POR LUIS IGNACIO SANDOVAL MORENO /
No por capricho se califica un gobierno de bueno o malo. Ello depende del referente o rasero que se emplee para apreciar sus emprendimientos y realizaciones. El referente de los opositores no es, por supuesto, el mismo de los partidarios o integrantes del gobierno. Elemental.
En mi concepto es bueno el gobierno que avanza en la construcción de bienes públicos humanizantes y civilizatorios: derechos de la gente del común, su bienestar, su libertad, su dignidad, su protagonismo, su tranquilidad, su contexto natural, su vida… Construir tales bienes supone gobernar para avanzar en justicia, democracia y paz. Si no es para eso que se gobierna, el gobierno es malo.
Lo que se está viendo en el caso del gobierno colombiano del presidente Iván Duque, a nombre del partido Centro Democrático liderado por el senador Álvaro Uribe Vélez, es que el gobierno obstaculiza el camino de justicia, democracia y paz por el cual la gente mayoritariamente quiere transitar. El gobierno frena el cambio, agencia el retroceso.
Que el presidente es conservadurista, que representa la derecha, que es de la estirpe de Macri, Bolsonaro y Trump, que su gestión, su partido y su líder operan como un freno al cambio democrático en materia de orden político, desarrollo rural (restitución de tierras, sustitución de cultivos de coca, economía campesina, territorios étnicos), reparación de víctimas, explotación de combustibles y minerales, transparencia, garantías para todos, no lo inventamos los críticos del gobierno, lo indican los hechos, lo siente la gente.
Que en Colombia se está produciendo un retroceso en materia de vida, justicia, democracia y paz lo están diciendo, con información rigurosa, órganos de prensa de tanto peso como The Economist de Inglaterra, The New York Times y Washington Post de Estados Unidos, Le Monde de Francia, El País de España y entidades como Human Rights Watch que en estos días ha presentado un sólido informe sobre el Catatumbo.
El exfiscal de la Corte Penal Internacional CPI, el argentino Luis Moreno, ha exhortado al Presidente Duque a abandonar su militancia (sic) anti acuerdo de paz. Este y muchos otros observadores internacionales asumen que, no obstante la retórica oficial, la estrategia de fondo es claramente reduccionista del alcance del acuerdo de paz. Todos los frentes de implementación del acuerdo acusan insuficiencia presupuestal. Grupo importante de senadores y representantes en acción multipartidaria -Partido Alianza Verde, Partido Cambio Radical, Partido Liberal, Movimiento Decentes, Partido de la U, Partido Polo Democrático- acaba de presentar informe que muestra con absoluta claridad la situación.
En los últimos días, la propia Conferencia Episcopal Católica colombiana le ha pedido al Presidente que cumpla con una promesa central de su programa de gobierno: adelantar un Pacto por Colombia que reduzca la polarización y abra amplio espacio al juego democrático de pluralidad. También los obispos sienten que no se avanza en una materia absolutamente vital para el país.
Las más recientes encuestas, realizadas por Invamer-Gallup, el Centro Nacional de Consultoría, Datexco y Guarumo indican que el presidente y su gobierno se rajan prácticamente en todos los temas de interés general (salud, educación, empleo, obras, seguridad…), relaciones con los vecinos, y que la gente no tiene esperanza de que las cosas mejoren. No es cuento de la oposición.
El gobierno frena el cambio, agencia el retroceso. El mismo presidente ha evolucionado hacia atrás. Columna desempolvada hace poco muestra a Iván Duque crítico con Uribe Vélez, de talante democrático y liberal. Hace 22 años su mente estaba lúcida y limpia, hoy nos tocó de Presidente el Iván Duque prejuiciado y utilizado como instrumento de un proyecto inconfesable, oculto tras sonoros eufemismos. El Presidente está encerrado en una burbuja de irrealidad.
¿Qué seriedad se reconoce, al cabo de un año, a la palabra del presidente, la vicepresidenta, la ministra del Interior, el canciller, el ministro de defensa? Ellos y ellas son los cinco voceros de más alto rango del gobierno, notables al tiempo por su locuacidad y por la inconsistencia de sus palabras. El ejercicio del liderazgo político está atado a la palabra confiable, al proceder limpio sin jugaditas para burlar los derechos de la oposición. La palabra del gobierno, su partido y su líder, se percibe tan deleznable como la montaña en el kilómetro 58 de la vía al Llano.
Procurar la atención socioeconómica a miles de reinsertados de la guerrilla fariana, no prestarse a la idea de intervención militar en Venezuela, hacer un esfuerzo institucional enorme frente a millón y medio de migrantes, otorgar ciudadanía colombiana a niños de madres venezolanas nacidos en el país, propiciar la economía naranja, abrir nuevos nichos de mercado a exportaciones colombianas (aguacates a China) son logros del gobierno Duque que no se pueden desconocer.
Pero ello dista mucho de lo que se requiere en el posacuerdo de paz, de lo que se espera del gobierno del bicentenario. Por cuanto la política es per se acción y reacción no es extraño que el retroceso reclame el progresismo. Por fortuna el país no está condenado a una sola posibilidad de rumbo.
La sociedad colombiana se empeña ardua, incansable, heroicamente, en producir una opción creíble y viable por la vida, la justicia, la democracia y la paz. Esa opción es una necesidad primordial para el país. Tan reales como las fuerzas en contravía del cambio son las fuerzas que lo propugnan. Este pulso es necesario y legítimo, no tiene porqué volverse polarización en el marco de un juego normal de pluralidad.
En Colombia se insinúa en hechos de opinión, movilización, iniciativa política, un amplio movimiento democrático. Líderes parlamentarios, partidos y movimientos, comunidades territoriales, intelectuales y artistas, innumerables hombres y mujeres en el dilatado espacio alternativo tienen la irrenunciable responsabilidad de superar el caos de rivalidades insensatas.
Boaventura de Sousa Santos, el gran sociólogo de la Universidad de Coímbra (Portugal), tan conocedor de Colombia, no se cansa de señalar: La tragedia de nuestro tiempo es que la dominación está unida y la resistencia está fragmentada. Hoy tenemos la extraordinaria y esperanzadora dinámica cultural, social y política de Defendamos la Paz (DLP), pero al mismo tiempo asistimos a un fraccionalismo suicida en los escenarios de las próximas elecciones territoriales.
Así no podemos seguir: con un gobierno que retrocede cuando están dadas todas las condiciones para avanzar y con un movimiento democrático que despunta pero no cuaja. El país no resiste más muertes de líderes, ni más violencia contra mujeres y niños. Colombia merece otra suerte. Se precisa una visión, una estrategia, un método, una praxis común alternativa que torne la entropía en sinergia, que permita la aparición de mayorías esclarecidas, que facilite la epifanía del nuevo sujeto político en esplendoroso ejercicio de pluralidad. Es posible.
El Espectador, Bogotá.