Por Octavio Quintero
Tenemos al culpable, pero resulta de momento impune.
Tras haber disminuido de forma constante durante más de una década, vuelve a aumentar el hambre en el mundo, que afectó a 815 millones de personas en 2016 –el 11% de la población mundial–según la nueva edición del informe anual de la ONU sobre seguridad alimentaria y nutrición publicado el 11 de septiembre del 2017. Al mismo tiempo, múltiples formas de malnutrición amenazan la salud de millones de personas.
La Revolución Verde
Creimos, ayer nada más, que el ingeniero agrónomo, Norman Ernest Borlaug, considerado el padre de la agricultura moderna que se conoció como la Revolución Verde (RV), había encontrado la fórmula para derrotar la macabra predicción del señor Thomas R. Malthus sobre el crecimiento exponencial de la población (1 – 2 – 4 – 8 – 16 y así sucesivamente), frente al crecimiento aritmético de los alimentos agrícolas ( 1 – 2 – 3 – 4 – 5 y así sucesivamente) que conllevaría a que en cierto tiempo no alcanzaría la comida que se produce en el mundo para alimentar a toda la población (teoría malthusiana desarrollada en su famoso libro Essay on the Principle of Population de 1798, corregido y precisado en 1803).
En efecto, Borlaug, gracias a sus conocimientos de genetista, fitopatólogo y humanista vio coronados sus esfuerzos en la década de 1960 al introducir las semillas híbridas que provocaron un notable incremento en la producción mundial de alimentos. A partir de entonces, los campos del mundo se llenaron de semillas de trigo, maíz y arroz, principalmente, más resistentes a los climas extremos y a las plagas, capaces de alcanzar altos rendimientos por medio del uso de fertilizantes, plaguicidas y riego.
Se proclamó entonces la victoria a corto plazo sobre el hambre y la desnutrición mundial en los países subdesarrollados. La RV invadió a todos los países –pobres y ricos—y puede decirse que en solo dos décadas (1960 – 1980) cambió toda la cultura milenaria de producción de alimentos. Es, gracias a la RV, que el objetivo de poner fin al hambre en el mundo, alcanzar la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible para el año 2030, sería posible.
Malthus y Borlaug fueron dos genios que iluminaron la parábola humana para lograr, el primero, crear conciencia sobre la necesidad de controlar el crecimiento de la población, y el segundo, incrementar la producción agrícola a escala exponencial equiparándola con un crecimiento poblacional controlado.
¿Hasta dónde hemos logrado equiparar la producción de alimentos con las necesidades de la población mundial?
El hambre vuelve a crecer
El 11 de septiembre del año pasado, el primer informe de la ONU, tras adoptar la Agenda 2030 (septiembre de 2015) sobre seguridad alimentaria y nutrición (Objetivo 2/17), notificaba al mundo que el 11% de la población mundial padece hambre (815 millones de personas, 38 millones más que en el 2015), al tiempo que distintas formas de malnutrición amenazan la salud y la vida de 207 millones de niños y niñas entre 0 y 5 años.
¿Si el hambre vuelve a asediar a la humanidad, podríamos considerar fallida la Revolución Verde de Borlaug, tras 57 años de haber aparecido en el horizonte agrícola del mundo y por tanto reivindicar la teoría malthusiana?
Según el informe de la ONU, la proliferación de conflictos armados y el cambio climático son los dos principales responsables de que 38 millones de personas más en el 2016 se hayan sumado a los millones de personas en el mundo que afrontan la desgracia de no tener ni siquiera qué comer.
Nadie con razón negaría que, en efecto, la guerra y el cambio climático conllevan problemas en la producción agrícola… Pero no son solo estos ni tampoco los principales factores que, al tenor de la ONU, hayan recreado la macabra idea de que tengamos que convivir con centenas de millones de nuestros congéneres padeciendo y muriendo de hambre (mientras nos llega a todos el turno) en medio del esplendor tecnológico del siglo XXI.
Factores clave
La fundación Codespa, de origen español, basada en su propia experiencia desarrollada en 17 países de América Latina, Asia y África, apunta cuatro factores (distintos de la guerra y el cambio climático) para que el 11% de la población mundial se esté muriendo de hambre:
- Falta de semillas de calidad.
- Ausencia de sistemas de almacenamiento adecuado.
- Falta de formación en técnicas agrícolas.
- Dificultad de acceso al crédito.
Obsérvese que los tres primeros puntos enfocan buena parte de las conclusiones de Borlaug y su Revolución Verde. Y un 5º factor que podría agregársele a los factores Codespa, porque tenemos que seguir metiendo al señor Malthus en el asunto, es la laxitud reproductiva que persiste en la población más pobre y menos educada de los países en desarrollo.
Pero más que las guerras y el cambio climático, y que los mismos factores Codespa, lo que está incidiendo muy fuertemente en la pobreza humana, porque en el fondo esa es la razón principal de que la gente se esté muriendo de hambre, es el actual modelo neoliberal, basado en la economía de mercado que puso a los agricultores de los países pobres a competir con los agricultores de los países ricos dizque en «igualdad de condiciones», la falacia más grande que se haya introducido en los tratados de libre comercio (TLC), mediante los cuales la invasión de las empresas transnacionales del agro han arruinado y desplazado de los campos a los agricultores tradicionales de alimentos en los países subdesarrollados.
