POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
De cualquier dios, judío, cristiano o musulmán.
«No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos».
– M. Cioran en Genealogía del fanatismo. Breviario de podredumbre, 1949.
I
El hombre ha forzado la imaginación para procurarse dioses que le garanticen protección y apoyo
El temor, que instintivamente agobia a los seres humanos desde sus orígenes, ha marcado a fuego todo nuestro devenir histórico. A pesar de las pretenciosas genealogías inventadas, no hemos logrado una total separación de la condición biológica-animal que nos envuelve; todas las religiones se han originado a partir de ese miedo zoológico que nos acompaña siempre, por la impotencia frente a las fuerzas externas que nos oprimen y ante nuestros propios delirios, ante nuestros propios fantasmas y demonios.
El hombre, en compensación a esa irremediable penuria, ha decidido fabricarse un “mundo mejor”, un fantasioso territorio para soñar una más grata existencia; sin necesidades, sin fatigas y sin dolor. Se ha forjado un mundo de ilusiones: un paraíso, o si se quiere, un Estado de bienestar…
Desde el paleolítico el hombre forzó la imaginación para procurarse dioses que le garantizaran protección y apoyo en un mundo que le era adverso, pobló su alrededor de fantasías e ilusiones, llegando a establecer un rico y diverso panorama imaginativo, con multitud de dioses y deidades… ensayó primero la deificación del entorno -el panteísmo- y después la creencia en muchos dioses -el politeísmo- lo que llegaría a conformar, a la postre, ese enorme y plural panteón que registra la historia universal, en las más diversas latitudes del orbe.
Como lo dijo Cioran: «Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. La historia no es más que un desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable. Incluso cuando se aleja de la religión el hombre permanece sujeto a ella; agotándose en forjar simulacros de dioses, los adopta después febrilmente: su necesidad de ficción, de mitología, triunfa sobre la evidencia y el ridículo».
En un momento dado de esa historia, frente al politeísmo de las grandes culturas antiguas, surgió el monoteísmo judío que, prevalido de un enorme afán de universalismo, sin importar las extravagancias, disparates y charlatanerías de muchas de sus aseveraciones y propuestas, ni las contradicciones y anfibologías en que incurrían sus “textos sagrados”, se ha impuesto al mundo en distintas variables y corrientes.
Se acepta en general que el monoteísmo judío tiene sus orígenes a partir de personajes como Moisés y Abraham, quienes, a pesar de la carencia de claras evidencias sobre su real existencia histórica, (fuera de la Biblia no hay ninguna referencia a ellos de la época en la cual supuestamente vivieron), son reconocidos como los fundadores de esta perspectiva religiosa.
El monoteísmo que hoy practica la mayoría de la humanidad, y que se concentra en tres grandes religiones (judaísmo, cristianismo e Islam), procede del pueblo judío.
La historia del monoteísmo judío empieza, al parecer con un hombre llamado Moisés, hace más de 2.000 años antes de nuestra era. A partir de este punto en la historia, Dios empezó a revelarse al mundo a través de los profetas de Israel, la nación que escogió para el cumplimiento de sus designios.
Dios hablaría entonces solamente a sus patriarcas y profetas, a sus escogidos enviados, que se constituyen en los únicos intérpretes de sus oscuros discursos, que por lo general, permanecen ininteligibles para el resto de los creyentes…
En el Monte Sinaí, Dios (Jehová o Yahveh), habla con su profeta Moisés y con vehemencia ofrece a esa nación elegida:
“… guardaréis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Éxodo. 19, 5).
Los escribas judíos se encargarían de escribir todas esas fantasiosas historias de Israel -el pueblo escogido- bajo la concepción monoteísta, dando a entender que desde tiempos remotos se había establecido con ese Dios único, un pacto, una alianza, un reconocimiento de superioridad a esta desértica nación habitada por pastores nómadas y trashumantes.
Parece ser que las hazañas de Moisés no son ciertas. Resultan tan asombrosas e inverosímiles como los mitológicos trabajos atribuidos a Hércules: su sobrevivencia flotando de niño en una cesta en el rio Nilo, sus arduos esfuerzos y trabajos como esclavo durante cuarenta años, la revelación en la zarza ardiente, la división de las aguas del mar Rojo garantizando el paso de los esclavos hebreos, pero ahogando a los egipcios, el asunto de la mediación realizada en el monte Sinaí donde el Dios Yahveh, le confiara los Diez Mandamientos, el vagar durante muchos años de ese pueblo, buscando un lugar de asentamiento definitivo etc. Cabe la sospecha que estas historias fueron inventadas por los escribas o copistas hebreos, en la compilación de los textos originales que servirían de base para la conformación de la Biblia.
