octubre 6, 2024 4:43 am
Perdón y apertura democrática: dos discursos sobre la paz colombiana

Perdón y apertura democrática: dos discursos sobre la paz colombiana

discursos2

Discurso del presidente Juan Manuel Santos en la firma final del acuerdo con las Farc, Cartagena de Indias, 26 de septiembre de 2016

¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal!

En surcos de dolores, el bien germina ya. En surcos de dolores… ¡LA PAZ GERMINA YA!

Desde cuando Rafael Núñez escribió estas palabras, a mediados del siglo XIX, nunca habían tenido tanto sentido como ahora.

Hemos vivido, hemos sufrido, por 52 años, un conflicto armado entre hijos de una misma nación.

Pero voy más allá: han sido casi 70 años de violencia política, desde el magnicidio de Gaitán, desde cuando los colombianos nos enfrentábamos siguiendo una bandera roja o una bandera azul.­­­­­­

Hoy –al firmar el acuerdo de terminación del conflicto con las FARC– decimos esperanzados:

Ha sido un surco de dolores, de víctimas, de muertes, pero hemos logrado levantarnos sobre él para decir: ¡EL BIEN GERMINA YA! ¡LA PAZ GERMINA YA!

Hoy Colombia y la comunidad internacional –representada por sus más altos dignatarios– saludan el acuerdo de paz como la mejor noticia en medio de un mundo convulsionado por la guerra, los conflictos, la intolerancia y el terrorismo.

¡Y qué bueno dar esta noticia desde Cartagena de Indias, la ciudad que vio a San Pedro Claver trabajar por los derechos de los esclavos, la ciudad que defendió su libertad con más firmeza que ninguna, la ciudad que hoy congrega a visitantes del mundo entero para admirar su belleza y su historia!

Cartagena fue conocida por resistir la guerra y el asedio, y se ganó el apelativo de Ciudad Heroica.

A partir de ahora será recordada como el lugar donde se firmó el acuerdo de paz más importante en la historia reciente de Colombia, y será por eso –también– ¡la Ciudad de la Paz!

Gabo –el gran ausente en este día–, que fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, no alcanzó a estar acá para vivir este momento, en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas.

Pero debe estar feliz, viendo volar sus mariposas amarillas en la Colombia que él soñó, nuestra Colombia que alcanza –por fin–, como él dijo…“una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Lo que firmamos hoy –luego de años de negociaciones serias, discretas, difíciles– es algo más que el acuerdo entre un gobierno y una guerrilla para terminar un conflicto armado.

Lo que firmamos hoy es una declaración del pueblo colombiano ante el mundo de que nos cansamos de la guerra, de que NO aceptamos la violencia como medio para defender las ideas; de que decimos –fuerte y claro–: ¡NO MÁS GUERRA!

¡NO MÁS LA GUERRA! que nos dejó cientos de miles de muertos, millones de víctimas y desplazados, y tantas heridas que tenemos que comenzar a sanar.

¡NO MÁS LA INTOLERANCIA! que nos exige doblegar o excluir al otro por el solo hecho de pensar diferente.

¡NO MÁS LA VIOLENCIA! que sembró atraso, pobreza y desigualdad en campos y ciudades, y que ha sido un freno al desarrollo de Colombia y al aprovechamiento de todo su potencial.

ESTE ES EL CLAMOR DE COLOMBIA.

¡Esta es la decisión de Colombia!

Hoy quiero –en este contexto de apertura a la paz– hacer un homenaje sincero, desde el fondo del corazón, a todos los héroes de las Fuerzas Armadas de nuestro país, que han combatido con honor para defender la tranquilidad y seguridad de los colombianos.

¡GRACIAS, SOLDADOS Y POLICÍAS DE COLOMBIA, porque su sacrificio, su valor, nos condujeron a este gran día!

También quiero rendir homenaje a las millones de víctimas inocentes; a los defensores de derechos humanos; a las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas; a tantas mujeres y madres que –en medio de las lágrimas– abonaron el camino hacia la paz.