La invasión de las transnacionales: el ejemplo de Colombia
El ejemplo de Colombia es patético: al inicio de la apertura económica en 1990 (modelo neoliberal), la importación de alimentos (según del DANE), ascendía a 1’257.564 toneladas, y hoy (año 2017), las importaciones de productos agrícolas (arroz, fríjol, frutas, verduras, cereales, aceites y grasas vegetales) y pecuarios (pescado, carnes rojas, aves, leches, aceites y grasas animales), se aproximan a los 12 millones de toneladas: un crecimiento del ¡953%! en no más de 27 años, un periodo relativamente corto para tan amplio déficit alimentario.
La Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), que se la pasa de declaración en declaración, y nada más, manifestó por enésima vez que… «estos resultados hacen evidente la dependencia que ha venido desarrollando el país en materia de importación de productos agropecuarios y agroindustriales, resultado de la falta de una política agraria de Estado que brinde las condiciones necesarias para potenciar la inversión y el crecimiento de la producción agropecuaria». Si alguien revisara las declaraciones de los gremios agropecuarios en Latinoamérica, encontrará, mutatis mutandis, la misma queja: vr. gr. México y la invasión de importaciones de maíz de Estados Unidos a la canasta básica nacional.
En general todos los países latinoamericanos se quejan de la desventajosa asociación comercial que los países ricos han venido imponiéndoles con los TLC. También la ONU en su Agenda 2030, en el Objetivo 2/17 que venimos comentando, propone tácitamente revisar esos tratados cuando dice:
«Corregir y prevenir las restricciones y distorsiones comerciales en los mercados agropecuarios mundiales, entre otras cosas mediante la eliminación paralela de todas las formas de subvenciones a las exportaciones agrícolas y todas las medidas de exportación con efectos equivalentes».
Vaya usted a desmontar los subsidios agrícolas en Estados Unidos o en los países de la UE, para que vea con la infranqueable oposición que se encuentra. Solo en EE.UU, se estima que un granjero puede recibir hasta 280.000 dólares/año y, de todas maneras, en promedio, cada uno del 1.600.000 granjeros tiene asegurado un subsidio de 13.000 dólares/año.
El senador colombiano de izquierda, Jorge Enrique Robledo, avezado crítico de la política agropecuaria, dice que los 97.000 millones de dólares/año que EE.UU destina al agro «prueba la mala fe del Gobierno estadounidense porque no hay cláusula que le impida aumentar descaradamente sus ayudas internas mientras arruina a los agricultores y empresarios allende sus fronteras».
Los defensores de estos subsidios sostienen que los más beneficiados son los consumidores de los países importadores de alimentos, vía precios. Pero esos aparentes beneficios prácticamente acabaron con el sustento de millones de familias campesinas alrededor del mundo que no tenían más recurso para su sustento que sus pequeñas parcelas de pan coger. Esto en el mejor de los casos porque, en el fondo, esos generosos subsidios están socavando algo más grave: la autonomía y seguridad alimentaria de los países de menor desarrollo económico con respecto a los grandes jugadores del mercado. Y ese es el objetivo principal de la estrategia: cercar por hambre los arrebatos antiimperialistas de la época: vr.gr. Venezuela.
No hablemos aquí, pero no se olviden, de los otros estragos sociales del neoliberalismo, evidentes en el empleo, la salud, la educación, los servicios públicos esenciales, la mediana y pequeña empresa…
Reflexión especial merece el punto 4 de Codespa: Dificultad de acceso al crédito. Es un círculo vicioso que en mi libro La mentira organizada/2001 (disponible en Google) se define como «capitalismo compinche» en donde la plata de todos nosotros, con la que especula la banca, fluye:
1) A los grandes capitalistas, dueños ellos mismos de los bancos;
2) A sus amigos personales (compinches) y,
3) Al trueque con los políticos que detentan el poder, en forma de algo así como: nosotros damos crédito a sus recomendados políticos a cambio de que ustedes nos den buen trato legislativo, jurídico y administrativo. Al resto de los mortales (yo, usted, él…) la banca nos aplica la antilógica fórmula de que a menor capacidad de pago más alta tasa de interés:
«Eso es como si en la hípica al caballo de menor capacidad competitiva le impusieran el mayor peso, el jinete más torpe y la línea más difícil…».
Este trato preferencial es comprobable por cualquiera que observe las desproporcionadas gabelas de que goza el sector financiero a escala universal…
Mientras persista el modelo neoliberal, y parece que así será, el Objetivo 2 de la Agenda 2030 sobre «poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible», resultará un imposible político, económico y social.
¿Alguien, con buen uso de razón, cree que frente a los fabulosos subsidios agrícolas de los países ricos a sus productores agropecuarios que les permite invadir los mercados del mundo subdesarrollado, podrían estos duplicar en solo 18 años «la productividad agrícola y los ingresos de los productores de alimentos en pequeña escala, en particular las mujeres, los pueblos indígenas, los agricultores familiares, los pastores y los pescadores, entre otras cosas mediante un acceso seguro y equitativo a las tierras, a otros recursos de producción e insumos, conocimientos, servicios financieros, mercados y oportunidades para la generación de valor añadido y empleos no agrícolas» como se proclama en los Objetivos de desarrollo del Milenio, ONU/2015, Objetivo 2/17)?
Este propósito, que es uno de los varios propuestos dentro del Objetivo 2/17, solo puede ser desarrollado por una fuerte voluntad política estatal que chocaría de frente contra el modelo neoliberal en algo así como, usted o yo: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Todo el desarrollo del Objetivo2/17, dentro del modelo neoliberal, resulta un saludo a la bandera. Quedan invitados nuestros lectores a examinarlo a la luz de estos conceptos para cerciorarse de que tenemos la razón.
Fin de folio. Antes de la Revolución Verde, pobres y ricos nos alimentábamos con productos orgánicos. Hoy, son consumo «de mejor familia» en los supermercados.