El uribismo, la expresión más rancia de la ultraderecha en Colombia, buscó con su marcha dizque contra la corrupción (¿?) el pasado 1 de abril, generar un hecho político que se tradujera en un contundente rechazo al gobierno de Juan Manuel Santos, pero por lo visto se equivocó de método. Si bien la concurrencia de los militantes y seguidores del cuestionado expresidente Álvaro Uribe Vélez, se concentró en Bogotá y Medellín, quienes lideraron la marcha en estas ciudades se caracterizan por su catadura caricaturesca y su oscuro pasado.
Uribismo y corrupción constituyen, definitivamente, un sinónimo, no obstante la sistemática manipulación de los medios oligopólicos que quisieron hacer ver la manifestación uribista como una expresión ciudadana, amplios sectores de opinión del país no solo no se tragaron el cuento del Centro Democrático sino que rechazaron este tipo de movilizaciones bufonescas.
Ver de abanderados de la lucha contra la corrupción, al propio Álvaro Uribe, cuyo gobierno fue declarado espurio por el régimen jurídico colombiano; o al fundamentalista exprocurador Alejandro Ordóñez, que fue sacado del Ministerio Público por haberse hecho reelegir de manera fraudulenta; o al exministro Fernando Londoño Hoyos, sancionado disciplinariamente por el escándalo de Invercolsa; o al caricaturesco exvicepresidente Francisco Santos, constituye un insulto a la inteligencia. Y si a ello se añade que en Medellín, la marcha fue encabezada por alias “Popeye”, uno de los principales sicarios de Pablo Escobar, la jornada del pasado 1 de mayo daría para una buena página de ficción de realismo mágico.
Además, todos estos “personajes” del fascismo criollo proclaman un discurso que busca defender lo indefensable, como por ejemplo, decir que son “perseguidos políticos” todos aquellos altos funcionarios del aciago gobierno de Uribe Vélez que hoy están en la cárcel o fugados de la justicia.
En estos tiempos de la “posverdad”, un eufemismo utilizado para significar la mentira y la manipulación simbólica y mediática, el uribismo disfraza su resentimiento y su rabia ante sus frustraciones políticas y electorales, acudiendo a causas como la lucha contra la corrupción o la defensa de la patria. Si bien esta corriente política que por ocho años sumió a Colombia en una etapa de indignidad, violación de derechos humanos y saqueo del erario, cuenta con un no despreciable apoyo electoral, el grueso de la opinión pública del país, ya no cae en los groseros embustes de su líder y de sus corifeos, y además no está dispuesto a dejarse engañar para volver a tiempos oscuros.