NO MÁS jóvenes sacrificados, no más jóvenes muertos, no más jóvenes mutilados por una guerra absurda… ¡Ni soldados, ni policías, ni campesinos, ni guerrilleros!

Las nuevas generaciones de Colombia destinarán sus energías a promover el desarrollo y la felicidad del país.

Eso es lo que merecen, ¡y eso es lo que vamos a hacer posible a partir de hoy!

Y quiero hacer también un reconocimiento a aquellos que fueron –por muchos años– mis mayores adversarios, y que hoy firman con el Gobierno este acuerdo de paz.

Nadie como yo –desde el Ministerio de Defensa y la Presidencia de la República– los combatió y los golpeó tanto, cuando la dinámica de la guerra lo exigió.

Yo, que fui su implacable adversario, reconozco que fueron dignos negociadores en la mesa de conversaciones, y que trabajaron con seriedad y voluntad, sin las cuales hubiera sido imposible llegar a este momento.

Señor Rodrigo Londoño y miembros de las FARC: hoy, cuando emprenden su camino de regreso a la sociedad; cuando comienzan su tránsito a convertirse en un movimiento político, sin armas; siguiendo las reglas de justicia, verdad y reparación contenidas en el Acuerdo –como Jefe de Estado, de la patria que todos amamos– les doy la bienvenida a la democracia.

Cambiar las balas por los votos; las armas por las ideas, es la decisión más valiente y más inteligente que puede tomar cualquier grupo subversivo, y en buena hora ustedes entendieron el llamado de la historia.

No estamos –seguramente nunca estaremos– de acuerdo sobre el modelo político o económico que debe seguir nuestro país, pero –tal como lo dije en La Habana– defenderé con toda la determinación su derecho a expresar sus ideas dentro del régimen democrático, porque esa es la esencia de la libertad dentro de un Estado de derecho.

El acuerdo que hoy firmamos es mucho más que un acuerdo para el silenciamiento de los fusiles –lo que, en sí mismo, ya es un enorme avance para nuestra nación–.

Este es un acuerdo que nos permitirá llevar más desarrollo y bienestar a los campesinos de Colombia, que fueron los que más sufrieron las consecuencias del conflicto.

Es un acuerdo que nos ayudará a fortalecer nuestra democracia y nuestro sistema electoral y participativo.

Es un acuerdo que hará más efectiva la lucha del Estado contra el narcotráfico y que nos ayudará a sustituir miles de hectáreas de coca por cultivos legales, de la mano de las comunidades.

Es un acuerdo que tendrá dividendos muy positivos en la lucha por la protección del medio ambiente y de los recursos naturales.

Hace unos días vimos –impactados– cómo los familiares de los diputados del Valle del Cauca asesinados se encontraron con miembros de las FARC en La Habana.

En ese evento, Pablo Catatumbo reconoció que había sido “el episodio más vergonzoso”, y Fabiola Perdomo –viuda de uno de los diputados– dijo que estas palabras no solo las liberaban a ella y a su hija, sino que también liberaban el alma de su esposo.

¡Esa es la liberación que da el perdón! El perdón que no solo libera al perdonado, sino también –y sobre todo– al que perdona.

Qué bueno poder decir que este es un acuerdo que honra a las millones de víctimas del conflicto, protegiendo sus derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición.

Un acuerdo que –por primera vez en la historia de la solución a los conflictos armados– crea un completo sistema de justicia transicional en el que los crímenes internacionales y de lesa humanidad no son amnistiados, sino investigados, juzgados y sancionados.

Este es el acuerdo que suscribimos hoy ante nuestros compatriotas y ante el mundo entero, y que los colombianos –en menos de una semana– tendrán la oportunidad de refrendar en las urnas, para darle la máxima legitimidad posible.

Con su voto, el próximo domingo 2 de octubre, podremos dejar atrás un pasado triste y abrirle las puertas a un futuro mejor, con alegría y optimismo.

