecho que su propia clase le cobró organizándose mejor para enfrentar al díscolo que la traicionaba desde la Presidencia y quien, además por otras causas, debió renunciar al último año de su segundo cuatrienio. Recordemos que su incompleta administración coincide con la aparición de la ANDI (1944) y Fenalco (1945). Algo debe haber ahí para que Clara López tomara, desde temprano, un camino divergente.
Hemos conocido un video en el cual el periodista Gustavo Gómez le pregunta a Clara: ¿Por qué cree que le tiran tanta piedra al presidente Petro? y ella hace una reflexión sobre forma y contenido, en una clase de sindéresis y «claridad» admirables.

La senadora López comienza por decir que esos ataques líticos al primer mandatario esconden un rechazo al «contenido de sus políticas» y no a su estilo, asunto adjetivo que se esgrime para atacarlo, escondiendo lo de mayor bulto. Lo que no les gusta a sus opositores es que Petro ponga el dedo en la pústula, no el tonito sino lo sustancial, es decir, la expresión de la necesidad de modificar aquello que afecta a la mayoría de la población y que se ha enquistado en el Estado colombiano durante más de 200 años.
La congresista del Pacto Histórico hace evidente que hay una «disputa de clase», manifiesta en muchas formas, y aquí menciona la lucha de clases, que no se desata ni se impone ni se atiza, como muchos despistados creen. No. La lucha de clases es un elemento inherente a estructura social, que asoma tenue o fuertemente, y que no se puede desconocer porque está ahí, en la vida social. Soslayar eso sería como ignorar la tarde y la noche, la lluvia y el verano.
A ese propósito, en su respuesta, Clara López refiere una anécdota sobre Warren Buffett, el potente empresario estadounidense ante quien se le plantea en una entrevista: ¿Existe la lucha de clases? De inmediato, aquel tiene el valor de reconocer que existe, sin duda, que «vamos ganando» -dice Buffett-, y cuenta que su secretaria paga más impuestos que él. ¿Podemos decir, entonces, que este destacado inversor «es mala persona» o que hace cálculos malignos? No. Esa sería una observación bobalicona. Sencillamente, en esta sociedad están diseñados así muchos asuntos que tocan con la injusticia, la discriminación inevitable, la desigualdad, factores en los cuales Colombia ocupa un puesto infamante y acusador para cualquier sociedad de moral aceptable, con el agravante de que quienes de verdad tienen el poder en sus manos alardean de que el país es mayoritariamente católico, además de cantar que somos una democracia. ¡Las guacas!
De modo que seguiremos pensando en la urgencia de cambios institucionales en Colombia. Lo demandan las condiciones concretas de nuestros sectores marginales, situación que Petro trata por lo menos de aliviar, con todas las dificultades que le presenta un Congreso de mayorías adversas a su gestión, así las cámaras se parapeten en lo legal, pero de espaldas a la mayoría de la población. Da «cosa» ver, al respecto, el talante indisimulable de Efraín Cepeda, expresidente del Senado, incapaz de tapar su condición de protector a muerte de los privilegios enquistados en su clase.
Sobre los cambios indispensables, otra cosa es, claro está, el modo de hacerlos realidad, lo que depende del camino escogido, formal o radical, y del papel que cumplan los presuntos representantes del pueblo, cuya dinámica Petro conoce bien y aceptó respetar desde antes de llegar al Gobierno. Ante este desastre de clasismo, es oportuno manifestar que los dos últimos Papas han denunciado nuestros lunares sociales.
El Espectador, Bogotá.