Por Mariano Schuster / Revista Nueva Sociedad
América Latina y el Caribe habían asumido el compromiso de erradicar el hambre para el año 2030. En las condiciones actuales parece difícil que consigan la meta. El último informe de la FAO alerta sobre el aumento del hambre y la mala alimentación. El representante de la oficina regional de la FAO, Julio Berdegué, explica la situación del continente en esta entrevista.
El último informe publicado por la FAO indica que el hambre está aumentando en América Latina. Además, se sostiene que 42,5 millones de latinoamericanos están subalimentados. ¿Cuáles son las causas estructurales que han llevado a esta situación en la región?
En términos generales la región dispone de alimentos suficientes para toda su población pero el problema del hambre responde a dificultades en el acceso a los alimentos. Ello, a su vez, se relaciona con la persistencia de la pobreza y de las desigualdades, no solo la económica, también las étnicas, de género, o territoriales. Esto se ha visto agravado por el contexto económico desfavorable que América Latina y el Caribe ha enfrentado en los últimos años. La contracción económica estuvo relacionada con por la trayectoria de los precios de los productos básicos, situación que se experimentó de forma diferenciada en cada subregión. La misma contracción económica indujo a varios gobiernos a recortar el gasto social, debilitando la capacidad de las familias más pobres y vulnerables a defenderse de la caída en el empleo y los ingresos del trabajo.
En el trabajo realizado por la organización que usted representa en América Latina, se asegura que Sudamérica es la subregión del continente en la que más creció el hambre pasando del 5% en 2015 a 5,6 en 2016. ¿Por qué América del Sur ha tenido este crecimiento tan pronunciado? ¿Qué políticas se han aplicado para que se produzca esta situación?
La evolución del hambre en Sudamérica marcó, en buena medida, el resultado agregado regional que evidenció un aumento de 2,5 millones de personas en condición de hambre. Si en 2013-2015 el hambre afectaba a 20 millones de sudamericanos, para 2014-2016 este número había crecido hasta 21,5. De los seis países (Argentina, Ecuador, El Salvador, Granada, Perú y Venezuela) que presentaron aumentos en el hambre, cuatro son de Sudamérica. El caso de Venezuela el más grave: la subalimentación creció en prácticamente 4,9 puntos porcentuales en el trienio 2014-2016 con respecto al trienio inmediatamente anterior. En términos absolutos, esto significa un aumento de 1,3 millones de personas subalimentadas en Venezuela, lo que explica buena parte del aumento observado en Sudamérica.
La FAO ha señalado que, en todo el mundo, los conflictos son una causa principal de la inseguridad alimentaria. Por lo mismo, vale la pena reconocer el positivo avance de Colombia, que ha recortado fuertemente el número de personas en condición de hambre gracias al proceso de Paz que se instala en el país. Pero, además, Sudamérica fue la subregión que se vio más afectada por la caída en los precios de las materias primas que son exportadas por sus países. El efecto en la economía fue muy marcado, y eso se tradujo, sin duda, en más inseguridad alimentaria y más hambre. Antes de señalar que tipos de políticas se han implementado para reducir el hambre, es importante señalar que los impactos de las políticas públicas no siempre se pueden observar en el corto plazo y si bien algunas políticas tienen resultados positivos en algunos países, en otros puede que los resultados no sean los mismos. Es necesario considerar el contexto de cada país y sus particularidades.
Recién mencionaba la contracción y la desaceleración económica de la región como un factor determinante en el aumento del hambre. ¿En qué se evidencia este proceso?
Efectivamente es un factor muy importante. En las últimas décadas se ha observado que el crecimiento sostenido del PIB per cápita se vio acompañado por una importante disminución de la pobreza y la subalimentación. Sin embargo, desde el año 2012 se observa una desaceleración del crecimiento del PIB y, a partir del 2015, un decrecimiento, llegando a un -1,3% durante el 2016, siendo la primera recesión de más de un año desde la década de 1980. Como consecuencia de la contracción económica, la tasa de desempleo urbano de América Latina y el Caribe para el año 2016 presentó el mayor aumento anual en más de dos décadas. Todo lo anterior se traduce en menores ingresos a nivel de hogares. Recuerde que entre 2013 y 2015, aumentó el número de personas en condición de pobreza, de 166 millones a 175 millones, y el número de personas en pobreza extrema aumentó de 66 millones en el año 2012 a 75 millones en el 2015. Si caen los ingresos, aumenta el hambre. Es una ecuación tan simple como trágica.