Con su voto, cada colombiano tendrá UN PODER INMENSO: el poder de salvar vidas; el poder de dejarles a sus hijos un país tranquilo donde crezcan sin miedo; el poder de ayudar a los campesinos despojados a que regresen al campo; el poder de atraer más inversión al país y, por consiguiente, más empleo.

Los colombianos escogerán el próximo domingo entre el sufrimiento del pasado y la esperanza del futuro; entre las lágrimas del conflicto y la tranquilidad de la convivencia; entre la pobreza que deja la guerra y las oportunidades que trae la paz.

Todo pacto de paz es imperfecto –porque se trata precisamente de un pacto, en el que las partes tienen que hacer concesiones–, pero sabemos que éste que hemos logrado es el mejor posible.

¡Yo prefiero un acuerdo imperfecto que salve vidas a una guerra perfecta que siga sembrando muerte y dolor en nuestro país… en nuestras familias!

Hoy quiero hacer un reconocimiento –desde el fondo del alma y con inmensa gratitud– a todo el equipo negociador del Gobierno, a estos patriotas que entregaron años de sus vidas, trabajando sin descanso, para lograr esta victoria de la paz.

¡Gracias! ¡Gracias! Colombia está en deuda con ustedes.

Y gracias, muchas gracias, a la comunidad internacional que apoyó con tanta generosidad y persistencia este esfuerzo de paz que hoy se ve culminado con éxito.

Gracias a las Naciones Unidas, a su secretario general Ban Ki-moon, a su Consejo de Seguridad, por su respaldo y la verificación en el cese al fuego y el proceso de desarme.

Gracias a los países garantes –Cuba, nuestro generoso anfitrión de varios años, y Noruega con su ayuda invaluable– y a los acompañantes durante todo este difícil camino –Chile y Venezuela–.

Gracias a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Alemania, y sus enviados especiales.

Gracias, por su gran aporte, al Comité Internacional de la Cruz Roja.

Gracias a los países de América Latina, del Caribe y de todo el mundo que han estado listos para ayudar en lo que sea posible, y a quienes han ofrecido desde ya sus aportes y su experiencia para el desafiante periodo de posconflicto que comienza.

La paz de Colombia es la paz de la región y de todo el continente.

Pero –sobre todo– gracias a Dios por darnos la fortaleza, la templanza y la paciencia para que Su palabra se pueda convertir en realidad, porque Dios es unidad, es comunidad, es fraternidad, es amor, es misericordia, es darle la mano al otro.

Y gracias, muchas gracias al papa Francisco, cuyos mensajes y oraciones animaron siempre nuestro camino hacia la paz.

Al terminar este conflicto, termina el último y el más viejo conflicto armado del Hemisferio Occidental.

¡Por eso celebra la región y celebra el planeta!

Porque hay una guerra menos en el mundo. ¡Y ES LA DE COLOMBIA!

Colombianos:

Nadie ha dicho que el fin del conflicto sea el final de todos los problemas de nuestra nación.

Nos quedan muchos temas por trabajar, muchísimos retos por vencer, pero lo haremos mucho mejor sin el obstáculo, sin el freno, de una guerra absurda que consumía nuestros recursos y nos impedía tener presencia activa en todo el territorio nacional.

¡Cuántos recursos de la guerra podremos dedicar ahora a la educación, a la salud, a los programas sociales, a la seguridad ciudadana!

¡CUÁNTAS VIDAS SE SALVARÁN! ¡Cuántas vidas se salvarán!

Ese solo hecho –¡ese solo hecho!– justifica este acuerdo de paz.

¡Cuánto más podremos invertir en nuestro campo y en nuestros campesinos, que podrán por fin retornar a sus parcelas!

¡Cuánta inversión extranjera llegará! ¡Cuántos turistas deseosos de recorrer las maravillas de nuestra patria!

Colombia se prepara para aprovechar su máximo potencial, y esta tarea será de todos –no solo del Gobierno o del Estado, sino de toda la sociedad–.

¡Este es el nuevo país que hoy avizoramos!

Una Colombia en paz, una Colombia con más equidad, una Colombia mejor educada, que nos permita progresar y ser felices.

