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El pasado lunes 27 de octubre, durante su intervención en el programa ‘El calentao’ de Señal Colombia, la senadora y precandidata presidencial Clara López Obregón abordó la problemática del intervencionismo estadounidense en América Latina. Sus afirmaciones, cargadas de sentido histórico y político, invitan a un examen profundo sobre el alcance y las consecuencias de la política exterior de Estados Unidos en la región. La congresista sostuvo que, aunque Estados Unidos tiene la capacidad de destruir países, no logra gobernarlos, citando como ejemplos paradigmáticos a Vietnam e Irak. Sus palabras se inscriben en un debate fundamental para quienes analizan la geopolítica latinoamericana y la defensa de la soberanía nacional y continental.
La historia de América Latina está marcada por una constante tensión con el poder estadounidense. Desde la Doctrina Monroe en el siglo XIX, pasando por las intervenciones militares directas en el Caribe y Centroamérica, hasta las operaciones encubiertas durante la Guerra Fría, el intervencionismo ha adoptado múltiples formas. En cada episodio, el discurso justificatorio ha variado: se ha apelado a la lucha contra el comunismo, la protección de intereses económicos o, más recientemente, el combate al narcotráfico y el terrorismo. Sin embargo, el resultado frecuente ha sido la desestabilización política, la pérdida de autonomía y el sufrimiento social, como lo ilustra la referencia de la senadora López Obregón a los casos de Vietnam e Irak, donde la imposición externa fracasó en construir Estados funcionales a los intereses de Washington.
La parlamentaria y precandidata planteó una crítica frontal al renovado intervencionismo estadounidense, subrayando la incapacidad de Washington para gobernar los países en los que interviene, pese a su poderío militar. Su análisis resuena con las reflexiones de Eduardo Galeano, quien en su clásico libro “Las venas abiertas de América Latina” describió las secuelas del intervencionismo en términos de fragmentación social, dependencia económica y pérdida de identidad. Al señalar que “Estados Unidos puede destruir, pero no gobernar”, la senadora López Obregón pone el énfasis en la resistencia de los pueblos y en la imposibilidad de imponer modelos ajenos mediante la fuerza, una lección que la historia reciente ha confirmado reiteradamente.

En su intervención, la dirigente política reivindicó la importancia de la Zona de Paz latinoamericana, una declaración adoptada en 2014 por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que proclama la región como territorio libre de conflictos armados y rechaza la injerencia extranjera. La Zona de Paz representa no solo un compromiso diplomático, sino también una aspiración colectiva de autonomía y resolución pacífica de controversias. En el actual contexto de tensiones globales y renovados intentos de intervención bajo diferentes pretextos, la defensa de este principio adquiere una relevancia estratégica para la estabilidad regional y la protección de los procesos democráticos.
Uno de los puntos más agudos del análisis de la senadora López Obregón es la denuncia de los nuevos pretextos utilizados para justificar la intervención militar en América Latina. Si durante el siglo XX el anticomunismo sirvió de argumento para la injerencia, hoy se invoca la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico o la “defensa de la democracia” para legitimar acciones que vulneran la soberanía de los Estados. Esta mutación discursiva no altera el fondo del problema: la persistente negación del derecho de los pueblos latinoamericanos a decidir su destino sin presiones externas. El caso de Irak, citado por la congresista López Obregón, evidencia cómo los argumentos humanitarios pueden encubrir intereses geopolíticos y económicos, con consecuencias devastadoras para las sociedades intervenidas.

En línea con la tradición de pensamiento crítico latinoamericano, la dirigente política subrayó la necesidad de defender la dignidad y la soberanía, no solo como valores abstractos, sino como condiciones indispensables para el desarrollo y la justicia social. La historia de América Latina ha demostrado que la dependencia y la sumisión conducen a ciclos de pobreza, violencia y degradación institucional. Por ello, la afirmación de la autonomía nacional y continental debe ser entendida como una tarea permanente, que requiere tanto la consolidación de consensos internos como la articulación de posiciones comunes en el ámbito internacional. La dignidad, en este sentido, es la capacidad de resistir la subordinación y de construir alternativas propias, como lo planteaba Galeano en su denuncia de las estructuras de poder global.

Las declaraciones de la senadora López Obregón en el espacio televisivo ‘El calentao’ reabren un debate crucial sobre el lugar de América Latina en el tablero geopolítico mundial. El renovado intervencionismo estadounidense, lejos de ser un fenómeno del pasado, sigue representando un desafío para la soberanía y la estabilidad regional.
Frente a esta realidad, la reivindicación de la Zona de Paz, el rechazo a los nuevos pretextos de intervención y la defensa de la dignidad nacional y continental emergen como ejes centrales de una agenda política orientada a la autonomía y la justicia. El futuro de América Latina dependerá, en buena medida, de la capacidad de sus sociedades y liderazgos para resistir la injerencia y afirmar su derecho a decidir su propio destino, en consonancia con las lecciones de la historia y las aspiraciones de sus pueblos.



