Por Clara López Obregón / Semana.com
Las desalentadoras declaraciones del Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, al salir de la más reciente sesión de la junta directiva del Banco de la República, retumbaron como un balde de agua fría al ya atemperado ritmo del crecimiento de la economía. “No sabemos las causas ni qué hacer para disminuir el desempleo,” afirmó desconsolado el Ministro y agregó “me disculpan, pero no sé. Esto debe ir seguido de un segundo párrafo que dice: pero nos estamos esforzando con todas las pilas para entender lo que está pasando y buscar soluciones”.
La situación, sin duda, es muy preocupante. En el mes de junio, la economía completó nueve meses con el desempleo en dos dígitos, sin síntomas que permitan vislumbrar una pronta mejoría en este indicador que pasó a ser la primera preocupación de los colombianos en la encuesta de Invamer, por encima de la corrupción y de la inseguridad. Las mismas autoridades afirman que si bien la migración venezolana incide marginalmente en el aumento del desempleo, el problema de fondo es que aumenta la producción, pero no el empleo.
Ya en esta columna en el mes de mayo, con motivo de un interesante artículo del exministro Mauricio Cárdenas sobre la crisis de los modelos económicos aplicados en el continente, alertábamos sobre “la situación actual de crecimiento sin empleo, retroceso en los indicadores de pobreza, excesiva concentración de la riqueza y del ingreso y, también, de su incidencia en el conflicto armado.”
Tal vez resulta difícil para quienes han aplicado las fórmulas del Consenso de Washington ver que son sus propias recetas las que están fracasando y por ello no entienden las verdaderas causas del por qué llegamos a la sin salida del crecimiento sin empleo. Ya lo alertaba a mediados de los años noventa el profesor Lawrence Ball, de la Universidad de Baltimore, en un foro convocado por el Banco de la República y en varios de sus escritos, algunos publicados por el CEDE de la Universidad de los Andes.
Desafortunadamente, siguiendo las fórmulas del modelo económico importado, el Estado colombiano se ha amarrado las manos y no puede responder con una política macroeconómica adecuada para las circunstancias. El cumplimiento de la regla fiscal, de la cual penden los dictámenes de las calificadoras de riesgo para el mantenimiento del grado de inversión de las finanzas del país, impide una política fiscal que estimule a la economía para combatir el desempleo. De salirse el déficit de los parámetros establecidos y perder el país el grado de inversión en la situación de vulnerabilidad actual con un alto déficit de cuenta corriente y una elevada dependencia en la inversión extranjera de corto de plazo, el país podría verse abocado a una crisis de balanza de pagos. A ello súmese la guerra comercial de Trump con China que vive un nuevo capítulo con la devaluación del Yuan.
De ahí el dilema del Ministro de Hacienda. Sí sabe las causas, sabe qué hacer, pero no puede, porque el país ha ido renunciando paulatinamente a su soberanía económica. La situación está muy compleja y conviene que el equipo económico del gobierno se sincere y empiece a diseñar la ruta de la salida que comienza con la autocrítica al modelo importado que se ha impuesto desde comienzos de los años noventa.
Colombia no es el único país que se encuentra atrapado por este modelo económico que, por decirlo benignamente, se agotó. De ello también hay consciencia en los organismos internacionales. Llegó el momento de cambiar de rumbo para cambiar el “no sé qué hacer,” por una nueva política económica concertada para garantizar estabilidad y generar bienestar, redistribución y empleo.