Apreciados amigos de la paz de Colombia:

Comencé recordando las frases de nuestro himno nacional, y termino también con el himno, que hoy nos conmueve más que nunca.

Colombianos: ¡CESÓ LA HORRIBLE NOCHE!

¡Cesó la horrible noche de la violencia que nos ha cubierto con su sombra por más de medio siglo!

¡CESÓ LA HORRIBLE NOCHE!

¡Y llega el día con todas sus promesas!

Hoy los invito a todos –a los jóvenes y los adultos, en los campos y en las ciudades, a los escépticos y a los entusiastas, ¡a todos!– a que abramos los brazos, los ojos, las mentes, y demos la bienvenida al NUEVO DÍA.

Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer; al sol brillante y lleno de posibilidades que se asoma en el cielo de Colombia.

¡EL AMANECER DE LA PAZ!
EL AMANECER… ¡DE LA VIDA!
Muchas gracias.

Texto completo del discurso pronunciado por el Comandante de las Farc, Rodrigo Londoño, Timochenko

Nuestra única arma será la palabra

Mis primeras palabras, tras la firma de este Acuerdo Final, van dirigidas al pueblo de Colombia, pueblo bondadoso que siempre soñó con este día, pueblo bendito que nunca abandonó la esperanza de poder construir la patria del futuro, donde las nuevas generaciones, es decir, nuestros hijos y nuestros nietos, nuestras mujeres y hombres, puedan vivir en paz, democracia y dignidad, por los siglos de los siglos.

Pienso también en los marginados que pueblan los cinturones de miseria de esta Cartagena, la Ciudad Heroica, que deseando estar aquí en esta celebración, no pudieron hacerlo. A ellos y ellas les extiendo mi mano de hermano y los abrazo con el corazón. Ustedes, junto al resto de la sociedad colombiana, también serán artífices de la siembra de la paz que apenas empieza.
Se dice que esta legendaria ciudad de mar, de playas preciosas, de brisa, de murallas antiguas, de historia valerosa y gente extraordinaria, logró enamorar a nuestro nobel Gabriel García Márquez, quien llegó a decir: “me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. Pues así estamos hoy seguramente quienes asistimos a este ocaso del día en que renacemos para echar a andar una nueva era de reconciliación y de construcción de paz.

Compatriotas: esta lucha por la paz, que hoy empieza a dar sus frutos, viene desde Marquetalia impulsada por el sueño de concordia y de justicia de nuestros padres fundadores, Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, y más recientemente por la perseverancia del inolvidable comandante Alfonso Cano. A ellos, y a todos caídos en esta gesta por la paz, nuestro eterno reconocimiento.

Como ustedes saben, la X Conferencia Nacional de Guerrilleros de las FARC-EP ha refrendado de manera unánime los Acuerdos de la Habana y ha mandatado la creación del nuevo partido o movimiento político, lo cual configura el paso definitivo de la forma de lucha clandestina y alzamiento armado, a la forma de lucha abierta, legal, hacia la expansión de la democracia.
Que nadie dude que vamos hacia la política sin armas. Preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones.

En adelante, la clave está en la implementación de los acuerdos, de tal manera que lo escrito en el papel cobre vida en la realidad. Y para que ello sea posible, además de la verificación internacional, el pueblo colombiano deberá convertirse en el principal garante de la materialización de todo lo pactado.

Nosotros vamos a cumplir, y esperamos que el gobierno cumpla.

Nuestra satisfacción es enorme al constatar que el proceso de paz de Colombia es ya un referente para la solución de conflictos en el mundo.

Cuánto deseamos que la autoridad palestina e Israel encuentren la senda de la reconciliación. Cómo anhelamos de corazón que en Siria se silencien las bombas y el horror de una guerra que victimiza a un pueblo, que lo destierra y lo obliga a lanzarse al mar en barcazas inseguras para buscar refugio en países que también los rechazan, y los reprimen, sin ningún sentimiento de humanidad. ¡Paz negociada para Siria, pedimos desde ultramar, desde Cartagena de Indias!