Ante la posibilidad de que sus gentes se retirasen de la fidelidad monoteísta restableciendo la idolatría, el mítico Moisés resuelve aplicar un método sagrado e infalible desde entonces: el genocidio a los conciudadanos, amigos y parientes, adoradores del “becerro de oro”: “Se puso Moisés a las puertas del campamento, y dijo: «¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Levi. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel. Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente…” (Éxodo 32, 26-27).
Abraham es reconocido por los tres monoteísmos como el padre de esta doctrina, por supuesto, a pesar del celo con que se elaboraron las tesis del monoteísmo, quedaron no sólo remanentes de panteísmo y de politeísmo, que se expresan en varios pasajes de los textos bíblicos, sino incoherencias conceptuales y aspectos totalmente ilógicos, ridículos y hasta delirantes…
Respecto a Abraham el padre de los tres monoteísmos nos dice Voltaire en su Diccionario filosófico:
“…La Biblia dice que el Dios de los judíos, que les asignó el territorio de Canaán, ordenó a Abraham que abandonara la fértil tierra de Caldea y fuera a Palestina, prometiéndole que en su progenie bendeciría a todas las naciones del mundo. Corresponde explicar a los teólogos el sentido místico de esa alegoría, por el que se bendice a todas las naciones en una simiente de la que ellas no descienden. Pero ese sentido místico no constituye el objeto de mis estudios histórico-críticos. Algún tiempo después de esa promesa, la familia del patriarca, acosada por el hambre, fue a Egipto en busca de trigo. Es del todo singular la suerte de los hebreos que siempre fueron a Egipto empujados por el hambre, pues más tarde Jacob, por el mismo motivo, envió allí a sus hijos…”.
“…Abraham, entrado ya en la decrepitud, se arriesgó a emprender este viaje con su mujer Sara, de sesenta y cinco años de edad. Siendo muy hermosa, temió su marido que los egipcios, cegados por su belleza, le matasen a él para gozar los encantos de su esposa y le propuso que se fingiera su hermana, etc. Cabe suponer que la naturaleza humana estaba dotada entonces de un extraordinario vigor que el tiempo y la molicie de las costumbres fueron debilitando después, como opinan también todos los autores antiguos, que aseguran que Elena tenía setenta años cuando la raptó Paris. Aconteció lo que Abraham había previsto: la juventud egipcia quedó fascinada al ver a su esposa y el mismo faraón se enamoró de ella y la encerró en el serrallo aunque probablemente tendría allí mujeres mucho más jóvenes, pero el Señor castigó al faraón y a todo su serrallo enviándoles tres grandes plagas. El texto no dice cómo averiguó el faraón que aquella beldad era la esposa de Abrahán, pero lo cierto es que al enterarse la devolvió a su marido…”.
“…Era preciso que permaneciera inalterable la hermosura de Sara porque veinticinco años después, hallándose embarazada a los noventa años, viajando con su esposa por Fenicia, Abraham abrigó el mismo temor y la hizo también pasar por hermana suya. El rey fenicio Abimelech se prendó de ella como el rey de Egipto, pero Dios se le apareció en sueños y le amenazó de muerte si se atrevía a tocar a su nueva amante. Preciso es confesar que la conducta de Sara fue tan extraña como la duración de sus encantos…”.
Toda la historia de Abraham está cargada de flagrantes contradicciones. Dios, que se le aparecía con frecuencia y estableció con él no pocos pactos, le envió un día tres ángeles y el patriarca les dio de comer y después pidieron conocer a Sara, uno de ellos le anuncia que dentro de un año tendrá un hijo. Sara, que ha cumplido noventa y cuatro años, al paso que su marido rondaba los cien años, se echó a reír al oír tal promesa. Esto prueba que confesaba su decrepitud y que la naturaleza humana no era diferente entonces de lo que es ahora.
Para que esas historias sean creíbles se precisa poseer una inteligencia muy distinta de la que tenemos hoy, o considerar cada episodio de la vida de Abraham como un milagro. La tremenda singularidad de estas aventuras fue probablemente el motivo que llevó a que los judíos tuvieran una fe tan acendrada.