El informe mensura también algunos datos positivos. Entre ellos se destaca la caída en la desnutrición crónica infantil de un 15,7% en 2005 a un 11% en 2016 ¿Qué tipo de políticas se aplicaron para que se produzca una caída tan drástica como la que se manifiesta en el informe?
En principio debo decir que este es un logro que motiva la alegría y la celebración. Entre las políticas que pueden haber favorecido dicha disminución se encuentran la alimentación escolar y la mejor educación nutricional. Las políticas para la disminución de la malnutrición en todas sus formas que se encuentran disponibles en prácticamente todos los países de la región. A modo de ejemplo, 28 de los 33 países de la región cuentan con guías alimentarias basadas en alimentos. Las políticas de fortificación y enriquecimiento de alimentos han sido utilizadas para proveer los nutrientes esenciales que sean deficitarios en el patrón alimentario de grupos de población determinados, pudiendo representar riesgos para su salud nutricional. Este tipo de medida es una de las más extendidas y de más larga data en América Latina y el Caribe. La totalidad de los países de la región mantiene regulaciones para la yodación de la sal, mientras que muchos países fortifican el azúcar o el aceite con vitamina A.
Las políticas de alimentación escolar poseen la capacidad de inducir cambios en el acceso a alimentos saludables al diseñar menús nutricionalmente adecuados. Esto no solo tiene un efecto directo sobre el estado nutricional del niño o la niña, sino que tiene también un impacto de mediano plazo al promover cambios en los hábitos de consumo. Ello puede, además, generar efectos positivos en la oferta de alimentos saludables, sobre todo si se generan políticas que vinculen a la agricultura familiar para que sean proveedores de las instituciones a cargo de la alimentación escolar. Este tipo de políticas se encuentran presentes en varios países de América Latina y el Caribe. Además, Costa Rica, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay ya han sancionado leyes que se relacionan con este tema.
Los países de la región también se han apoyado en los programas de protección social para facilitar el acceso a los alimentos de un mayor número de personas en situación de vulnerabilidad. En 2012 los Programas de Transferencias Condicionadas (PTC) llegaban a uno de cada cinco habitantes de la región. En México, por ejemplo, los hogares que participaban del programa Oportunidades (actualmente PROSPERA) mostraron un aumento del consumo de alimentos, del consumo calórico y de la diversidad de la dieta, así como una disminución de la desnutrición global en zonas rurales.
¿Qué pasa con la obesidad de los niños debido a la mala alimentación en la región? ¿Qué está sucediendo con este fenómeno en la actualidad?
El sobrepeso y la obesidad son epidemias que hasta ahora parecen estar fuera de control. Los números son espantosos y aumentan cada año y en todos los países. El sobrepeso en menores de 5 años en América Latina y el Caribe es de 7 %. Tenemos ya casi 4 millones de niños en esta condición y sobrepasamos el promedio mundial. Más de la mitad de la población adulta padece sobrepeso, y uno de cada cinco son obesos. Estos números vienen empeorando aceleradamente desde 1980. A este ritmo, la región de América Latina y el Caribe será campeona mundial de obesidad.
La principal causa directa es el cambio en las dietas, con un aumento de la disponibilidad de productos ultraprocesados que tienen altos contenidos de azúcar, grasa y sal, y una disminución de las preparaciones culinarias tradicionales, que muchas veces (aunque no siempre) dependían de alimentos frescos y más saludables.
La pregunta es por qué cambiaron nuestras dietas de una forma tan radical y tan nociva para nuestra salud y para el futuro de nuestra región. La respuesta a ello no es fácil, pero no cabe ninguna duda de que hubo una transformación muy radical y muy acelerada de nuestros sistemas alimentarios, y que esta transformación se hizo en un contexto de casi completa desregulación, sin ninguna intervención o ninguna política que cautelara los efectos perniciosos de este cambio. Quedó todo en manos del mercado, y si bien es innegable que hay muchos efectos muy positivos como el haber ayudado a sacar a millones de mujeres de las cocinas, los platos rotos los estamos pagando con nuestra salud.
Nuestra propuesta es clara: hay que volver a gobernar los sistemas alimentarios poniendo la salud y la nutrición en el centro. No significa anular los mercados, por supuesto que no, pero si dar los incentivos y poner los límites que ayuden a que la curva explosiva de aumento de la obesidad, se detenga y eventualmente la demos vuelta.
