POR ERIC CALCAGNO /
A veces conviene hacer una pausa y contemplar al menos de un vistazo qué sucede en los distintos países suramericanos, cuáles son los problemas principales, las soluciones posibles, la política concreta.
Por iniciativa de Colombia, en febrero de este año comenzó en New York la capacitación sobre diplomacia de los pueblos indígenas en la sede de la ONU. Con expertos originarios de pueblos nativos de los diferentes continentes, se trataron temas que van desde la construcción de la paz hasta la protección del medio ambiente. Paso a paso, Gustavo Petro busca otorgar un lugar en el mundo a Colombia que sea digno y coherente con la política interna: retira al embajador en Israel, condena la intervención en Gaza y apoya el alto el fuego decretado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras continúan las negociaciones entre la guerrilla (ELN) y el gobierno, el encuentro Petro-Lula abre la puerta al ingreso de Colombia en los BRICS+.
Debido al asalto de la Embajada Mexicana en Quito, Ecuador confirma la condición de Estado-paria en las relaciones internacionales, titubea ante el pedido de EE.UU. en el apoyo concreto a Ucrania (envío de armas), al tiempo que proclama la necesidad de contar con la ayuda norteamericana en materia de seguridad. Es otro ejemplo de trabajar a nivel de las consecuencias en vez de atacar las causas: un país dolarizado no sólo carece de soberanía, sino que es paraíso para narcos y lavadores de toda laya y origen.
La situación institucional del Perú no es tan grave: tampoco demasiado halagüeña. Con la incapacidad de liberarse del corset institucional legado por Fujimori, el golpe de Estado del 2022 contra Pedro Castillo aparece como un capítulo más de la inestabilidad política creciente. Aunque mira hacia la región de Asia-Pacífico, Perú depende demasiado de las inversiones extranjeras en recursos naturales como para encarar un proyecto industrializador.
Debido al bloqueo impuesto por Occidente, Paraguay sufre en las propias exportaciones de carne hacia Rusia, que representaban más del 20 % de las ventas del rubro al exterior. Por otra parte Paraguay no puede entrar a los BRICS+ debido a su articulación con Taiwán, y refuerza así una insularidad de la que trata de escapar con mayor dependencia externa: una cuadratura del círculo.
La experiencia de Boric en Chile también tiene sus límites. Al confundir reforma constitucional con la redacción de un código de buenas intenciones, permite la subsistencia de una institucionalidad heredara de las peores épocas. En materia de política exterior es capaz de criticar a Venezuela y Nicaragua, condenar a Rusia por la guerra en Ucrania, al mismo tiempo que retira al embajador chileno de Tel-Aviv y responsabiliza a la “barbarie” israelí por las masacres de civiles en Gaza. Algunos ven una nueva posición del progresismo en América Latina, cuando quizás sólo se trate de ambigüedad.
Bolivia rompió las relaciones con Israel, algo que ya había sucedido por el ataque a Gaza en 2008; Jeanine Añez las restableció luego del golpe de 2019. Ahora es Luis Arce quien corta todo lazo con Tel-Aviv y es acusado por Israel de cooperar con el terrorismo internacional. Sin embargo, los problemas más graves que enfrenta Bolivia hoy surgen de la interna entre Arce y Evo: la virulencia de la disputa divide bloques parlamentarios, judicializa procesos y hasta provocó el suicidio de un dirigente cercano a Evo. Cabe recordar al Martín Fierro sobre la unidad entre hermanos, “porque si entre ellos pelean/los devoran los de afuera”.
En ese panorama, el Brasil de Lula parece reencarrilarse tras el episodio Bolsanaro. El impuesto a los fondos de inversión brasileños permite construir un equilibrio presupuestario inédito en la región, pues no ajusta el gasto social que afecta a los más pobres, sino que aumenta con éxito la tributación a los “superricos”. Esa consolidación permite redirigir la inversión pública al desarrollo, de la mano de las inversiones extranjeras concretas que representan más del 40 % del total para América Latina. El hecho de ser uno de los países fundadores y pilares del BRICS no impide a Lula condenar el ataque de Hamás así como en el Tribunal de la Haya denuncia la ocupación israelí de Gaza; recibir a Emmanuel Macron para la botadura del tercer submarino construido en Brasil con tecnología francesa (el 4° sería a propulsión nuclear); avanzar con la presencia brasileña en África; Lula también tiene tiempo para criticar las instituciones internacionales como la ONU, cuyo Consejo de Seguridad debe ser ampliado de modo permanente a los representantes del Sur Global (y quién sino Brasil y la India), además de prohibir el derecho de veto. Con tanto trabajo, parece hasta verosímil que el Presidente no tenga tiempo de leer la carta enviada por Milei.
Mientras Lula defiende los intereses nacionales brasileños, Milei anula los intereses nacionales argentinos para reemplazarlos con los principios de potencias extranjeras, o por la idea que puede hacerse de lo que deseen EE UU, el Reino Unido e Israel para nuestro país, así puede modificar el comportamiento según los caprichos del amo. Quisiéramos ser menos caricaturales, pero no parece posible. La Argentina, secuestrada por una secta mística, ignora las líneas de conflicto actuales que estructuran la realidad latinoamericana, que son la institucionalidad, el desarrollo económico, la defensa nacional, la integración regional y el Sur Global. Ignora que cuando un diplomático dice “sí” es un “tal vez”, cuando dice “tal vez” es “no”, y cuando quiere decir “no”, sólo calla. Si les falla la lección de Lula, veremos cómo le irá a la canciller argentina Diana Mondino en Beijing. Nos queda la frase de don Hipólito Yrigoyen: “Lo que carece de legitimidad tiende a deshacerse por sí mismo”.
Tiempo Argentino