Por Horacio Duque
La batalla política de la paz no se está ganando. Por el contrario, los enemigos de la reconciliación imponen con mucha audacia sus narrativas y argumentos. No esta fácil la tarea.
Hoy por hoy, la batalla política por la paz presenta muchas dificultades y grandes obstáculos.
¿Se perdió la batalla política de la paz y es inevitable que la misma quede hecha trizas?, nos preguntamos.
La reciente encuesta de Invamer Gallup indica que una gran mayoría de ciudadanos son muy escépticos con el Acuerdo de paz firmado entre Santos y la guerrilla. Poco le creen al mismo.
Para el 65,2 por ciento de los colombianos el proceso de paz con las Farc va por mal camino.
El 55% de los colombianos piensa que la implementación del proceso de paz esta extraviada.
El 81% cree que del narcotráfico no se solucionará con el Acuerdo y que las estrategias de sustitución de cultivos son una farsa.
El 72%, que no se va a establecer la verdad ni se va a reconocer los derechos de 8 millones de víctimas de la guerra.
Y el 64% de la gente piensa que las Farc le mamaran gallo a todo lo acordado.
Situación que parece ir en contravía de la realidad, pues lo cierto es que las Farc hace mucho rato no hacen un tiro, tienen a toda su gente en las zonas veredales y ya pusieron a disposición de la ONU como 7 mil armas que tenían en su poder.
Lo que de por si son grandes logros históricos. Pero, ¿Por qué el escepticismo de la gente?
Será sólo el resultado de las mentiras de Uribe, de su nuevo socio Pastrana y del aparato mediático del ultraderechista Centro Democrático.
Algo de eso debe haber y su eficacia en la batalla por la opinión y la conciencia de la ciudadanía se dejó sentir en la derrota del plebiscito santista del pasado 2 de octubre del 2016.
El uribismo ha demostrado que su discurso y su avalancha de posverdades penetran holgadamente en el sentido común de la sociedad, ese que permite explicar el mundo de la vida cotidiana de los seres humanos.
Pero, ¿es solo eso? No lo creo. Hay otras explicaciones de mayor calado para la masiva incredulidad con la paz.
La primera es la grotesca manipulación de la paz por parte del señor Santos para reencauchar el modelo neoliberal, ahora convertido al extractivismo minero depredador de la naturaleza y al agro negocio expoliador de las economías campesinas. La gente siente que la paz se convirtió en una mampara para profundizar una organización económica y social que ahonda la pobreza y miseria de millones de colombianos.
Santos utiliza la paz para perpetuar un sistema, que desde que se instauró con el gobierno de Cesar Gaviria en los años 90, ha generado los mayores infortunios de amplios sectores de la población.
La segunda es la implantación de la corrupción como régimen de gobierno. El saqueo al Estado parece ser la base central del funcionamiento del Estado. Lo del fiscal Moreno es otro episodio más de esta larga cadena delincuencial que hace que el Estado, como lo dice la senadora Claudia López, pierda anualmente cerca de 13 billones de pesos que van a parar a los bolsillos de los más prominentes políticos del santismo, el uribismo y el pastranismo. Más del 65% de los colombianos se marginan de los procesos políticos electorales y prefieren la abstención como consecuencia de tal derrumbe ético de la política convencional. Por supuesto, tal apatía invade la percepción del denominado proceso de paz, así la narrativa oficial haga todas las maniobras mediáticas y discursivas para hacernos creer que ingresamos al paraíso.
La tercera es la poca credibilidad del señor Santos y de su gobierno. La desaprobación de “chuky” ya ha superado el 85%. Santos montó una cortina de humo con el tema de la paz para desviar la atención de la gente respecto de la descomunal crisis económica y social que sacude a Colombia reflejada en la recesión, el desempleo y la ampliación de la pobreza. El Estado no tiene plata, no obstante la fantasía del Marco Fiscal de Mediano Plazo dado a conocer, para asumir los compromisos hechos en el Acuerdo de paz.
La cuarta es el fracaso de la implementación de los pactos de paz por causa de la mentira, la corrupción y el burocratismo del gobierno. Santos quiere hacernos creer que a punta de papel y de decretos-leyes daremos el salto a la construcción de la paz. Pero ni aún así. Con solo ver la Ley de amnistía es suficiente. No obstante tener 6 meses de expedida, miles de presos, encabezados por el líder guerrillero Jesús Santrich, han debido recurrir, en las cárceles, a la huelga de hambre para exigir su libertad negada por jueces torcidos que siguen aplicando la doctrina del enemigo interno. Ni se diga de los otros componentes pendientes de su implementación que serán refundidos en el Congreso y en los Ministerios empeñados en el bloqueo a la paz.
La quinta es el asesinato sistemático de los líderes agrarios y sociales y de integrantes de las Farc. El neoparamilitarismo santista alimentado por el Ministro de la Defensa, se ha reorganizado y ejecuta un siniestro plan de exterminio de miembros de la sociedad civil.
La sexta es la arbitraria injerencia de Santos en los problemas de Venezuela alimentando la conspiración terrorista de la ultraderecha que, obviamente, ocasiona grandes tensiones sociales, políticas y económicas en la zona de frontera donde viven más de 14 millones de colombianos. Como se le puede creer a la paz de Santos si al tiempo está promoviendo una guerra en un país vecino.
Con tal panorama la batalla política de la paz está muy embolatada para sus defensores.
Serán necesarios grandes esfuerzos para revertir tal tendencia. Para hacer de la paz un acontecimiento histórico que convenza a millones de colombianos sobre las bondades de la terminación de una oscura guerra y sobre las posibilidades que tenemos haciendo realidad los acuerdos de paz y todos sus potenciales de transformación sustantiva de la nación.