Por Rodrigo Borja
Muchos científicos sostienen que fueron los meteoritos y cometas que chocaron contra la Tierra hace millones de años los que trajeron la vida a nuestro planeta. Y que, por tanto, ella no es privilegio exclusivo de este pequeño lugar sino que existe en la inmensidad del cosmos. Esta tesis se vio fortalecida por la operación de la NASA -agencia espacial norteamericana- que con su sonda “Stardust” detectó hace 17 años en el lejano cometa “Wild 2”, que circula entre Marte y Júpiter, la existencia de glicina, que es un aminoácido esencial para los seres vivos.
De otro lado, el desarrollo de la ciencia genética, a partir de la clonación de la oveja Dolly en 1996 y de muchas clonaciones posteriores -los ratones clonados en la Universidad de Hawai, los terneros de la Universidad Kinki en Japón, el oso panda en la Academia China de Ciencias, los 5 cerdos de Edimburgo, el camello clonado por los veterinarios árabes en Dubai y muchos otros experimentos-, ha demostrado la posibilidad científica de clonar mamíferos, lo cual plantea la cuestión filosófica, moral, jurídica, teológica y política de la clonación de seres humanos -que son mamíferos-, con la posibilidad real de producirlos mejor dotados física e intelectualmente.
Los científicos surcoreanos anunciaron el 2004 que habían clonado 30 embriones humanos con fines terapéuticos, aunque interrumpieron el experimento antes de que los embriones se convirtieran en fetos. Con todo lo cual la humanidad quedó confrontada a una nueva realidad científica: la factibilidad de recrear la vida humana al margen del proceso reproductivo normal y, además, reemplazar genes anormales o defectuosos por sanos mediante el procedimiento denominado “gene replacing”, de modo que sea factible eliminar las deficiencias y enfermedades genéticas y formar seres humanos mejor dotados física e intelectualmente.
El científico inglés John Sulston declaró que “estamos más cerca que nunca de obtener el manual de instrucciones para construir un ser humano”.
Esto, como es lógico, abrió una encendida discusión. Y ante la sola posibilidad de que la ciencia biogenética alcanzara una explicación sobre el origen de la vida, Benedicto XVI se adelantó a formular en el 2008 una nueva lista de pecados capitales, encabezada por la “manipulación genética”.
Pero el diagnóstico genético formará parte de la medicina del futuro. Y en la medida en que se puedan aislar los genes defectuosos y reemplazarlos por copias de genes normales será posible prevenir o eliminar muchas enfermedades -como las alteraciones maniacodepresivas, las deficiencias cardíacas, lesiones cerebrales congénitas, cáncer o los males de Alzheimer y de Huntington- que se transmiten por la herencia, y liberar a los seres humanos de estos padecimientos.