Por Héctor Peña Díaz
«Cuando reconozco a un hermano en mi prójimo, sólo entonces soy hombre»
Fiódor Dostoievski
La mayor prisión de un ser humano es la ignorancia, impide la tarea más bella de la vida: conocerse a sí mismo y darle forma a un destino individual. Somos prematuros y requerimos ingentes cuidados durante muchos años antes de llegar a ser una persona en todo el sentido de la palabra. Los padres no les leen a sus hijos pequeños y después se extrañan que no amen la lectura, la clase en el poder mantiene al pueblo en la ignorancia y habla de democracia, sobre todo, en épocas electorales. Es un lugar común decir que la educación es el camino para derrotar la desigualdad. Todos estaríamos de acuerdo en que es una odiosa e injustificable diferencia que unos pocos tengan acceso a una educación de calidad y en condiciones de vida digna, mientras la mayoría se debate en la lucha por el pan de cada día sin mayores posibilidades de salir del laberinto de la pobreza. Pues eso, a pesar de los avances en la cobertura educativa, es lo que sucede en Colombia: país de inmensos contrastes donde las élites se reproducen a sí mismas como si fueran una raza privilegiada y las pobrerías se reproducen a sí mismas como si fueran una estirpe condenada. ¿Por qué ha sido esto posible? Elemental, mi querido Watson, el pueblo nunca ha tenido el poder y los que lo han ejercido jamás han representado sus intereses. Ese hecho constatado en nuestra historia ha tenido una consecuencia trágica: la supervivencia de un orden obsoleto que niega en la realidad efectiva los derechos sociales a las grandes mayorías. Un orden que se defiende como los gatos acostados o las ratas acorraladas y que, entre otras cosas, se mantiene porque mucha gente llamada a cambiarlo, seres humillados y ofendidos por el sistema, está dispuesta a defenderlo a capa y espada, como si fuera su propia casa y no la mansión de su verdugo. Un ejemplo histórico fue el partido Inkatha de la etnia negra de los zulúes que ayudó a sostener el régimen del apartheid en Suráfrica. La división del pueblo es la garantía de que el Establecimiento seguirá imponiendo sus intereses y moldeando los destinos del país, pero el pueblo algo ha aprendido de sus luchas y sabe que los derechos y beneficios de los que disfruta han sido conseguidos con sangre, sudor y lágrimas. Es en las calles, las plazas públicas, las fábricas y las tiendas donde la gente del común se forma políticamente y la historia ha demostrado más de una vez que cuando el pueblo se reúne toma conciencia de su propia circunstancia y derriba las barreras que le impiden ser libre. Colombia se debate entre dos países bien distintos, uno que se resiste a morir, engañando y otro que quiere nacer de la mano de la historia, de los electores depende hacia dónde inclinemos la balanza.
Política, (Según Ambrose Bierce).s. Conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en proyecto privado.
Política, (Colombianismo). S. Crimen organizado.