Paz para el mundo entero; no más conflictos bélicos con sus terribles dramas humanos, en los que mujeres, niñas y niños conmueven con sus lágrimas y tristezas.

Con el Acuerdo que hoy suscribimos, aspiramos poner punto final en Colombia a la larga historia de luchas y enfrentamientos continuos que han desangrado nuestra patria, como destino cruel y fatal desde tempranas épocas. Sólo un pueblo que ha vivido entre el espanto y los padecimientos de una y otra guerra, durante tantas décadas, podía tejer pacientemente los sueños de paz y justicia social, sin perder nunca la esperanza de verlas coronadas por sendas distintas a la confrontación armada, mediante la reconciliación y el perdón. Un pueblo que anhela que la persecución, la represión y la muerte y el accionar paramilitar, que aún persisten, así como múltiples causas del conflicto y la confrontación, puedan ser superadas en forma definitiva.

La más reciente cumbre de la CELAC determinó, con el consenso de todos los países de la América Latina y el Caribe, que esta parte del mundo debe ser un territorio de paz. El Acuerdo Final de La Habana llega a ratificar ese propósito poniendo fin al más largo conflicto del continente. La Tierra entera debería ser declarada territorio de paz, sin cabida alguna a las guerras, para que todos los hombres y mujeres del orbe podamos llamarnos y actuar como efectivamente somos, hermanos y hermanas bajo la luz del sol y la luna, dejando atrás cualquier destello de miseria y desigualdad.
El tratado de paz que suscribimos hoy en Cartagena, no sólo pone fin a un conflicto nacido en Marquetalia en el año de 1964, sino que aspira a sellar para siempre la vía de las armas, tan largamente transitada en nuestra patria. Quién sabe qué vandálico sino tomó puesto en amplios sectores de la clase dirigente colombiana, desde el mismo grito de la independencia de España, pues las incontables guerras civiles del siglo XIX proporcionan el lúcido testimonio de la odiosa manía de pretender solucionar todas las diferencias a tiros, eliminando físicamente al contradictor político y no derrotando sus ideas con apoyo popular; encubriendo de esa forma, propósitos oscuros para la preservación y prolongación de un régimen de privilegios y de enriquecimiento en beneficio propio.

En nuestro parecer, toda forma de violencia es en sentido filosófico y moral un atentado contra la humanidad entera, pero dolorosamente constituye a la vez un dramático testimonio de la historia humana.

Si alguna cosa ha demostrado la historia, es que no hay pueblo que soporte indefinidamente la brutalidad del poder, aunque después lo llamen con los apelativos que quieran. Del mismo modo, los pueblos, víctimas iniciales y finales de todas las violencias, son a la vez los primeros en soñar y desear la paz y la convivencia arrebatadas. Todo pueblo ama sus niños y niñas y sueña con esperanza un futuro feliz para ellos. Esa ha sido nuestra incesante búsqueda.

Convinimos en La Habana la realización de rigurosas investigaciones sobre el esclarecimiento de la verdad histórica del conflicto colombiano. Dejemos por tanto a ellas las conclusiones finales. Pero que se reconozca que las FARC-EP siempre intentamos, por todos los medios, evitarle a Colombia las desgracias de un prolongado enfrentamiento interno. Otros intereses, demasiado poderosos en el plano internacional y en los centros urbanos y los campos del país, se encargarían de inclinar la balanza en el sentido contrario a través múltiples medios y de una intensa acción comunicativa en la que la manipulación mediática y la mentira han hecho parte del pan de cada día.

No obstante, jamás podrá borrarse de la historia que, durante más de treinta años, cada proceso de paz significó un logro de la insurgencia y los sectores populares que lo exigían. Y que por tanto tenemos pleno derecho a declarar como una victoria de éstos la suscripción de este Acuerdo Final por el Presidente Juan Manuel Santos y la comandancia de las FARC-EP. Siendo igualmente justos, hay que decir que este tratado de paz es también una victoria de la sociedad colombiana en su conjunto y de la comunidad internacional.

