Por Luis I. Sandoval M.
Petro no odia a Duque, Duque no odia a Petro, son adversarios, no enemigos. Hay aguda competencia entre ellos, pero no polarización. Entre Uribe y Santos, en los últimos ocho años, aparte de la divergencia en temas fundamentales como el de la paz, se dio una animadversión personal extrema que se tradujo en polarización política. El cambio que experimenta el ejercicio de la política en el pos-Acuerdo de Paz es enormemente novedoso y positivo.
Asombroso: elecciones con mucha menos violencia porque una guerrilla se desmovilizó mediante acuerdo político y otra, que está en diálogo, decidió tregua unilateral por las fechas electorales; la abstención en la primera vuelta se redujo en varios puntos por cuenta de una mayor presencia electoral de jóvenes; la juventud muestra que mantiene su rebeldía, pero no se aventura ya por caminos de rebelión; la mayor participación no está solo en el voto, la base ciudadana está recurriendo cada vez más a la organización y movilización, camino heroico porque los líderes y activistas en regiones avanzan asediados por el exterminio. Subsisten grupos paramilitares. Aún no hay monopolio garantista de la fuerza en manos del Estado.
Con todo es asombroso el cuadro que presenta la segunda vuelta: un candidato nuevecito, bien estudiado, bien hablado, bien plantado y bien rodeado de todas las fuerzas conservaduristas, antiguas y recientes, incluidos los expresidentes Uribe, Pastrana y Gaviria, y muchos otros desgastados actores políticos (en este predio “se reciben escombros”, expresó Osuna con su lápiz), que promete con calculada generosidad todo lo que la gente pide y sueña, apropiándose inclusive la agenda del adversario, y que anuncia reformas como la de la justicia que, según autorizados analistas, constituiría un verdadera ruptura del orden republicano.
Otro candidato que viene de la clase media trabajadora (hijo de profesional y ama de casa), exinsurgente, que cual Prometeo se eleva vertiginosamente desde la adversidad, superando todo tipo de obstáculos, persecuciones, tergiversaciones e inclusive atentados contra su vida; candidato rodeado, con plazas llenas, del que otro líder de multitudes hace 70 años llamó el país nacional; candidato con agenda modernizante y democratizante cuyas propuestas centrales consisten en cumplir acuerdos, aplicar la Constitución, darle impulso a una economía productiva, realizar derechos, avanzar en energías limpias y hacer un gobierno adscrito a valores sin corrupción, sin abuso de poder.
En el fondo un propósito indeclinable de decencia en la política y en la gestión de lo público es el único radicalismo de la opción alternativa, que a nadie debería incomodar puesto que “enmermelados” y “no enmermelados”, inusitadamente, acaban de aprobar por unanimidad la consulta anticorrupción que tendrá lugar en los próximos 90 días (ojo: riesgo de confusión o elusión).
Son dos opciones, muy diferentes, pero ya no es polarización. Hay que retomar el juego de pluralidad sin temor, con destreza democrática, con inclusión plena. Colombia puede cambiar dentro de la institucionalidad democrática. Lo que ocurre es que en democracia los cambios pueden ser hacia atrás o hacia adelante. Inclusive en democracia se presentan propuestas y forman tendencias que fortalecen o resquebrajan la propia institucionalidad democrática.
En cada ocasión la ciudadana o el ciudadano tiene que analizar muy bien, más allá de apariencias o prejuicios, por quién vota y qué sentido tienen las propuestas reales que hacen los candidatos, aparte del ruido de la propaganda y la antipropaganda. En esta oportunidad la pregunta se hace sobre Iván Duque y Marta Lucía Ramírez del Centro Democrático, Gustavo Petro y Ángela María Robledo de Colombia Humana, finalistas en segunda vuelta presidencial, domingo 17 de junio.
Asombroso, en esta campaña surgió una realidad nueva en el paisaje político: un gran conjunto que plantea Pacto por Colombia, todo el viejo establecimiento, y otro gran conjunto, el de las ciudadanías libres, que plantea Acuerdo sobre lo fundamental, bloque histórico y gobierno compartido.
Duque desciende y Petro asciende según las mediciones más confiables. El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) señala: “A diez días de la elección la brecha de intención de voto entre los candidatos es de 5,5 puntos porcentuales. Duque, 45% y Petro, 40%”. Después se han aliado con el segundo Íngrid Betancourt, Antonio Navarro Wolff y a las pocas horas también Antanas Mockus y Claudia López, quienes con sus condiciones escritas en piedra revierten gran parte del voto en blanco. Llegan fajardistas y delacallistas, muchos liberales, incluso vargaslleristas, conservadores y uribistas convencidos de la paz. La ola expansiva no se detiene, muchas figuras destacadas de la academia, el arte y la cultura, cineastas, escritores, columnistas, también se deciden por el exalcalde.
La fórmula Gustavo Petro —Ángela María Robledo— recibe un alud incesante de apoyos. Nueva carta con centenares de firmas acaba de conocerse: “Comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, movimientos sociales y políticos, víctimas, iniciativas de paz y de derechos humanos apoyan a Colombia Humana”, también cristianos y católicos comprometidos con la paz y la democracia, colombianos en el exterior…
Hoy, cinco días antes de la votación, se percibe que esta fórmula puede ganar. Si la opción alternativa no ganara tendría un avance equivalente a victoria y quedaría proyectada a seguir incontenible en la consulta anticorrupción y en las elecciones territoriales de octubre de 2019. ¡Asombroso todo esto!