Por Gustavo Wilches-Chaux / Razón Pública
Balance del documento del papa Francisco sobre la crisis ambiental: una crítica radical al modelo de desarrollo que está conduciendo el planeta al desastre, a propósito de su visita a Colombia, país en el que se impulsa una política mortífera denominada “locomotora minera”.
Reacción polarizada
Hace varios años le di la bienvenida al cambio climático porque estoy convencido de que si nuestra especie quiere permanecer en este planeta debe hacer cambios profundos en su manera de relacionarse con la Tierra. Esas transformaciones serían necesarias aun si no hubiera cambio climático, pero si no fuera por ese proceso global probablemente ninguna de esas reformas entraría en la agenda de los gobiernos del mundo.
La encíclica Laudato Si´ del papa Francisco aborda estos problemas de frente, lo cual ha provocado un revuelo comprensible y enorme, tanto entre aquellos que la consideran necesaria y se sienten representados por ella, como entre los detractores del Pontífice y los negacionistas del cambio climático. También ha cerrado filas contra ella la derecha republicana de Estados Unidos, donde militan católicos como Jeff Bush, excandidato a la Presidencia.
Hacía ya medio siglo
Como dice el diácono y ecoteologista Alirio Cáceres Aguirre, “la encíclica no tiene un sabor desconocido para las comunidades eclesiales en América Latina, que por largo tiempo han abordado la cuestión ecológica desde una perspectiva teológica: ver la realidad desde la identidad cristiana, juzgarla y discernirla desde la sapiencia bíblica y el quehacer teológico, y actuar para transformar sin perder el sentido celebrativo”.
Laudato Sí’ recuerda la encíclica de 1971 donde Pablo VI ya se había referido a la crisis ecológica y la había atribuido a la actividad descontrolada de los seres humanos. Dijo entonces el Papa que “debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”.
Hace 45 años Pablo VI habló ante la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura FAO, sobre la posibilidad de una “catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial”, y subrayó la “urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad”, porque “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre”.
Aunque las afirmaciones de Pablo VI fueron contundentes no lograron el cambio de rumbo que buscaban, quizás porque en ese momento estos pronósticos no tenían el respaldo contundente de la Tierra, que hoy se expresa a través del cambio climático.
Teología y ambiente
Desde que existe la “eco-teología, muchos cristianos comenzaron a explorar y a militar en lo que José Luis Azcona, obispo de Marajo, Brasil, llamó “la nueva espiritualidad con el mundo”. La eco-teología va de la mano con corrientes como la teología de la liberación y la ecología profunda, que implican nuevas miradas sobre la ciencia y sobre la sociedad.
La eco-teología se nutre de san Francisco de Asís, de san Agustín y de las cosmovisiones de las muchas culturas milenarias. También se apoya en los postulados del jesuita Teilhard de Chardin y más recientemente, del brasileño Leonardo Boff, ex franciscano, uno de los creadores de la teología de la liberación y quizás uno de los pensadores que más ha influido sobre esta nueva manera de concebir y vivir la naturaleza, la sociedad, la religión y la ciencia.
Crítica del desarrollo
La encíclica de Francisco I comienza con un diagnóstico integral acerca del estado actual de la Tierra (“Lo que está pasando en nuestra casa”), donde el Papa demuestra una profunda comprensión de los sistemas complejos y de la función que cumplen en esos sistemas hasta los más mínimos componentes del planeta.
También debe destacarse la aproximación del documento pontificio a los temas del agua y de la biodiversidad, así como la preocupación por la pérdida de ambas. Pero esta preocupación no nace de una visión utilitaria, sino del valor intrínseco de cada ser vivo por el hecho de su mera existencia.
La crítica más implacable de la encíclica se refiere a la concepción del desarrollo que ha obligado a la Tierra a realizar todos esos ajustes que englobamos bajo el nombre de “cambio climático”. Esta es sobre todo una crítica a las inequidades que origina el desarrollo entre los países del mundo y a la relación que este modelo nos lleva a establecer entre nosotros y con el planeta.
Esa crítica al modelo de desarrollo enfrenta al Papa Francisco con las mismas dificultades que han tenido los inspiradores y seguidores de la eco-teología al tratar de hacer compatible su visión renovadora sobre el papel de la humanidad en el planeta, con los versículos del Génesis según los cuales: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (…) lo creó varón y hembra (…) y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la Tierra”.
Esas dificultades, sin embargo, no impiden que el documento siga siendo consecuente en sus cuestionamientos: “Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento”, dice el Papa, “se suele atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia”.
“Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión”.
Esta crítica (que atraviesa la encíclica desde la primera hasta la última página) es la que más alarma ha despertado y habrá de despertar entre quienes hoy toman las decisiones sobre el desarrollo. Cabe también preguntarse si el llamado del Papa va a tener alguna implicación sobre las apuestas de nuestro Plan Nacional de Desarrollo, el cual se enmarca casi totalmente dentro de ese modelo.
Puntos divergentes
No entro a discutir el enfoque creacionista de la Encíclica, pues supongo que para alguien como el Papa, formado en esa concepción, resulta tan difícil acogerse al evolucionismo como nos resultaría a quienes nos apuntamos a la evolución, entender la idea de un Creador diseñando un “plan divino” para todos los seres del Cosmos.
Pero si menciono lo que, en mi concepto, es una gran carencia de Laudato Si’, derivada posiblemente de la visión creacionista que insiste en “el Señor”, “el Padre” y “el Creador”: no menciona expresamente la necesidad de una perspectiva de género si es que de verdad pretendemos transformar nuestra relación con el mundo.
El eco-feminismo forma parte esencial de la eco-teología y es claro que el modelo de desarrollo depredador que el Papa pone en tela de juicio (y que hoy han adoptado tanto los países capitalistas como los que se dicen contrarios al neoliberalismo) es el resultado de la actitud machista que ha predominado durante siglos y a la cual no ha escapado la Iglesia.
En las casi 200 páginas del texto la palabra “mujer” solamente aparece dos veces: una para afirmar con acierto que “El hombre y la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas” y otra para exaltar la figura de la Virgen María.
Respeto por supuesto la devoción del Papa por la Virgen, pero sigo pensando que no basta con “pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios”, sino que es necesario superar radicalmente el machismo que ha predominado en el mundo y al cual no ha escapado la Iglesia. Esa “valiente revolución cultural” a que convoca Francisco I, debe incluir la perspectiva de género.
Por último, queda la preocupación por la manera como el Papa reafirma la oposición de la Iglesia al control de la natalidad. Es cierto que el problema actual del planeta no se debe tanto a la cantidad de seres humanos como a la manera inequitativa de distribuir los recursos de los cuales depende el derecho a la vida.
Detener el crecimiento de la población humana sin resolver esas inequidades, no conjuraría las amenazas que pesan sobre la Tierra y sus habitantes. Sin embargo, es indudable que 7.400 millones de personas somos una carga muy pesada para la biosfera y, sin duda, habrá que seguir ahondando en este debate, que tiene que ver también con la autonomía de la mujer en las decisiones que afectan su cuerpo.
La encíclica Laudato Si’ llega en un momento muy importante. Debemos confiar en que no sea demasiado tarde y en que logre producir los sacudones que requiere la “civilización humana”. Puede que los llamados del Papa no causen un cisma dentro de la Iglesia, pero ojalá provoquen un sismo en las mentes y en la manera de entender el desarrollo.