Por Eduardo Sarmiento Palacio
La información del primer semestre revela una economía desarticulada en que la mayoría de los sectores crecen a ritmo negativo y el conjunto lo hace menos que la población. Como lo señalamos al principio del año, la economía evoluciona dentro de un sendero de crecimiento de 1 %, sin visos de recuperación. Los errores sistemáticos de política y predicción confirman que las autoridades económicas han perdido el control macroeconómico.
En la concepción de tasa de cambio flexible, austeridad fiscal y autonomía del banco central para regular la tasa de interés, se considera que el mercado por la vía del ajuste de la tasa de interés asegura la igualdad entre el ingreso nacional y el gasto. Así, en condiciones recesivas, la baja de la tasa de interés reactiva y normaliza la actividad productiva. Sin embargo, el dispositivo no opera en condiciones de tasa de interés mundial de cero y baja elasticidad de la balanza de pagos, en particular de las exportaciones, a la tasa de cambio. La baja de la tasa de interés de referencia no afecta la del mercado y si lo hiciera no aumentaría el crédito ni la inversión, que es lo que cuenta al final.
No se ha entendido lo que ocurrió. La caída de los precios del petróleo, la devaluación masiva, el alza de las tasas de interés y la reforma tributaria basada en el IVA configuraron un estado crítico. Se desató un proceso creciente de deterioro del producto que se desconoce en los libros de texto y que después de tres años los centros de estudios gubernamentales no han podido descifrar.
Las autoridades monetarias están peleando contra un molino de viento. La intervención del Banco de la República para facilitar la baja de la tasa de interés es contrarrestada por el Ministerio de Hacienda al emitir TES a tasas de interés superiores. Se ha llegado a la total inconsistencia. En el desespero se trata de intervenir el mercado con la tasa de usura, que no pasa de ser un dispositivo semántico sin incidencia en la realidad. El despropósito se habría evitado si se entendiera que la economía opera con ahorro sobrante.
En síntesis, se siguió un manejo extremo monetarista para propiciar la reducción del déficit en cuenta corriente a la balanza de pagos que se llevó por delante los ingresos fiscales y contrajo la inversión. La economía quedó expuesta a una diferencia entre el ingreso nacional y el gasto que tiende a reforzarse, porque la caída del producto incide más en la inversión (gasto) que en el ahorro (ingreso nacional). Se configura el clásico desequilibrio monetario que contradice la ortodoxia dominante. El dinero no entra a la economía. Así lo confirman los agregados monetarios de medios de pago, base monetaria y crédito, que evoluciona por debajo de la inflación.
Lo grave es que las autoridades económicas quedaron sin medios para corregir el desequilibrio macroeconómico. El déficit fiscal es determinado por la regla fiscal y la tolerancia internacional y la política monetaria no tiene mayor capacidad para bajar la tasa de interés y ampliar el crédito. La autonomía del Banco de la República hizo aguas. El Banco no está en capacidad de regular aisladamente la actividad productiva. Se requiere una nueva concepción que le conceda un mayor papel y flexibilidad a la política fiscal en la reactivación y regulación de la economía, a tiempo que le exija al Banco una mayor intervención en el tipo de cambio.
El cambio de orientación podría adelantarse dentro de la reglamentación existente, pero a la larga convendría hacerlo explícito en la ley del Banco de la República. En esencia, significa reconocer que la función de la política monetaria no es bajar la inflación a cualquier costo, sino conciliar su control con la estabilidad de la balanza de pagos y la expansión de la producción y el empleo.
El Espectador, Bogotá.