Por Pedro Juan Orozco Meza
Quienes defienden la tecnocracia, asumen que esta forma de gobernar se basa en diagnósticos objetivos y certeros con metodologías científicas y que sus decisiones están desprovistas de cualquier interés político. Nada más alejado de la realidad; los tecnócratas tienen algo más que una camiseta política; poseen, o mejor, están poseídos por un chip ideológico cuya patente de creación se la debemos otorgar al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional; ellos, al igual que el Tribunal del Santo Oficio en los tiempos de Galileo, siguen pensando que es el sol el que gira alrededor de la Tierra y no al revés y eso no está en discusión; no la admiten.
Los tecnócratas son piezas de un engranaje, cuyo ensamble y funcionamiento está por encima de ellos, que no es otro que el capital financiero internacional; cuyos poseedores son quienes dominan el mundo, de tal manera que los tecnócratas hacen la carpintería; eso sí, alta carpintería, hay que reconocerlo; ellos trabajan para los dueños de la factoría y en recompensa son bien gratificados. Para acceder a sus cargos en las empresas públicas y privadas se someten a la denominada meritocracia que, a pesar de su apariencia, no es equitativa; el 95% de los colombinos no tienen la más mínima posibilidad de siquiera concursar o “aplicar” para las altas dignidades, como se estila decir en las convocatorias y, por supuesto, que dentro de los que concursan llevan una innegable ventaja los de mayores ingresos que, por obvias razones, han tenido la oportunidad de educarse mejor.
Los tecnócratas han cumplido al pie de la letra las instrucciones que la entonces Representante Comercial de los Estados Unidos, Carla Hills, le envió al gobierno de Colombia en 1989, señalándole con precisión las políticas aperturistas y neoliberales que debía cumplir so pena de que el Banco Mundial le negara los créditos que el país requería. Esa carta ha sido la madre de todos los planes de desarrollo que se han aprobado y ejecutado desde 1990 hasta la fecha.
Desde entonces comenzó el reinado de los tecnócratas que cada vez han venido copando más y más espacios; entre otros, la economía, la educación, los temas ambientales, la energía, la minería, la justicia y hasta la política. Formulan, adoptan y aplican al pie de la letra todas las políticas que, a manera de ucases, les dictan los organismos internacionales; pero son presentados como funcionarios inmejorables que, gracias a sus conocimientos y a su pretendida imparcialidad garantizan una eficiente administración, libre de las impurezas que le impregnan los políticos.
Tal como se ve, la realidad no es tan hermosa; los tecnócratas incurren en ineficiencias y en descalabros como los de Reficar, Electricaribe, El Túnel de la Línea, la desastrosa política agropecuaria que nos obliga a importar más de doce millones de toneladas de alimentos y la profundización de las desigualdades, con un coeficiente Gini del 0, 52%, uno de los más altos del mundo.
Pero los tecnócratas hacen el peor de los populismos, no son tan torpes para ofrecer puentes donde no hay ríos; en su lugar, hacen pronósticos como los adivinos de la antigüedad, y sin despeinarse dicen que si se aprueban las reformas macroeconómicas y laborales, reduciéndole el ingreso a los trabajadores, se aumentará el empleo en el tanto por ciento, con enteros y decimales; lo cual nunca ocurre; pero siguen tan campantes, sin abandonar su expresión de ceño fruncido con la que encubren su cinismo y sus equivocaciones y, dese luego que sin renunciar a sus cargos.
Los tecnócratas no son una invención nueva, cuando Luis XIV asumió el poder, el rey vivía en Versalles, pero los tecnócratas vivían en París, en donde habían armado una telaraña de instituciones con la que exprimían al pueblo, a la vez que manipulaban al rey, haciéndose imprescindibles, que es la máxima aspiración de todo cortesano. Ello hizo que Luis XIV les ordenara su traslado al Palacio de Versalles y culminara su faena con su famosa frase de “El Estado Soy Yo”.
En la antigua China, quienes fungían de tecnócratas eran los mandarines, que Noam Chomsky, los caracteriza en su libro “The american power and the new mandarines” y los compara con el papel que jugaron los intelectuales americanos al respaldar por acción u omisión la guerra del Vietnam. Una de las características que señala Chomsky de los Mandarines es su innegable preparación y la utilización del denominado Idioma Mandarín que utilizaban ellos y la clase dirigente. Hoy en día los tecnócratas utilizan una serie de códigos y un lenguaje críptico que refuerzan con el uso de idiomas extranjeros, principalmente, el inglés, con lo cual suelen aplicar el aforismo de que “cuando no puedas convencer, confunde”.
La tecnocracia es típica de regímenes no democráticos, ya que en la democracia, los cargos representativos y del poder público deben ser elegidos por el pueblo; ello significa que cuando los técnicos van más allá de su exclusivo papel de técnicos, es porque la democracia se está deformando; en Colombia, esta deformación que venía mostrando su tendencia, adquirió patente de corzo a partir de 1990 con las políticas neoliberales que se implantaron desde entonces.
Lo más lamentable del caso es que algunos líderes de la Izquierda que han accedido al poder, tienen una especie de complejo y recurren a los tecnócratas para sus equipos de trabajo, porque le tienen poca o ninguna confianza a quienes verdaderamente quieren y están comprometidos con sus propuestas. Ya es hora de ir superando estas falencias. La única manera de que el pueblo aprenda a gobernar es gobernando. En la segunda mitad del siglo XVIII surgió el denominado Despotismo Ilustrado, cuya consigna era: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Varias décadas después, Abraham Lincoln, en su famoso discurso de Gettysburg (Pensylvania) cambió esta consigna por la del “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
La tecnocracia, entonces, es una variante remozada del despotismo ilustrado que la Derecha en sus diferentes formas pretende resucitar, a pesar de ir en contra de la rueda de la historia. A esta generación le corresponde afrontar este reto y superarlo.