Sin ese amplio respaldo social y popular que fue creciendo a lo largo y ancho de la patria durante los estos últimos años, no estaríamos frente a este magnífico acontecimiento de la historia política del país. Hoy debemos agradecer por su contribución en el logro de este propósito colectivo, a las mujeres y hombres de esta bella tierra colombiana, a los campesinos, indígenas y afrodescendientes, a los jóvenes, a la clase trabajadora en general, a los artistas y trabajadores el arte y la cultura, a los ambientalistas, a la comunidad LGBI, a los partidos políticos y los movimientos sociales, a las diferentes comunidades religiosas, a importantes sectores empresariales, y sobre todo, a las víctimas del conflicto. Nuestros niños y niñas, los más beneficiados, pues ellos son la semilla de las generaciones futuras, nos han conmovido con sus grandiosas expresiones de dulzura y esperanza.

Debemos admitir que nuestro propósito de búsqueda de una salida política al desangre fratricida de la Nación, encontró en el Presidente Juan Manuel Santos un valeroso interlocutor, capaz de sortear con entereza las presiones y provocaciones de los sectores belicistas. A él le reconocemos su probada voluntad por construir el Acuerdo que hoy se firma en nuestra Cartagena heroica.
Por primera vez en más de un siglo, se lograron por fin aunar suficientes voluntades para decir no a los amigos de la guerra, que durante tanto tiempo se apoderaron del acontecer nacional para sumirlo en un caos interminable y doloroso.

Toda esta construcción social y colectiva pudo rendir frutos gracias al incansable apoyo de los países garantes. Nuestro agradecimiento a Cuba, al Comandante de esa gloriosa Revolución, Fidel Castro Ruz, al General de Ejércitos y Presidente Raúl Castro Ruz y al pueblo cubano en general. Igualmente al Reino de Noruega y a todo el pueblo noruego por decidido apoyo al proceso.
Reconocimiento especial, merece el Comandante Hugo Chávez, sin cuyos trabajos, pacientes como discretos, este final feliz no hubiera tenido comienzo. A Nicolás Maduro, continuador de ese generoso esfuerzo de paz, en su condición de Presidente de la República Bolivariana Venezuela, país acompañante, y desde luego al pueblo de la hermana república. Nuestro agradecimiento a Chile, en su calidad de país acompañante, a su pueblo, a su presidenta Michelle Bachellet. También a la Organización de Naciones Unidas. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América y de todos los pueblos del mundo.

Con el Acuerdo Final se ha dado un trascendental paso adelante en la búsqueda de un país diferente, comprometiéndose a una Reforma Rural Integral, para contribuir a la transformación estructural del campo. Promoverá una Participación política denominada Apertura democrática para construir la paz, con la que se busca ampliar y profundizar la democracia. Las FARC-EP dejamos las armas al tiempo que el Estado se compromete a proscribir la violencia como método de acción política. Esto es, a poner fin definitivo a la persecución y el crimen contra el opositor político, a dotarlo de plenas garantías para su actividad legal y pacífica. Junto con el Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo y la Dejación de Armas, con los cuales termina para siempre la confrontación militar, fue pactada la Reincorporación de las FARC-EP a la vida civil en lo económico, lo social y lo político de acuerdo con nuestros intereses, y se suscribió el acuerdo sobre Garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales o paramilitares que desangran y amenazan a Colombia.

Especial atención merece la previsión del Pacto Político Nacional, por medio del cual el gobierno y el nuevo movimiento político surgido de nuestro tránsito a la actividad legal, promoveremos un gran acuerdo nacional y desde las regiones con todas las fuerzas vivas de la Nación, a fin de hacer efectivo el compromiso de todos los colombianos y colombianas, para que nunca más sean utilizadas las armas en la política, ni se promuevan organizaciones violentas como el paramilitarismo. De materializarse este propósito común, Colombia habrá logrado dar un gigantesco paso adelante en el camino de la civilización y el humanismo.