Volvamos al tema del hambre. América Latina y el Caribe estaban comprometidas a erradicar el hambre para el año 2030. Con los parámetros que se verifican actualmente, ¿es posible el cumplimiento de esa meta?
Si todo sigue igual como en los últimos tres años o así, no vamos a llegar a la meta. Nos vamos, quizás, a quedar cerca pero no llegaremos. Lo primero que necesitamos es que todos los integrantes de la sociedad nos demos cuenta de que el hambre es un problema que requiere ser tratado con urgencia. Los gobernantes tienen una gran responsabilidad, pero aquí tenemos que estar todos comprometidos. En el siglo XXI es incomprensible y totalmente inaceptable que en América Latina y el Caribe tengamos casi 43 millones de personas que pasan hambre.
Hay una perspectiva más favorable de crecimiento económico. Eso es muy positivo y, sin dudas, ayudará mucho. También se ve una desaceleración en el crecimiento de la inflación, lo que reduce las presiones sobre el poder adquisitivo en los hogares más vulnerables. Pero eso no será suficiente. Es urgente reponer y fortalecer los programas de protección social para tener un efecto directo sobre los hogares más pobres y vulnerables.
Y luego, por supuesto, está la madre de todas las batallas que es la de las desigualdades. Hay varios países en los que las tasas promedio de subalimentación no son muy altas, pero que contienen bolsones de altísima pobreza e inseguridad alimentaria. Estos bolsones suelen ser de piel morena o negra, hablan una lengua indígena, son rurales, están en regiones históricamente rezagadas. Dentro de ellos, las mujeres, los niños y los ancianos llevan la peor parte, siempre. Sin reducir estas desigualdades, no vamos a terminar con el hambre en nuestra región.
La situación del hambre, sin dudas, ha encendido las alertas de todos. ¿Qué recomendaciones está realizando la FAO para disminuir los niveles de desnutrición en América Latina? ¿Qué tipo de políticas deberían ponerse en marcha desde las instituciones gubernamentales para paliar este proceso?
Primero aclaro que hambre y desnutrición son primos hermanos pero no son la misma cosa. Como le mencionaba recién, desde la FAO hemos promovido, impulsado y recomendado diversas medidas destinadas a los países con los que colaboramos para poder erradicar el hambre antes del 2030. Primero se necesita un compromiso político real. Eliminar el hambre no es un problema técnico sini eminentemente político: es o no es una prioridad suficiente. . Sabemos cómo se hace técnicamente pero lo que se precisa es ese compromiso político. En tal sentido, estamos convencidos y tenemos evidencias de que sí podemos llegar al 2030 sin personas con hambre en nuestra región. La pregunta es si queremos o no que eso suceda, y qué estamos dispuestos a hacer para ello. Así de fácil, y así de complejo.
En segundo lugar, en el corto plazo se deben promover políticas de protección social, alimentación escolar, y transferencias monetarias focalizadas (sean o no condicionadas).
En tercer término, hay que promover el crecimiento económico pero con políticas que expandan las oportunidades para que los sectores más pobres y vulnerables participen de las oportunidades en la economía. Esto es lo que se llama inclusión económica. La FAO enfatiza en la inclusión económica de la población rural, muy especialmente la de las mujeres y los indígenas, de la misma forma que destacamos a la agricultura familiar y a las micro y pequeñas empresas rurales.
En cuarto lugar está la lucha contra las desigualdades. Esto es lo que nos asegura que las anteriores sean soluciones sustentables en el tiempo y que lleguen a todos. Ese es el corazón del dragón del hambre y es ahí que debemos golpear para terminar para siempre con esta lacra.
Por último, para que todo lo anterior sea posible y no sean simples buenos deseos o políticas bienintencionadas pero que no tienen el impacto necesario, se precisan sistemas efectivos de gobernanza. Destaco aquí el muy difícil problema de las coordinaciones entre sectores, entre niveles de gobierno, entre lo que hacemos desde el Estado, desde el mercado y desde la sociedad civil. Pasar de 43 millones de personas con hambre a cero, en los 12 años que nos quedan para el 2030, no será nada fácil si no nos articulamos y coordinamos de mucha mejor forma. Aquí, además, agrego la importancia de contar con mejores sistemas de información para tomar mejores decisiones. Y enfatizo algo que muchas veces no tiene apoyo: buenas evaluaciones de procesos, de resultados y de impactos, porque actuar sin evaluaciones es como navegar sin brújula, sin saber si lo que estamos haciendo funciona bien, regular o mal.
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