Por Juan Manuel López Caballero
Absurdo que Colombia aparezca liderando una campaña para cambiar el régimen de gobierno de Venezuela.
Compartimos una de las mayores fronteras, la integración poblacional hace que ese país fuera el primer receptor de migrantes nuestros y hoy esa tendencia se reversa, era nuestro socio comercial y lo natural es que siguiera siéndolo; en fin, tener un distanciamiento – o peor aún, un enfrentamiento- con un vecino nunca es una situación deseable.
De hecho, por la misma razón de problemas de vecindario -entre ellos la definición de fronteras- nuestros nacionales no han sido muy bien vistos allá y viceversa.
Hay suficiente consenso internacional respecto a la necesidad de ayudar a que el señor Maduro salga del poder, pero no se ve la necesidad ni la conveniencia de que sea Colombia quien encabece esa campaña. Por el contrario, aún si eso traería algún agradecimiento transitorio por parte de quienes allá apoyan ese propósito, es casi seguro que a la larga eso se convertiría en un motivo adicional de resentimiento, puesto que son tan numerosos quienes apoyan a ese gobierno como quienes lo detestan, y la idea de que el país contra quien existe una animosidad casi atávica sea a quien se deba la situación que surgiría solo presagia una molestia mayor.
Pero lo realmente grave es haber llegado a contemplar y aceptar la idea de que ‘no se descarta ninguna de las posibles alternativas’, entendiéndose por ello la eventualidad de una intervención armada.
Se alega que es por razones humanitarias o por ‘defender la democracia’ pero en ambos aspectos mejor haríamos en ocuparnos de ello aquí. Y, como otra justificación, que en esa forma – promoviendo las demandas ante las instancias internacionales y preavisando que la vía armada no se descarta- Colombia está asumiendo un liderazgo y ganando presencia en el contexto regional. Eso sería cierto para el presidente Duque, pero la pregunta es si en esa forma le conviene al país.
A comenzar porque no es verdad que sea propiamente un liderazgo puesto que lo que asumimos es el rol de servidores de las políticas y los intereses americanos; no existe duda que el verdadero liderazgo lo imponen los Estados Unidos, además dentro de la visión de “America First” del Presidente Trump.
Nada más tonto que ofrecernos nosotros de ‘enemigo externo’, dado el conocimiento histórico de que todo dictador acaba buscando uno para canalizar los ánimos nacionales alrededor de una forma de ‘patriotismo’ y para distraer de los problemas internos.
Para los EE UU los temas humanitarios o la defensa de la democracia en estos países no son prioritarias. Venezuela es una preocupación, pero por sus intereses geopolíticos. La posible intervención armada desde el punto de vista de allá no sería para conquistar territorio, ni para liberar de una tiranía, sino para intervenir en el mercado del petróleo.
Con las reservas probadas más grandes del mundo, con la importancia que éste hidrocarburo tiene para los Estados Unidos, y con el antecedente de la guerra de Irak, sería ingenuo no entender que lo que estamos viviendo es lo que se podría llamar una nueva guerra del petróleo. Y es en ese contexto donde debemos también ver cuál es nuestra participación.
Los Estados Unidos tiene un interés evidente en que no sea un enemigo quien controle ese recurso. Un interés inmediato, porque la subida de precios permite su producción con los costos del ‘fracking’. De hecho, la política de la OPEP y el príncipe árabe al unirse con Rusia para controlar la producción operó no solamente porque los participantes cumplieron con la reducción de cuotas, sino porque la producción de Venezuela cayó en 700.000 barriles diarios más de lo previsto. Y un eventual interés a mediano plazo porque seguramente si la intervención es militar se acompañaría de un embargo para manejar esos recursos como sucedió con Irán.
A Colombia claro que momentáneamente le conviene esa alza del precio del crudo. Al fin y al cabo, en una política absolutamente incomprensible (y desacertada) nosotros, a pesar de tener menos del 3% de las reservas de Venezuela, también tenemos nuestra mayor variable económica amarrada a lo que pase con el petróleo.
Pero como la han dicho sí ambages quienes encabezan el Gobierno Venezolano, el escenario de una guerra teniendo como líder de la contraparte a Colombia sería más en nuestro territorio que en el de ellos. Y, con el primer golpe, en menos de dos horas podrían destruir las refinerías de Cartagena y de Barrancabermeja, aún si gastamos el billón de inversión propuesto para reforzar nuestra fuerza aérea.
Si servimos de comodines para justificar esa guerra, nos encontraríamos con que quienes y respaldan a nuestro vecino son Rusia y China. Quienes ven como buena noticia que el portaaviones John F. Kennedy llegue a aguas colombianas para confirmar que EE.UU. nos apoya deben tener en cuenta que esa posición con poder equivalente está llegando a aguas Venezolanas.