“…Es asombroso y sorprendente que Dios, que hizo nacer a Isaac de una madre de noventa y cinco años y de un padre centenario, ordenara a éste degollar al hijo que le concedió, siendo así que no podía esperar ya nueva descendencia. Ese extraño mandato de Dios prueba que, en la época en que se escribió esa historia, era habitual en el pueblo judío el sacrificio de víctimas humanas, lo mismo que en otras naciones…” “…Debemos hacer una observación importante respecto a la historia de dicho patriarca, considerado como el padre de judíos y árabes. Sus principales hijos fueron Isaac, que nació de su esposa por milagroso favor de la Providencia, e Ismael, que nació de su criada. En Isaac bendijo Dios la raza del patriarca y, sin embargo, Isaac es el padre de una nación desventurada y despreciable que permaneció mucho tiempo esclava y vivió dispersa un sinfín de años. Ismael, por el contrario, fue el padre de los árabes que fundaron el imperio de los califas, que es uno de los más extensos y más poderosos del Universo…”.
Con sus interminables sagradas campañas misioneras, muchas veces teóricas, argumentativas, conceptuales, convincentes, escolarizadas, pero casi siempre impositivas, política y militarmente, en busca del ecumenismo y expansión universal de sus dogmas, mitos y creencias, estos tres monoteísmos, históricamente intolerantes, fanáticos, y promotores de una violencia sectaria y exterminista, (pero que de manera astuta saben presentar como expresiones de paz, de amor, de compasión y de concordia), en diversas épocas lograron, no sólo la complicidad y hasta el amalgamamiento con los poderes estatales y la aceptación de sus postulados, por parte de enormes masas de creyentes dispuestos a cumplir con las más estrafalarias exigencias, lo que frente a los valores promulgados por la Ilustración y la modernidad, constituyen aun hoy un claro desafío a la razón y la cordura.
No sobra decir que el papel de víctimas, carente de toda verdad, con que suelen presentarse ante el mundo los diversos estados teológicos adscritos a estos monoteísmos, es el resultado de ese proceso fantasioso y mítico de construcción del Estado de Israel, que se remonta a los tiempos bíblicos, ello les ha permitido asumir su religión como una perpetua guerra santa.
II
Daños irreparables del monoteísmo
«Que abran el parque de los profetas y los dejen venir hasta mí, con sus salientes ojos alucinados, sus arremolinadas greñas, sus barbas cundidas de piojos y sus inciertas piernas de ebrios de Dios. Que los dejen llegar hasta nosotros, pues necesitamos su testimonio. Su demencia corrobora nuestra razón y sus palabras nuestro designio».
– Jorge Zalamea Borda. El sueño de las escalinatas.
Con absoluta precisión Emil Cioran nos dijo y advirtió:
«Aparentemente, el hombre se ha proporcionado dioses por necesidad de estar protegido, resguardado; en realidad, por avidez de sufrir. Mientras creía que había multitud de ellos se concedió cierta libertad de juego, alguna escapatoria; limitándose después a uno solo, se infligió un suplemento de coerciones y torturas. No es más que un animal que se odia y se ama hasta el vicio, que podía ofrecerse el lujo de un avasallamiento tan pesado.
¡Qué crueldad con nosotros mismos ligarnos al Gran Espectro y unir nuestra suerte a la suya! El dios único torna irrespirable la vida…».
Nada más ver las cotidianas agresiones, el sistemático genocidio que los gobernantes del estado sionista de Israel realizan contra el pueblo palestino y otras culturas y naciones, así como los múltiples crímenes con que judíos, cristianos y mahometanos han marcado la historia de Occidente, ello es prueba fehaciente del daño psicológico (intelectual y moral) provocado por las religiones monoteístas, tanto a sus adversarios y contradictores, como a la estructura mental, al comportamiento -de rebaño- de sus propios creyentes, seguidores y adeptos, que se ven obligados a difundir dichos delirios…
Es justo reconocer que ninguna de las diversas expresiones de los llamados descreídos o no creyentes, como el ateísmo, el escepticismo o el agnosticismo, ha provocado tanto daño a la humanidad, como lo ha hecho la obcecación y el delirio de los profetas y maestros de las diversas sectas que elucubran sus creencias y mitologías en torno de un sólo dios, y buscan universalizarlo, no sólo con la amenaza del infierno, sino con la conversión de la sociedad en un infierno.
Esos monoteísmos han contaminado la historia causando profundos e irreparables daños al conjunto de las sociedades.
III
No hay judíos inocentes
En primera instancia considero que es absolutamente necesario diferenciar a los sionistas de los judíos. Pues en realidad no todos los judíos son sionistas, y algún número de ellos no está de acuerdo con el exterminismo que el Estado judío viene realizando contra el pueblo palestino.