De algo estamos bien seguros, si este Acuerdo Final no deja satisfechos a sectores de las clases pudientes del país, en cambio representa una bocanada de aire fresco para los más pobres de Colombia, invisibles durante siglos, y para los y las jóvenes en cuyas manos se encuentra el futuro de la patria, los cuales serán la primera generación de nacionales que crece en medio de la paz.
Son casi tres centenares de páginas las contentivas del Acuerdo Final que suscribimos aquí, difíciles de resumir en tan breve espacio. Su firma no significa que capitalismo y socialismo comenzaron a sollozar reconciliados en brazos el uno del otro. Aquí nadie ha renunciado a sus ideas, ni arreado sus banderas derrotadas. Hemos acordado que seguiremos confrontándolas abiertamente en la arena política, sin violencia, en un apoteósico esfuerzo por la reconciliación y el perdón; por la convivencia pacífica, el respeto y la tolerancia; y sobre todo por la paz con justicia social y democracia verdadera.

Recordando a San Francisco de Asís, debemos repetirnos que cuando se nos llene la boca hablando de paz, debemos cuidar primero de tener nuestros corazones llenos de ella.
En todos los escenarios posibles continuará retumbando nuestra voz contra las injusticias inherentes al capitalismo, denunciando la guerra como el instrumento favorito de los poderosos para imponer su voluntad a los débiles por medio de la fuerza y el miedo, clamando por la salvación y la conservación de la vida y la naturaleza, exigiendo el fin de cualquier forma de patriarcado y discriminación, proponiendo salidas verdaderamente humanas y democráticas a todos los conflictos, seguros de que la inmensa mayoría de los pueblos prefieren la paz y la hermandad sobre los odios, y merecen por tanto ocupar un lugar de privilegio en la adopción de las decisiones que envuelven el futuro de todos.

Colombia requiere de transformaciones profundas para hacer realmente verdaderos los sueños de la justicia social y el progreso. La paz es sin duda alguna el elemento esencial para los grandes destinos que nos esperan como nación, que deberán caracterizarse más por sus luces que por su poderío, como diría el Libertador.

Para hacerlo posible, nuestra patria requiere, además de un renacimiento ético, de la restauración moral que predicaba Jorge Eliécer Gaitán antes de ser asesinado aquel fatídico 9 de abril de 1948. El enriquecimiento fácil y el descarado engaño, la cizaña sembrada en las mentes de los ciudadanos por la mentira mediática habitual, la farsa de la educación fundada en el ánimo de lucro de empresarios sin principios, la enajenación cotidiana sembrada por la publicidad mercantil, entre otros graves males, exigen, para superarlos, lo mejor de los valores humanos de nuestros compatriotas.

La sociedad colombiana tiene que ser claramente inclusiva en lo económico, lo político, lo social y lo cultural. El Estado colombiano, tras la firma de este Acuerdo, no puede seguir siendo el mismo en que se permite que la salud sea un negocio. Los tristemente famosos paseos de la muerte y las agonías a las puertas de los hospitales tienen que desaparecer para siempre. No más familias condenadas a la calle y la miseria, por cuenta de las usurarias deudas con el sistema financiero o las bandas del gota a gota. La seguridad con la que tanto sueñan los colombianos y las colombianas, no debe depender tanto del tamaño de las fuerzas de seguridad del Estado, como del combate a la pobreza y la desigualdad y a la falta de oportunidades que padecen millones de compatriotas, fuente real de las formas más sentidas de la delincuencia. Los servicios públicos deben llegar a todos y a todas. Es a esa tarea a la que nos proponemos sumarnos desde ahora, sin arma distinta que nuestra palabra. Y es eso lo que el Estado colombiano ha prometido solemnemente respetar y proteger.

Al contrario de quienes predican que nuestro ingreso a la política abierta en Colombia constituye una amenaza, sentimos que millones de colombianos y colombianas nos extienden sus brazos generosos, y felicitan a su gobierno por haber alcanzado al menos la terminación del conflicto armado, entre sus disímiles propósitos. De todas partes del mundo recibimos emocionados saludos de aplauso por lo conseguido. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América, vuelven a repetirnos todos los gobiernos del continente.

