Por Guillermo Perry Rubio
Preocupa la falta de experiencia de Duque, la influencia de su mentor y sus ideas económicas.
Me reclamaron que fui injusto con Duque cuando apenas si lo nombré al argumentar en mi columna pasada por qué no votar por Petro ni por Uribe. Atendiendo a esa queja, me puse en la tarea de profundizar acerca de quién es Iván Duque y qué propone. He aquí mi balance.
Reitero mi inquietud por su falta de experiencia para gobernar a Colombia. Él mismo ha declarado que nunca ha manejado más de seis personas, y quienes hemos pasado por la administración pública sabemos cómo es de complejo dirigirla. Petro fue un excelente senador, como Duque, y un pésimo administrador de Bogotá. Un amigo médico me alegaba que en este país, la falta de experiencia pública puede llegar a ser una virtud. Pero cuando le pregunté si él nombraría a alguien sin experiencia como director de la clínica en que trabaja, se sumió en un elocuente silencio.
Otro me argumentó que no importa que Duque carezca de experiencia porque cuenta con la guía de Uribe. Fíjese, me dijo, cómo Uribe hasta corrige los tuits en los que Duque se equivoca. Sin embargo, hace unos años pregunté por qué Andrés Felipe Arias, otro joven prometedor que Uribe quiso hacer elegir como presidente, había sido nombrado ministro de Agricultura sin saber nada del tema. Me contestaron que no importaba, porque Uribe sí sabía mucho del campo. Y Arias acabó metido en el lío de Agro Ingreso Seguro. Quizás cuando Uribe envió a Duque y a Óscar Iván Zuluaga, su candidato de entonces, a Brasil para que hablaran con Duda Mendonça, se le olvidó contarles que la ley prohíbe que empresas extranjeras, como Odebrecht, financien gastos de las campañas electorales en Colombia.
Me preocupan tanto la falta de experiencia de Duque como la influencia de su mentor. Debo recordar que durante los primeros dos años de la administración Uribe aplaudí sus ejecutorias en materia económica y de seguridad pública. Pero no pude continuar alabándolas cuando comenzaron a acumularse los escándalos: la entrega del DAS a los paramilitares en cabeza de Jorge Noguera, a quien Uribe protegió hasta último momento; las chuzadas a críticos y magistrados; los intentos por montar desde Palacio, con el paramilitar apodado Job, un testimonio falso contra el magistrado Velásquez, quien estaba investigando por ‘parapolítica’ a parlamentarios cercanos a Uribe; las calumnias contra periodistas que lo criticaron y terminaron exilados; la ‘Yidispolítica’; la corrupción en Incoder y la fiesta de títulos mineros en los páramos. Duque parece buen tipo, y ojalá se sustraiga a este tipo de influencias.
Tampoco pude seguir aplaudiendo la política económica de Uribe cuando comenzó a regalar impuestos por doquier. Dos ejemplos: la famosa deducción por compra de activos fijos, que representó ganancias billonarias adicionales a las empresas petroleras y mineras en ‘boom’, y la feria de las zonas francas especiales. Me preocupa notar la misma inclinación en su pupilo: su programa de crecimiento económico se basa fundamentalmente en incentivos tributarios a la inversión, solo que Uribe tenía de dónde sacarlos porque estábamos en plena bonanza petrolera, y ahora no hay con qué raspar la olla fiscal.
En una entrevista con María Jimena Duzán sobre desarrollo rural, Duque repitió una y otra vez que lo que falta en el campo es inversión y que por eso él dará más incentivos tributarios a agricultores y ganaderos. No habló de la necesidad de vías terciarias y riego, de investigación y extensión agropecuaria, de educación rural ni de tierras. Parece creer, como Uribe, que las exenciones de impuestos a los ricos hacen milagros. Ignoro si estas son ideas suyas o de su mentor, pero sé que son malas ideas. Y ni para qué hablar de la más folclórica de sus propuestas: el día sin IVA.
Por todo ello insisto en que los colombianos merecemos votar en segunda vuelta por una opción diferente a la de Petro contra Uribe.
El Tiempo, Bogotá