Entendemos como lo explicara el maestro Estanislao Zuleta que no debemos caer en el simplismo de ser “indiferentes con las diferencias”. Decía Zuleta:
“…Cuando uno se coloca en esa posición, indiferente ante las diferencias, puede formular cualquier ecuación: si Marx es igual a Lenin, si Lenin es igual a Stalin, si Stalin es igual a campos de concentración, si campos de concentración rusos son iguales a campos de concentración nazis y si campos de concentración nazis son igual a Hitler, entonces, Marx es igual a Hitler, y Marx y Hitler son la misma cosa. Idea en la que se basan los llamados nuevos filósofos. Idea que desde el punto de vista filosófico, que tanto interesa, es aberrante, porque es formular igualdades sobre la base de liquidar las diferencias. Y cuando quieren liquidarse las diferencias, puede construirse cualquier igualdad. Lo que han hecho es de un simplismo inmenso desde el punto de vista filosófico; si se liquidan las diferencias y los efectos de los procesos históricos, si se hace una teoría puramente idealista de la historia son los pensamientos los que dirigen los procesos y no hay más remedio que llegar a la conclusión de que Marx es igual a Hitler. A eso han llegado por un procedimiento filosófico aberrante…” (Entrevista Estanislao Zuleta / Ramón Pérez Mantilla Revista Nueva Crítica, Bogotá, 1983).
Es importante recordar que el proceso de muerte administrada en que se ensañó el nazi-fascismo no se hizo de espaldas a los «ciudadanos del común» en Alemania, este contó con el beneplácito de la población, fue «democráticamente» aceptado, es decir, fue algo «bien visto», por las «mayorías» alemanas. Por estas razones no se puede eximir de culpa a esos «silenciosos ciudadanos de bien», satisfechos, plenos y amañados bajo el régimen nazi.
Proponer y ejecutar la muerte como un proceso organizado, de tipo industrial, no fue exclusivo de los jerarcas nazis, esta fórmula, así como la de las masacres en masa o la llamada “guerra total”, tiene su historia; ha sido empleada, sistemáticamente, no sólo por los estados totalitarios y autoritarios, sino que siempre ha sido utilizada, de manera reiterada, por los más distintos poderes y gobiernos, incluidas hoy, por supuesto, las denominadas “democracias occidentales”.
La guerra total fue un gigantesco laboratorio antropológico en el cual se diseñaron las condiciones fundamentales de los genocidios modernos y del exterminio industrial del siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados, por ejemplo, dejaron de aparecer como los héroes de las guerras tradicionales y se proletarizaron; a la hora de combatir, estaban simplemente incorporados a una máquina en la cual tenían que ejecutar tareas parciales, al igual que un obrero puede trabajar en una oficina o en una fábrica”. (Memoria y conflicto. Las violencias del siglo XX, Enzo Traverso).
Lo más grave, lo más aberrante de esta situación, es que estamos condenados a su reiteración, a su tediosa y cotidiana repetición; el horror de la muerte administrada (después del nacionalsocialismo, del fascismo, del estalinismo y de las guerras mundiales), se ha convertido en cultura cotidiana, en práctica justificada legalmente por distintos Estados y gobiernos; pero también en comportamiento de vigencia universal, aceptado por unas masas continuamente adoctrinadas para la aceptación y adopción de estos comportamientos irracionales, agresivos, destructivos…
Cuando se estableció en la Alemania nazi el horror de la llamada “solución final”, no se trató de una abrupta irrupción del “mal” en el devenir histórico de un pueblo tranquilo y sosegado, sino que esta política de estado gozó de una amplia aceptación y permisividad, del más absoluto consentimiento por parte de los hombres corrientes; de una ciudadanía aletargada, incapaz de réplica o confrontación, porque había sido preparada para cumplir con unos comportamientos colectivos preestablecidos.
La ideología nazi se estableció cómodamente entre las clases medias y sectores populares alemanes, porque éstas estaban previamente preparadas para ello por una especie de predisposición forjada tradicionalmente por la pedagogía del rigor, de la obediencia acrítica y el odio al otro. Los investigadores alemanes Alexander y Margarete Mitscherlich al hacer un análisis pormenorizado acerca de los fundamentos del ascenso del nazismo en Alemania, en su libro ‘Fundamentos del comportamiento colectivo’ (Alianza editorial 1973), diáfanamente lo precisaron:
“Nosotros estuvimos muy de acuerdo con un gobierno que supo establecer de nuevo un vínculo entre ideales típicamente alemanes y el sentido de nuestra propia identidad: se nos daba allí la oportunidad de exhibir de manera uniformada nuestro propio valor personal. De repente aparecieron (…) unas jerarquías de autoridad claramente articuladas. La precisión de nuestra obediencia quedó probada de modo conveniente, y a la voluntad casi ilimitada de mostrarnos dignos de las esperanzas del Führer le fue lícito entregarse al desenfreno”.
