Por Héctor Peña Díaz
En Colombia cada uno de nosotros pertenece sin excepción a uno de estos tres países: los que yacen bajo la tierra, los que se han ido a otras partes del mundo y los que no se han podido marchar. Al primero se va porque es una ley de la vida, aun cuando aquí hay más de uno dispuesto a colaborar precipitándoles el fin a otros. Por ello alguien muy avisado argumentaba a un partidario de imponer la pena de muerte que lo que había que hacer era prohibirla, pues ella era una fruta podrida por los caminos y ríos de Colombia. Hay un país entero de millones de colombianos a los que la violencia de otros no les dio la oportunidad de vivir y soñar en esta bendita tierra, la mayoría, árboles tronchados en plena juventud. Al segundo país se fueron los que lograron sobrevivir a las persecuciones e innumerables familias en busca de un pan menos amargo. Una diáspora de hombres y mujeres principalmente en los Estados Unidos, España y Venezuela que con su duro trabajo y sus remesas han ayudado a paliar las escaseces de muchas familias colombianas. En el tercer país están los que no pudieron irse y han logrado sobrevivir en medio de grandes dificultades e interminables injusticias. Además de llevar en su corazón tanto el dolor de sus muertos como la ausencia de los exiliados. Esos muertos cuya vida fue vilmente segada por otros, reclaman desde la oscuridad de sus tumbas un nombre, una reivindicación de la justicia y no descansarán ni habrá paz para sus seres queridos hasta que esto no ocurra. Lo que se han ido en el fondo de su alma siempre quieren volver a los lugares amados de la infancia y la juventud, pero el mapa colombiano de desigualdad y violencia los disuade. ¿Qué hacer con un país que teniendo tantas condiciones favorables para ser un paraíso se convirtió en un infierno? Los que siempre han estado bien, los indiferentes y los asesinos (pues las abultadas cifras de homicidios, indican nunca ha dejado de ser una profesión floreciente, sobre todo, por los grados de impunidad) dirán que es una exageración, que lo que pasa es hay gente que no le gusta trabajar, que hay mucha envidia y resentimiento sin razón alguna, que las oportunidades son para los que sepan aprovecharlas, que la mansedumbre y la resignación son virtudes que deberían explorar los pobres. Pero bueno, aceptemos las críticas y convengamos que estamos en el purgatorio. ¿Cómo salir de él entonces? hay que reconciliar las tres patrias honrando a las víctimas, abriéndoles los brazos a los que quieran volver y lograr un país justo para todos. En la plazoleta del Rosario del centro de Bogotá me encontré con un viejo lotero que de niño conoció a Gaitán y le pregunté a boca de jarro cómo imaginaría el paraíso en Colombia y sin titubear me contestó: «sin oligarquía, con justicia y que mande el pueblo». Luego, un poco sarcástico acotó: «pero es más fácil ganarse la lotería».
Residente, s. (según Ambrose Bierce) El que no puede irse.
Paraíso, s. Cielo de los pobres. Infierno de los ricos.