Ante ellos sellamos nuestro compromiso de paz y reconciliación. Donde quiera que en adelante plante sus pies un antiguo combatiente de las FARC-EP, pueden tener la seguridad de encontrar a una persona decente, serena y sensata, inclinada al diálogo y la persuasión, a una persona dispuesta a perdonar, sencilla, desprendida y solidaria. Una persona amiga de los niños, de los humildes y ansiosa de trabajar por un nuevo país de modo pacífico.

Casi cinco años atrás, en una nota destinada a ser leída por el Presidente Santos, a pocos días de producida la muerte de nuestro Comandante Alfonso Cano, terminaba diciéndole “así no es, Santos, así no es”. Con la convicción de que Colombia se merecía un acuerdo mucho mejor y que quizás con un poco más de voluntad lo hubiéramos logrado, debo reconocer que lo firmado hoy constituye una luz de esperanza, preñada de anhelos de paz, justicia social y democracia verdadera, un documento de descomunal trascendencia para el futuro de nuestros hijos e hijas y de la patria entera.

Los más de diez mil millones de dólares invertidos en la guerra por el Plan Colombia y el gigantesco gasto para la financiación de la guerra, hubieran servido para solucionar buena parte de los males del pueblo colombiano. Pero, como diría nuestro comandante Jorge Briceño, ya no es tiempo de llorar, sino de echar para adelante. Después de centenares de miles de muertos y millones de víctimas, al suscribir juntos este documento, le digo, Presidente, con emoción patriótica, que este sí era el camino indicado, así sí era.

Los soldados y policías de Colombia han de tener claro que dejaron de ser nuestros adversarios, que para nosotros está definido que el camino correcto es reconciliación de la familia colombiana. Esperamos de ellos, como lo aseguraron varios de sus más destacados mandos, que jugaron importante papel en la Mesa de La Habana, una mirada distinta a la que siempre nos reservaron. Todos somos hijos del mismo pueblo colombiano, nos afectan por igual sus grandes problemas.

A nuestras guerrilleras y guerrilleros, a nuestros prisioneros y prisioneras de guerra, a sus familias, a nuestros licenciados de filas y lisiados, queremos enviarles un mensaje de aliento, ustedes vivieron y lucharon como héroes, abrieron con sus sueños la senda de la paz para Colombia. Los tres monumentos que se construirán con sus armas, darán testimonio eterno de lo que representó la lucha de las y los combatientes de las FARC-EP, y del pueblo humilde y valiente de esta patria.

Colombia espera ahora que, gracias a la necesaria disminución del porcentaje del gasto público destinado a la guerra que deberá traer el fin de la confrontación y el consecuente aumento de la inversión social, nunca jamás, ni en la Guajira, ni en el Chocó, ni en ningún otro espacio del territorio nacional, tengan por qué seguir muriendo niños y niñas de hambre, desnutrición o enfermedades curables.

Hemos coronado, por vía del diálogo, el fin del más largo conflicto del hemisferio occidental. Somos los colombianos y colombianas por tanto, un ejemplo para el mundo: que en adelante seamos dignos de llevar un honor semejante. Reconozcamos que cada una y uno de nosotros tenemos a quienes llorar. Perdimos a hijos e hijas, hermanos y hermanas, padres y madres, amigos y amigas.
¡Gloria a todos los caídos y víctimas de esta larga conflagración que hoy termina!

En nombre de las FARC-EP, ofrezco sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto, por todo el dolor que hayamos podido ocasionar en esta guerra.
Qué Dios bendiga a Colombia. Se acabó la guerra. Estamos empezando a construir la paz. El amor de Mauricio Babilonia por la Meme, podrá ser ahora eterno y las mariposas que volaban libres tras él, simbolizando su infinito amor, podrán ahora multiplicarse por los siglos cubriendo la patria de esperanza.
¡Bienvenida esta segunda oportunidad sobre la Tierra!

Cartagena de Indias, Septiembre 26 de 2016

Síguenos en Redes Sociales

Scroll al inicio