Por esas mismas razones tampoco ahora es válido excluir de responsabilidad a todos esos judíos del montón, que esperan una especie de revanchismo, a su pasado de esclavitud, de pena y de martirologio; que tienen una acomodada justificación teológica para el despiadado y criminal comportamiento del estado sionista; personas que sutil o abiertamente, apoyan y respaldan esas acciones terroristas y racistas, incluso -como lo muestran las imágenes- aplaudiendo las acciones criminales de su ejército, los constantes bombardeos sobre mercados, escuelas y hospitales palestinos, en fin, toda la barbarie exterminista de que está haciendo gala el Estado teológico judío…
Los sondeos de opinión de los “medios de comunicación” en Israel son contundentes:
“La encuesta del Instituto por la Democracia de Israel de la Universidad de Tel Aviv -la que indica el arrollador apoyo a la ofensiva- da al Ejecutivo una nota media de 7,5 tras tres consultas hechas a lo largo de julio. La ofensiva empezó el día 8. La mejor calificación, un 8, la logró el día que se inició la ofensiva por tierra. La tendencia se repite en el sondeo del Canal 10: un 85% está ‘satisfecho o muy satisfecho’ con el liderazgo de Netanyahu” (del artículo “Los asesinos se confiesan: Los israelíes apoyan la ofensiva de Netanyahu de modo casi unánime”. La Haine.org. 1/8/2014).
Todo ello nos está demostrando fehacientemente que los sentimientos y comportamientos de odio, de racismo y de solución militar a los conflictos, arraigados en la sociedad israelí no sólo por la tradición religiosa, sino que están siendo propiciados y manipulados, sistemáticamente, por los grupos hegemónicos que asumen, aun hoy, la validez de unas “sagradas escrituras” que establecieron que la tierra de Israel fue entregada por Yahvé a Abraham, Isaac y Jacob, y que ellos, los descendientes del mitológico Jacob, son el pueblo escogido y por ello tiene un trascendental derecho sobre estos territorios. Se trata de la movilización de individuos sujetados a una administración total, que explota, controla, orienta, disciplina y regula todas las actividades y procesos de la vida. Se trata, en definitiva, de la más clara expresión de lo que tan apropiadamente llamó Michael Foucault el biopoder.
Cuando el sionismo, como clara expresión de ese biopoder, terminó abarcándolo todo, no sólo en Israel sino en la diáspora, es lícito afirmar que “no hay judíos inocentes”… Podríamos decir que peor que los obedientes soldados encargados de la perpetración directa de las masacres, son los judíos que respaldan, desde sus aparentes candorosas vidas cotidianas, las acciones genocidas de su gobierno; igual responsabilidad les cabe a quienes simulan indiferencia, desinterés, apatía o neutralidad, frente al despropósito, la vesania y el terror que le impone Israel al pueblo palestino; se trata de unos pragmáticos cínicos y acomodados que, al carecer de crítica al estado criminal, se constituyen en cómplices pasivos de este enorme genocidio.
Hoy, además, el sionismo internacional, astutamente, emplea palabras aparentemente sacralizadas como holocausto o antisemitismo, como comodines útiles para justificar la perpetración del genocidio palestino y los más despiadados crímenes porque creen tener ese derecho por una especie de revancha histórica…
El interés es indagar acerca del porqué de ese respaldo, de esa especie de “solidaridad” que los ciudadanos del común expresan a unos gobiernos que no sólo los oprimen, sino que, además, les manipulan los comportamientos. Es preciso indagar la genealogía de un proceso histórico que se remonta a los comienzos mismos de la intención de formar sujetos sometidos y obedientes, lo que se extiende, por supuesto, a los orígenes del sistema escolar. Y es que la escuela surge como una institución establecida con el propósito de socializar y regularizar a los individuos, según los patrones de comportamiento fijados por los grupos que ejercen la hegemonía cultural e intelectual en una sociedad determinada. Comportamientos ligados, en lo fundamental, a las exigencias de los procesos productivos, a los ideales de “orden” que ellos establecen, y que buscan, en todo caso, la homogeneización y la uniformidad de los sujetos…
Ya lo sabemos; es largo el camino recorrido por las acciones inhumanas que presuntamente persiguen el establecimiento de valores trascendentales como la libertad, el orden o la justicia. A nombre de dios, de la razón, del Estado, de la raza, de la clase social o del mercado, se han perpetrado los más horrendos crímenes contra la humanidad. Lo de Gaza hoy no es más que un crudo ejemplo de esa pavorosa continuidad…