Por Eduardo Sarmiento
El establecimiento de aranceles al acero y al aluminio en Estados Unidos constituyó una abierta decisión hacia el proteccionismo, y aunque anunciada, no dejo de sorprender. Al final del siglo pasado Estados Unidos e Inglaterra configuraron un frente común para propiciar el libre comercio. No ahorraron esfuerzos para condenar y proscribir los aranceles, los subsidios a las exportaciones, la regulación cambiaria y los controles de capitales.
Los grandes beneficiarios del comercio antes y después de la globalización han sido los países desarrollados. No es cierto que el comercio internacional nivele los salarios y contribuya a reducir las deficiencias de las estructuras productivas. Los países de menor desarrollo mantienen monumentales diferencias de salarios y estructuras productivas más rudimentarias. Las diferencias de productividad entre Estados Unidos y América Latina se han ampliado. Tanto a Colombia como a América Latina les significó en los últimos 25 años un retroceso con respecto al período 1970-1990.
No obstante que Estados Unidos fue un ganador de la globalización, en amplios círculos de la sociedad están inconformes con los resultados. La globalización les ocasionó una caída de la actividad industrial, el deterioro del salario y el retroceso de las zonas de las empresas emblemáticas, como Detroit y Pensilvania.
Las determinaciones proteccionistas de Estados Unidos vienen de tiempo atrás. La política monetaria de compra de títulos del tesoro, (relajamiento cuantitativo) aplicado por Bernanke durante la administración Obama constituyó una clara intervención en el mercado cambiario que se manifestó en la devaluación del dólar. Luego, las medidas tributarias recientes no son otra cosa que el empleo de la política fiscal
para elevar la competitividad externa de las empresas y las exportaciones. Ahora, el alza de aranceles es un rudo distanciamiento del libre mercado que provocará la retaliación del resto de países.
El juego se invirtió. En el pasado se consideraba que el comercio internacional favorece primordialmente a los países desarrollados y se aceptaba que los países de menor desarrollo compensarán la diferencia con la protección. La práctica dejó de aplicarse con los TLC qué se basan en la igualdad del comercio internacional. En el caso del acuerdo con Colombia, el país bajo más los aranceles que Estados Unidos. Mientras los países desarrollados acuden a la protección, los países de menor desarrollo son seriamente asediados para que no hagan lo mismo. Así, Estados Unidos cuestiona a Colombia en la OCDE por la reducción de los precios de medicamentos y las importaciones de camiones, a tiempo que la OMC juzga con diferente rasero a las naciones desarrolladas y en desarrollo.
El nuevo contexto acentuará las desventajas de América Latina en el comercio internacional. La monumental brecha de salarios y productividades persistirá y las balanzas de pagos continuarán siendo deficitarias. Lo cierto es que la minería y el petróleo no han resuelto la restricción de las cuentas externas que viene del siglo pasado. La caída de América Latina, y en particular de Colombia en los últimos 4 años, obedeció al descenso de las cotizaciones de los productos básicos.
El nuevo contexto internacional no debe pasar desapercibido en el debate presidencial. La propuesta de fortalecer el desarrollo industrial que aparece en varias de las campañas no es viable dentro de las medidas proteccionistas y los TLC. Es el momento que los candidatos presidenciales se pronuncien sobre las decisiones proteccionistas de Estados Unidos y, en particular, en las formas de responderlas y enfrentarlas.